añana del cinco de enero. Salimos a hacer los consabidos recados de última hora. Nos va la marcha, qué se le va a hacer. En cada tienda que entramos, las mismas preguntas. Pareciera que todas las personas que os las hacen siguieran un guion preestablecido. Vosotros las escucháis con atención y contestáis sin mucho convencimiento. Y esa falta de asertividad es interpretada por vuestros entrevistadores como pura timidez. E, incluso, como una manera de solucionar en un día todo lo que habéis debido de hacer fatal durante el último año. Como os conozco desde que nacisteis, espero a que llegue el momento de dar explicaciones. Que llegará. Porque hay quienes creen que la infancia es un período de ignorancia extrema, en la que vivís en una especie de limbo desde el que no os enteráis de nada, envueltos en vuestro propio egoísmo. O que sois seres inocentes a los que hay que proteger hasta el extremo de los múltiples traumas que os deparará la vida. Si ellos supieran... Seguimos con las compras y la cosa se va complicando. Que si uno tiene cara de bueno y el otro de trasto, que si tenéis que tener cuidado porque os están vigilando, que si habéis sido buenos... Todo el mundo dice conocer a Sus Majestades y os advierte de que a ellos nada se les escapa. Hace un par de años, todo esto me hubiera puesto la vena como una morcilla. Pero ahora decido pasar del tema porque os conozco, porque sé que es un discurso trasnochado pero inevitable, porque (quiero pensar) quizá no tenga mala intención y porque hay quien cree que diciendo memeces os concederá una revelación crucial para vuestro desarrollo humano. Volvemos a casa en silencio y cuando llegamos al ascensor disparáis casi al unísono: "Ama, ¿pero qué es portarse bien y por qué a los Reyes les importa tanto?". Y entonces llega el momento de ejercer como la persona que más os quiere en este mundo.