DOS de los principales elementos que han caracterizado una “alta consideración” exterior de los Estados Unidos de América han sido sus Universidades y Think Tanks de alta calidad, referentes de calidad, liderazgo e innovación, sostenidos a lo largo del tiempo.

Cambiando las reglas del juego y la geopolítica del talento

La Universidad de Harvard, sin duda alguna, es un claro icono de esta excelencia apreciada a nivel mundial. Un 25% de su alumnado es no estadounidense y un elevado número de sus profesores e investigadores o son extranjeros, o disfrutan de doble nacionalidad o visados especiales, participando, a su vez, en múltiples alianzas colaborativas con un amplio número de Universidades e Instituciones de investigación o enseñanza a lo largo del mundo. Sus trabajos (de asesoría, consultoría, formación, generación de impacto) se extienden a lo largo del mundo contribuyendo al desarrollo fuera de las fronteras estadounidenses, compartiendo beneficios con empresas, instituciones y países origen de sus estudiantes y profesores.

Harvard, de forma recíproca, se beneficia, también, de esta circunstancia y, por supuesto, Estados Unidos de América, percibe la mayor contribución de lo generado. Una base de talento, envidiable por un mundo que “compite” por atraer, retener, generar talento-conocimiento como fuente esencial de innovación, bienestar y riqueza de las personas. Su influencia en el territorio (dentro y fuera de Estados Unidos), genera, todo tipo de “polos de desarrollo” en avanzados estadios de innovación, favorece clusters y/o ecosistemas y su concentración coherente e inteligente, facilitadora de estrategias completas y holísticas para el desarrollo diferenciado, favoreciendo la concentración de talento, capacidades y habilidades imprescindibles para la conectividad internacional entre áreas, ciudades, regiones, a lo largo del mundo, tejiendo redes especializadas de conocimiento y todo un proceso inacabable de proyectos colaborativos.

El gobierno Trump ha decidió intervenir (no solo en la Universidad de Harvard, sino en otras instituciones), retirando fondos públicos, exenciones o beneficios fiscales, programas de investigación colaborativa y, de manera extrema, impidiendo a la Universidad la matriculación de extranjeros (hoy son 6.793 estudiantes representando el 27% de la matriculación total), la libre decisión de nombramientos en la dirección de centros, departamentos, institutos que señala “contrarios a los intereses de América”. Deniega o suprime visados, exige su expulsión y ha iniciado una investigación prospectiva de todo visado académico en curso, tratando de “identificar” personas “non gratas con intenciones anti americanas”. Sin previo aviso y con una más que dudosa justificación, cambia las reglas del juego a golpe de órdenes ejecutivas (práctica que con mayor o menor intensidad y máxima duda de control democrático se viene extendiendo en los diferentes gobiernos del mundo). Redefine así el futuro (o ausencia del mismo) de miles de personas que tomaron sus opciones educativas y de trabajo basadas en determinadas reglas del juego hoy suprimidas.

Estos alumnos afectados, han venido financiando sus esfuerzos académicos, o bien con créditos personales (que confiaban poder pagar una vez concluidos sus estudios y con años de desempeño profesional), becas de todo tipo de Instituciones (públicas o privadas, y, por lo general, vinculadas a gobiernos o instituciones de sus países de origen) y ahora se encuentran en un “limbo” pendientes de decisiones cautelares de los jueces, de cambios “voluntarios” del gobierno o de “potenciales trasferencias de sus créditos académicos” a otras Universidades que “cumplan” con el mandato de la nueva política y/o “homologuen” los estudios realizados. De igual forma, un elevado número de profesores e investigadores ven truncados sus programas en curso y se convierten de alguna manera, “en objeto deseado de la contratación competidora exterior”.

