Paralelismo
Mediante las consultas demoscópicas y los resultados electorales relativamente recientes en Europa, se constata un creciente desapego, especialmente de la población joven, hacia el sistema democrático. La aceptación creciente del autoritarismo, el afianzamiento del apoyo a las opciones de ultraderecha y una declarada y cierta oposición a los derechos generales logrados, así lo corroboran.
No es la primera vez, ni será la última, que una parte importante de la Humanidad abandona su confianza y credulidad en ideas y creencias que resultan importantes para la convivencia organizada, pacífica y con aspiraciones de ser más libre. Me viene a la cabeza un cierto paralelismo con otro proceso histórico que, podemos asimilar a lo indicado, desde una perspectiva sistémica y dinámica.
Recuerdo cómo allá por los años 30 a 70 del pasado siglo, y en lo que al Estado español se refiere –eran años oficialmente nacionalcatólicos–, se consolidó un desapego generalizado entre las cohortes poblacionales jóvenes de la religión, de la visión católica y cristiana del mundo, aunque no de la “espiritualidad” individual y colectiva.
El hippysmo, el comunismo y la espiritualidad asiática (Hare Krishna), entre otras corrientes, tomaron el relevo con base en visiones éticas, morales, psicodélicas y evasivas. Pudieron existir múltiples razones para ello, y entre otras destaco la percepción de que la realidad de la religión católica y demás creencias cristianas, su funcionamiento y omnipresencia, no lograban resolver todos los problemas reales, ni las incógnitas de la vida cotidiana, ni las dudas existenciales.
Por tanto, alcanzar un sistema social democrático se convirtió en el nuevo paradigma e ilusión de una parte creciente de la población referida, justificado y razonable, por otra parte. Y este es el punto de conexión, en mi opinión, de tal paralelismo.
Ante los problemas reales identificados y manifestados con nitidez por la población, especialmente la juvenil, como son la vivienda, la precariedad en el empleo, el nivel salarial, y el aislamiento motivado por el uso intensivo e inadecuado de determinadas aplicaciones de la tecnología, entre otros, se reacciona. Y esa reacción se sustancia en una cierta postura de rechazo hacia el sistema democrático, al que se le da, también, la cualidad de panacea.
No es que el ateísmo y el agnosticismo sean equiparables, ni sinónimos, en absoluto, al fascismo o al autoritarismo, pero su aceptación, en parte, son el resultado de la pérdida de fe, de confianza en una visión geoestratégica y global del mundo, sea esta visión religiosa o sociopolítica.
Ambas pérdidas, y sus efectos, son presentados y jaleados interesadamente por las fuerzas internacionales que, con su poder económico, –el mundo sumergido y no oficial y públicamente medido sería uno de sus componentes–, y con absoluta intencionalidad, realizan esa presión conceptual permanentemente.
Si fuera cierto el paralelismo citado, deberíamos preocuparnos por nuestro futuro inmediato. Es una amenaza real y peligrosa para las mayorías silenciosas frente a los logros de poder de algunas minorías.
Economista