s por esta fecha cuando, de pronto, parece que centenares, miles de mujeres trabajadoras salen de sus cuevas y, oh sorpresa, continúan sin tener los mismos derechos que los hombres. A estas alturas, tener que hablar de igualdad de derechos resulta bastante patético, en este país donde se nos llena la boca por haber conseguido hitos como el divorcio o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero la cosa es así y todavía seguirá siéndolo, sólo hay que fijarse en personajes como el concejal de Baza. No soy pesimista, sencillamente cambiar algo tan arraigado nos va a llevar tiempo. Porque interiorizamos el machismo en todo su esplendor desde bien pequeñas. Como amatxo, en nuestra familia intentamos educar a nuestras txikis como personas, más allá del género, cosa que no es fácil. Y como trabajadora, ha habido un poco de todo. He tenido algunos compañeros y jefes impresentables. He tenido incluso alguna jefa que, tristemente, intentaba comportarse como un jefe "alfa", asumiendo todo el poso machista heredado desde hace siglos. Pero también he tenido compañeras y tengo jefes que no necesitan dar discursos sobre igualdad. Personas ante las que no tienes que demostrar constantemente tus capacidades, que no gritan a los cuatro vientos su respeto por las madres trabajadoras para luego echar pestes cada vez que hay un embarazo en su empresa. Personas a las que les da igual si estás casada o soltera, si tendrás hijos o cuántos. Personas que reconocen tus aciertos y te echan una mano con tus errores. Personas que no te dan oportunidades, sino que te las ofrecen porque son tan tuyas como del resto. Personas que entienden el valor de la vida más allá del trabajo y que entienden tus ambiciones y las de los demás. Así que debería decir que tengo mucha suerte. Aunque el trabajar con personas no debería depender del azar.