Así, al margen del enorme e irreparable daño causado y la permanente “duda” que acompañará tanto a la Administración USA, como a las universidades y personas afectadas, podríamos afirmar que el mayor perdedor es, sin duda, los “Estados Unidos de América”. Adicionalmente, no podemos señalar otro elemento esencial en juego. El modelo estadounidense de los “Moonshots”, imaginando grandes desafíos de largo plazo, motivando sociedades enteras a la búsqueda comprometida de complejos, a la vez que beneficiosos, cambios multi área, soportado en Universidades, en sus Centros de Investigación asociados, facilitadores de la interacción entre múltiples empresas, proyectos e iniciativas, y que hicieron florecer las principales industrias y tecnologías tractoras, las “escuelas de pensamiento”, los modelos de progreso y desarrollo y, por supuesto, los principales “HUBs de Innovación”, a lo largo del mundo, parecen reorientarse al deseo, interés, poder y control de unos pocos a merced de decisiones unilaterales, alejados de controles democráticos reales. Estados Unidos ha sido un destacado jugador en este tipo de programas colaborativos soportados en sus Universidades. ¿Se trasladarán a otras latitudes?, ¿se pretenderá llevarlos a cabo por adjudicación directa gobierno-empresa concreta?

Hoy mismo, mientras escribo este artículo, la Universidad de Harvard celebra las tradicinales ceremonias de graduación en sus diferentes Escuelas y Facultades. La fiesta habitual se ve empañada por la más que incierta consecuencia de las decisiones tomadas. Estudiantes que no han podido contar con la compañía de familiares e invitados al serles revocados los permisos correspondientes, el dudoso futuro de sus compañeros y proyectos en curso o previstos a futuro… y, a la vez, los equipos de abogados en representación de la Administración Trump y de la Universidad, inician conversaciones a la búsqueda de soluciones que reconduzcan este daño causado y, sobre todo, la búsquedad, desde la Universidad, de defencer sus derechos, libertad, historia y caminos de futuro. Así mismo, la jueza encargada de las denuncias y recursos interpuestos por la Universidad, acaba de suspender, con carácter cautelar, la suspensión de las imposiciones Trump.

Hoy, a la vez, como suele suceder con intervenciones críticas de esta magnitud, se abren “grandes oportunidades”, inesperadas y no provocadas, para “sus competidores”: ¿Y si se diseñan e implementan estrategias completas de captación de ese talento deseado?

Sin duda, ha sido siempre controvertido el intento de atraer talento (los beneficios de quien atrae generan pérdidas en los países/instituciones de los “atraídos” o “captados”). Una agresiva política de gobierno por atraer su diáspora y/o descendientes, o los profesionales formados en el exterior, “descapitaliza en origen” a la vez que fortalecen el espacio de atracción. Pero, a la vez, en un caso como el descrito, permite facilitar soluciones a quienes de forma involuntaria se ven privados de sus “planes y proyectos de vida” y que pueden encontrar fuentes alternativas de desarrollo. Cabe asistir, de inmediato, a una carrera de ofertas generando un intenso cambio en la “nueva geopolítica del talento”. El mundo de hoy y, sobre todo, el de mañana,necesita de procesos y estrategias coopetitivas entre disciplinas, países, conocimeinto diferenciados.

En la propia Universidad de Harvard, su Instituto de Estrategia y Competitividad, fundado y presidido por Michael E. Porter, con su permanente vocación de “formar formadores y generar impacto a lo largo del mundo”, creó una Red internacional “M.O.C. Network-Microeconomía de la Competitividad” (www.mocnetwor.org), de la que me enorgullezco de formar parte, funcionando desde el año 2002, con 140 Universidades e Institutos, a lo largo del mundo, con una “Facultad” o claustro de cerca de 700 profesores e investigadores, impartiendo cursos específicos (50.000 alumni) y proyectos de desarrollo. Muchos de sus miembros ven peligrar, hoy, su presencia en los diferentes seminarios, workshops, programas en/desde la Universidad, así como su potencial afiliación. Ya en el marco de esta Red, un relevante e importante trabajo dirigido por el profesor Porter, abordó el “deterioro de la democracia y gobernanza en los Estados Unidos”, (The Industry of Politics. A competitive disadvantage), aplicando su modelo de “las 5 fuerzas y la Ventaja Competitiva de las Naciones” para analizar lo que él llamó “la Industria de la política en Washington”. Advertía del “encapsulamiento” de los actores del aparato de gobierno y política del país, sus cabildeos, estilos de gobierno, objeto de legislación, “reducida calidad de legislación, gobernanza” y democracia de baja intensidad y merma considerable de su calidad. La calificaba no solo como un problema real de democracia, sino una “fuente imparable de desventaja competitiva” de los Estados Unidos, otrora admirado como referencia de funcionamiento democrático, de un crisol y mezcla de migraciones variadas y diversas y escuela de pensamiento y modelos de gestión.

