on frecuencia saco en esta columna a mi ama y mis conversaciones con ella, y es que, a medida que pasan los años, más me doy cuenta de su valentía, de su libertad, de sus maneras por encima de prejuicios, y más valoro sus consejos. Aunque hace años lo conté, su ausencia física me anima a repetirlo, además de que ella siempre viene a mi memoria los 8 de Marzo, reivindicación que probablemente no celebraría pero que la aplicó cada día de su vida. Hoy tendría 95 años, se enfrentó a su padre para estudiar químicas en Madrid, cuando poquísimas mujeres lo hacían. Con una hija pequeña se tuvo que venir a vivir a un An-tzuola de escasos 1000 habitantes, y allí tuvo otros cinco hijos, haciéndose cargo del dauphine de su padre para organizarse y mover niños para comprarles ropa, llevarlos al colegio y lo que fuera. Aunque de pequeño no me enteré, luego he sabido que era la comidilla del pueblo por ser ¡conductora! Cuando llegaron los apuros económicos, no dudó un segundo en apuntarse a dar clases en Bergara, y así siguió hasta la jubilación, trabajando y cuidando de seis criaturas hasta que nos consiguió dar una carrera para poder largarnos de casa. Es verdad que aita algo le ayudó, pero en mi recuerdo ella era el permanente torrente de currar, de moverse, de hacer comida, de corregir exámenes, de hacernos ropa y de cuidarnos. Llegó a directora del instituto de Bergara y jefa de su marido, que también daba clases allí. Un alumno la acuchilló, se curó y jamás pidió justicia ni guardó rencor, simplemente dejó de hablar del asunto. Enviudó pronto, siguió trabajando, y cuando se jubiló, buscó y localizó a un amor de juventud, y sin pensarlo, se volvió a casar y se fue a vivir a Chile. Volvió a enviudar, se compró con 85 años un piso en Valladolid y allí vivió hasta que, con 92, se fue. Era y es una mujer libre extraordinaria y cada día le quiero y valoro más. Un beso allá donde estés.