l naufragio del Titanic es uno de los sucesos históricos que más ríos de tinta ha hecho correr. No es extraño: siempre nos ha fascinado cómo una de las creaciones humanas más ambiciosas se fue a pique por toparse con un elemento flotante fruto de la naturaleza. Compuesto por simple agua: un iceberg. Como la torre herida por el rayo del Tarot, la naturaleza nos dice a veces que es capaz de derrumbar cualquier empresa humana por muy ambiciosa que ésta sea. Pero también siempre nos ha cautivado, dentro de esa trágica historia, la microhistoria sobre esos músicos del Titanic que no dejaron de tocar hasta que el barco se hundió con ellos. Interpretando diversas canciones para mitigar el pánico de los pasajeros. Varios supervivientes declararían después que las notas del musical grupo se podían oír mezcladas con los gritos desesperados de las víctimas hasta su nefasto final. Curiosamente era la primera vez que los músicos tocaban todos juntos, pues se trataba de un quinteto y un trío musical que habían trabajado durante el viaje separados en puntos distintos del barco.

Cierta sensación de naufragio social, económico, cultural€ nos invade desde hace meses a partir del comienzo de esta pandemia que estamos aun sobrellevando. Desde que este gran transatlántico global en el que viajamos chocara con un iceberg viral y comenzáramos a hundirnos a ralentí. Pero mientras tanto, mientras permanecemos a la espera de un prometido equipo de rescate, los artistas continúan trabajando. Pues el arte es un bálsamo que hace más llevaderos nuestros momentos de incertidumbre. Y así hemos visto cómo durante las duros días de confinamiento social los artistas nos ofrecían sus creaciones altruistamente.

Poca tinta se ha gastado para dar a conocer una realidad sobre la desgracia del Titanic: que los familiares de los músicos fallecidos no percibieron ningún tipo de indemnización. Pues así como los parientes de la tripulación recibieron un resarcimiento en cumplimiento de la Ley de Compensación de los Trabajadores Británicos, los músicos no, pues viajaban camuflados como pasajeros de segunda clase. No como trabajadores. La agencia intermediaria que les había ofrecido el trabajo, la Black Talent Agency, les pagaba en b. Los tribunales dieron la razón tanto a dicha agencia como a los propietarios del Titanic: los músicos aparecían en la lista de pasajeros en el momento de zarpar. Pero el asunto no quedó así: la agencia envío a los familiares de los músicos fallecidos la factura por los gastos de sus uniformes de trabajo. La recibieron por medio de una carta que les llegó el día 30 de abril de 1912. La misiva decía: "Muy Sr. Nuestro. Estamos obligados a comunicarle que debe pagar la suma de 5 chelines que nos adeuda, tal como consta en la factura que adjuntamos, en concepto de gastos pendientes del uniforme de su hijo".

Y el despropósito se sigue repitiendo hoy en día con esos artistas que han estado ahí, tocando, mientras nuestro gran buque se va hundiendo.