Hace unos días, en un artículo publicado en El País, el periodista taurino Antonio Lorca se quejaba de que el 6 de julio, en la edición matutina del Teleberri de Euskal Telebista, con motivo del primer encierro de los Sanfermines, la voz informativa terminaba diciendo que esos toros “por la tarde, en la plaza, serán lidiados y asesinados”. Más adelante, en el mismo texto, Lorca continuaba su discurso de protesta añadiendo comentarios como “la ley que protege la tauromaquia y la considera patrimonio cultural de este país no la cumple casi nadie”, o “lo que no parece adecuado es que alguien incumpla sistemáticamente aquella norma que no le gusta”, o “llama poderosamente la atención cómo la desafección sobre lo taurino ha calado en la clase periodística, de modo que sólo una minoría del gremio se atreve a hacer profesión de fe de su cercanía a la fiesta de los toros”, o “no hay comunicado de prensa de cualquier grupo antitaurino (…) que no encuentre un eco extremadamente cariñoso en cualquier medio de comunicación”, o “es evidente que está de moda ser antitaurino, es algo así como un pasaporte de altura moral que sitúa a quien presume de ello en el lado de los buenos”.
En definitiva, con esas y otras afirmaciones, el señor Lorca expresaba su indignación ante la injusticia que supone, según él, el desinterés y la hostilidad de buena parte de la sociedad hacia la tauromaquia. A lo largo del escrito, su autor insiste, por un lado, en obviar lo evidente, es decir, que la España del siglo XXI no quiere saber nada de esta aberración, y, por otro, en plantear el asunto de fondo como si se tratara simplemente de una división de opiniones, de una discrepancia de pareceres entre quienes apoyan las corridas de toros y quienes las rechazan. Es un planteamiento con el que nos encontramos siempre que surge el debate, una manera tramposa de enfocarlo que les interesa mucho a todos los actores del espectro taurino, esto es, ganaderos, toreros, rejoneadores, banderilleros, políticos populistas y periodistas como Lorca. Es tendencioso porque intenta hacer creer a la opinión pública que esto consiste en un respeto a la diversidad de gustos, de colores o de puntos de vista, en una colisión de dos derechos contraopuestos, el que, a su juicio, ampara a los taurinos y el que tendrían los no taurinos.
He ahí el error, la trampa en la que no debemos caer. Y es que aquí no hay simetría, no existe esa presunta separación o polarización entre dos grupos con ideas diferentes. Desde el momento en que unos, al mostrarse partidarios de las corridas de toros, defienden un hecho objetivo, factual, real, innegable, esto es, la tortura y la matanza cruel, sanguinaria, bestial, de un animal, de un ser vivo como nosotros, con un organismo palpitante y sufriente como el nuestro; desde el momento en que el motivo que tienen para hacerlo son las ganas de fiesta, el deseo de divertirse, o el más pedestre aún de que es una tradición heredada, quedan despojados de cualquier justificación, deslegitimados moralmente, de manera que ya no pueden alegar ninguna clase de igualdad frente a los demás, ya no tienen el fundamento ético mínimo para entrar en un debate en posición de paridad con el resto.
Y, claro, eso es lo que ocurre cuando alguien habla con claridad como en el caso del parte informativo de Euskal Telebista. Sucede que los taurinos, al oír esa voz en la televisión, esa verdad expresada sin ambages en un espacio público, se sienten directamente interpelados. Entonces, como no soportan que se llame a las cosas por su nombre, a eso tan espantoso a lo que se dedican; como no están cómodos cuando se les recuerda con palabras crudas pero nítidas lo que pasa en la plaza, en las corridas, cuando se les recuerda explícitamente, con sinceridad y sin hipocresía, que están participando, colaborando y lucrándose con un espectáculo anacrónico, con una práctica medieval, con un conjunto de acciones brutales y violentas contra una criatura noble de una especie similar a la nuestra, reaccionan con una mezcla de irritación, escándalo y vergüenza disfrazada de arrogancia.
Sí, individuos como el señor Lorca o el ganadero Álvaro Núñez, quien también se mostró ofendido al oír la crónica del Teleberri y que así lo manifestó en otro programa de RTVE, ponen el grito en el cielo porque están acostumbrados a referirse al asunto a través de abstracciones, de eufemismos, por medio de expresiones como “los toros” o “ir a los toros” o “la fiesta nacional”, que se quedan a mucha distancia física y conceptual del lugar, del instante y del hecho abominable, se escandalizan porque en su entorno suelen emplear otro tipo de términos, términos que se esfuerzan mucho por sonar inofensivos, inocuos, suaves, edulcorados, no vaya a ser que los potenciales futuros aficionados acaben conociendo la verdad desde el principio. Y, a menudo, van todavía más lejos en esa nomenclatura, en ese código interno con el que se comunican, se atreven incluso a utilizar la palabra cultura, la palabra arte, con la misma desfachatez con la que ciertos gobernantes llaman verde a la energía nuclear.
Ahora, una vez concluidos los Sanfermines 2025, tenemos una ocasión idónea para plantear y compartir una reflexión que vaya más allá de ese balance insuficiente y poco ambicioso que han hecho las autoridades de Pamplona. Ahora deberíamos aprovechar ese comentario tan oportuno vertido en el Teleberri del 6 de julio, y que seguirá siendo válido en su espíritu por mucho que la propia EITB, en una contestación a la Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos, lamente haberlo utilizado, para sentar un precedente definitivo en el modo de abordar el tema, para evitar que quienes nos imponen a nosotros como colectivo esta masacre animal se permitan encima el lujo de blanquearla presentándola con una denominación equívoca y una publicidad engañosa. Entonces, una vez tengamos todos claro de qué hablamos cuando hablamos de corridas de toros, será el momento de que la sociedad española en general y la navarra en particular, que está mayoritariamente en contra de ellas, abandone su pasividad vacilante, se pronuncie de una manera contundente y actúe en consecuencia.
Escritor