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Orwell está de plena actualidad

Orwell es el único autor del que puedo alardear de haber leído todas y cada una de las líneas que publicó.

En 1937 recibió un disparo en el cuello durante la Guerra Civil Española, en el frente de Aragón, al que había acudido a primera línea de combate en las milicias del POUM.

El francotirador había apuntado con precisión, pero la bala no le dio a la arteria por milímetros. Tumbado en el suelo, asfixiándose, Orwell creyó que había llegado su última hora. Y que le había llegado no por la gloria, ni por su país, sino por la verdad. El caso es que no sólo se salvó así de morir de ese balazo. Posteriormente pudo escapar, también por muy poco, a la muerte a manos de los comunistas en su represión contra el POUM en Barcelona.

Había ido a combatir el fascismo, pero descubrió en el frente otro enemigo más: la mentira. Vio a hombres traicionar en nombre de la justicia y a la propaganda transformar los hechos hasta borrar todo rastro de la realidad. Y vio cómo los ideales mal llevados pueden mutar en represión brutal.

El genio de Orwell no nace en salones intelectuales. Se arraigó en la miseria y la lucidez. Fregó suelos en París, compartió el día a día de los mineros del norte de Inglaterra, vivió entre los olvidados para comprender la realidad de los más pobres. De ahí sale su primer libro, “Sin blanca en Paris y Londres”, en 1933. Para él, ya por entonces, escribir no era un oficio, era un acto moral. Afirmaba que en tiempos de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario.

Nada abre más los ojos que ser becario pobre en la prestigiosa escuela de Eton, conviviendo con hijos de los lords y otros potentados, que te desprecian por ser eso, un pobre becario. Luego fue policía colonial en Birmania, donde vio lo peor y lo más absurdo del colonialismo. De ahí sale su segundo libro, Días de Birmania.

Con el tiempo, su herida en el cuello cicatrizó, pero la herida en su alma era muy profunda. De esa herida nacieron sus obras más importantes, la Rebelión en la Granja, en la que muestra la mecánica de cómo las revoluciones pueden degenerar en una tiranía en la que todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.

Su artículo La política y el idioma inglés es de lo mejor que se ha escrito respecto al lenguaje político.

Escribió su último libro, 1984, entre ataques de tos, consumido por la tuberculosis en una gélida isla de Escocia. Quería transmitir una última verdad antes de que su voz se apagara. En ese libro, lanzó al mundo una terrible advertencia: la verdad puede ser destruida, reescrita, sustituida por el discurso del poder.

1984 ya fue todo un éxito de ventas póstumo tras su publicación. En los años inmediatamente posteriores a la misma, el libro fue alabado por la derecha por creer que criticaba a la órbita soviética y porque representaba lo que denominaban la decencia común. La izquierda lógicamente no iba a aceptar nada que pudiera interpretarse como crítica a la URSS, considerando además que eso de la decencia común no era otra cosa que moral “burguesa” o “de derechas”. No era ni una cosa ni la otra. Es una crítica clara contra el autoritarismo, sea del color que sea.

La popularidad de 1984 vuelve a tener auge en pleno siglo XXI. Tan es así que el término orwelliano entra en el vocabulario general para describir acontecimientos políticos y sociales que nos rodean y que reflejan los temas de la novela. Por ejemplo, la expresión “hechos alternativos”, acuñada en la primera presidencia de Trump se utilizó para defender declaraciones engañosas. No es de extrañar, por tanto, que se percibieran paralelismos con el Ministerio de la Verdad de la novela y su función de reescribir la historia.

Desde entonces, el libro se utiliza con frecuencia para analizar y criticar acontecimientos contemporáneos, en particular los relacionados con la erosión de la verdad, la expansión del poder gubernamental y la polarización política. La novela también se ha convertido en un campo de batalla en los debates sobre censura y prohibición de libros en escuelas y bibliotecas, ya que en algunos estados de Estados Unidos, como Iowa y Florida, el libro ha sido retirado de las bibliotecas escolares y de las aulas en base a leyes estatales o decisiones de juntas escolares locales. No deja de tener su guasa que 1984 sea objeto de censura, ya que el libro en sí mismo es una advertencia contra la propia censura y el control autoritario.

Cuando vivía, y aún después de muerto, la derecha le consideraba un marxista peligroso y la izquierda lo tildó de anarquista conservador cuando no de traidor y chivato. No es de extrañar. Cuando falleció, no solo dejó novelas, sino también un espejo. Un espejo que, aún hoy, refleja con demasiada fidelidad nuestro mundo. Un espejo que enseña su ceguera a maniqueos fanáticos de derechas y de izquierdas. Los unos y los otros lo odian por diversas motivaciones, pero en el fondo todos porque ese espejo los refleja tal cual son. Y como él decía: “si la libertad significa algo, significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

George Orwell no solo escribió sobre la opresión. La vivió y la superó. Y con la cicatriz en su cuello y el fuego en sus palabras, nos advirtió del peligro de la tiranía sea del color que sea. La tiranía no es buena o mala en función de su color. La tiranía jamás es beneficiosa. No podremos nunca decir que no lo sabíamos, porque Orwell ya se ocupó de advertírnoslo. Alto y claro.

@Krakenberger