sí, como quien no quiere la cosa, llevamos un añito con el p... (poned aquí cualquier improperio que empiece por esta u otra letra, el que más rabia os dé, el que os deje más a gusto) Covid 19. Un año entero surfeando entre las olas de la pandemia, aumentando los contagios, lamentando más pérdidas, asistiendo a la nueva guerra mundial sobre quién hace la vacuna "más mejor", eligiendo con quién quedar para no superar la cifra prohibida de reuniones, con las orejas escocidas por la mascarilla, conteniéndonos para no reservar las inciertas vacaciones de verano, con las emociones entortilladas, con el ánimo por los suelos, con la sensación de un eterno día de la marmota... Estamos tan desubicados que hasta damos palmas porque podemos salir fuera de las fronteras de nuestro municipio. Eso sí, sin juntarnos más de cuatro. A esto era a lo que se referían cuando hablaban de la "nueva normalidad", supongo. Mi teléfono ("quién nos iba a decir que iban a poder hacer esas cosas", me suelen decir mis aitas, a los que sólo puedo ver a través de una pantalla) me recordó el otro día a traición una fiesta que hicimos las familias del cole en un parque del Anillo Verde antes de que estallara nuestra particular bomba atómica. Fotos plagadas de risas, de abrazos, de juegos, de charlas a cara descubierta entre más de cuatro, fotos que parecen hechas hace años en vez de hace apenas unos meses. Reconozco que me impactó. Leía el otro día a Miriam Tirado en las redes invocando a la primavera para que nos traiga de nuevo la vida que hemos perdido. Porque esto no es vida. Sí, es mucho mejor que estar encerrados en casa. Pero infinitamente peor que la libertad esfumada, que no sabemos cuándo (si quiera si) vamos a recuperar. Menos mal que nos queda Martita de Graná. ¿No la conocéis? Lo único bueno que saqué del confinamiento...