La Ley de Violencia de Género se aprobó en 2024 por unanimidad, impulsada por el gobierno de Rodríguez Zapatero. Aun así, se plantearon a posteriori cuestiones de inconstitucionalidad que no prosperaron. Pero sigue siendo una ley controvertida por el goteo incesante de sevicias y asesinatos a las mujeres. Es algo más profundo que un problema de interpretación.
El dato real es que las denuncias falsas interpuestas por mujeres contra hombres, supone el 0,02%, según la Fiscalía General del Estado; es decir, una por cada 5.622 denuncias. El dato es aplastante aun considerando los casos de denuncias ciertas que puedan ser exageradas, o de relatos de mujeres que no se ajusten del todo a la verdad, por ejemplo para obtener ventaja en un proceso de divorcio con hijos menores de por medio.
Entiendo la impotencia social ante una ley que no logra atajar esta lacra, lo que lleva a la convicción mayoritaria de que la norma legal no sirve. Pero esto sería como pedir que se anule el Código Penal porque los delitos no desaparecen. Otra cosa es la necesaria mejora en los mecanismos para una operativa mejor ante la realidad del colectivo de mujeres que viven con miedo a denunciar temiendo que no las crean. A lo que hay que añadir los delitos por violencia intrafamiliar, todavía más silenciados y desconocidos, pero no menos trágicos.
En su conjunto, los datos son demoledores. Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, a nivel Estado, además de resaltar el dato de las decenas de asesinadas cada año, el 12,7% de las mujeres mayores de 16 años ha sufrido violencia por su pareja o expareja: esto suma casi 2,7 millones de mujeres. La encuesta también señala que el 14,5% de las mujeres de 16 o más años ha sufrido algún tipo de violencia sexual a lo largo de su vida. Otro dato no menor es que el 53,8% de mujeres presenta secuelas psicológicas derivadas de la agresión. Y que el 36,2% de las mujeres residentes en el Estado ha sufrido acoso sexual en algún momento de su vida.
El contrapunto no es menos preocupante: el 20% de los varones jóvenes niega la existencia de la violencia machista y considera que el feminismo “ha ido demasiado lejos”. Lo que prolifera en las redes sociales son mensajes que banalizan, ridiculizan o tergiversan los conceptos de igualdad, feminismo o patriarcado. A lo que hay que añadir las actitudes de control hacia las parejas, la cosificación de la mujer y el consumo acrítico de pornografía violenta. Todo ello alimenta una visión distorsionada e injusta de las relaciones afectivo-sexuales.
A partir de esta realidad, resulta insoportable la existencia de sectores ideológicos vinculados a la ultraderecha que instrumentalizan las redes sociales y determinados medios para erosionar los consensos sociales en derechos humanos, entre los que se encuentra el de la mujer por serlo. Estos sectores no escatiman bulos ni la desinformación emocional para distorsionar la realidad usando memes, y sobre todo plataformas e influencers que manipulan con un lenguaje provocador disfrazado de victimismo masculino para captar a jóvenes desinformados o descontentos. El resultado es una radicalización silenciosa muy activa del tejido social.
Esta tendencia avanza en Europa hacia la normalización del negacionismo de la violencia machista. Las narrativas de extrema derecha trivializan estos crímenes hasta el punto de construir un relato que niega lo evidente: que la violencia de género es un problema estructural y social. Con todo, Vox incrementa sin parar su intención de voto, incluso en las franjas de edad del espectro femenino (datos CIS, comparativa enero-junio 2024-25).
En conclusión, este tipo de relato negacionista desprotege a las víctimas y crea un clima donde los agresores encuentran comprensión social e incluso cierta justificación. Todo esto supone una amenaza directa a los derechos fundamentales que defienden la igualdad real y efectiva legal (art. 14 CE). Que existan colectivos de jóvenes negando la violencia de género es algo que una democracia madura no se puede permitir, sobre todo porque el relato degrada la dignidad humana al banalizarla del todo cuando se ha llegado incluso a culpabilizar a las mujeres. El resultado consecuente es degradar la ética social para seguir desmontando nuestra arquitectura de derechos y deberes. Cuidado con este embate, porque sus promotores van muy en serio.