En el seno de la mencionada Red, posibilitó múltiples análisis e iniciativas de estudio de “la mencionada industria de la política” en diferentes países, confrontando dichas observaciones con el peligroso desencanto y fallo de las democracias y sus modelos de gobierno. Hoy, desgraciadamente, su generalización parecería más que evidente.

Hoy, es un problema visible en una prestigiosa Universidad. Mañana, sin duda, en múltiples faros a lo largo del mundo. Esta misma mañana, William Kristol (“The Bulwark”, director del “Proyecto para el nuevo siglo estadounidense”) recuerda que el caso Harvard debe movilizar a los demócratas estadounidenses para repensar las soluciones que han de proponer ante los desafíos oficiales, económicos, políticos y climáticos y el rol que Estados Unidos quiere jugar en el mundo, necesariamente diferente de lo que paraece instalarse, generando un desencanto generalizado.

Y este triste y preocupante episodio, se da, precisamente, en un momento crucial en la imperiosa necesidad de repensar, también, el rol de las Universidades (su capacidad diferencial de formación a diferentes “audiencias” cambiantes en nuevos ciclos, perfiles profesionales, modelos de enseñanza y carrera, internacionalización, diversidad y “longevidad etaria”; su capacidad y orientación investigadora, tanto básica, como sobre todo aplicada a las demandas y necesidades sociales; su capacidad de transferencia tecnológica y de conocimiento; su capacidad y compromiso generador de impacto tanto en las comunidades en las que se inscriben, como a lo largo del mundo; su capacidad generadora de talento y conocimiento...) y, por supuesto, su propio modelo de propiedad, gobernanza, financiación, ideario y valores, el espacio de libertad de su profesorado, alumnos y liderazgo social.

Lo que sucede hoy, y lo que termine pasando más adelante en y con Harvard, será un claro símbolo que nos ayudará a repensar su importancia en el bienestar, progreso, desarrollo social y, también, económico. Harvard se ve obligada, a su vez, a afrontar un nuevo desafío de máxima relevancia. En la manera en que responda y encuentre nuevos caminos colaborativos con terceros (otras instituciones académicas, redes de centros de investigación, gobiernos y países, con su propia extensa red alumni distribuida a lo largo del mundo en posiciones clave), generando soluciones para sus alumnos, profesores, proyectos de investigación en curso y dé cobijo, directo o indirecto, en redes paralelas o convergentes a la crisis provocada por la intervención gubernamental, fortalecerá su liderazgo y éxito, su legado, su rol a futuro, adelantando la vanguardia de una imprevista innovación educativa. ¿Asistiremos a un nuevo modelo de Universidad en RED?

Sin duda, talento no es solamente un cúmulo de conocimiento, o formación-información, sin la orientación, propósito y liderazgos acertados. Tampoco el talento se genera o da en exclusiva en el ámbito Universitario y en estudios y grados superiores. Pero, por supuesto, el aquí hoy reseñado, es esencial para el progreso social y económico.

¿Volverá el talento generado en otros sitios a sus geografías de origen? ¿La conectividad universal facilitará la innovación transformadora de nuevos espacios de conocimiento en auténticos “ecosistemas de conocimiento” en las fortalezas de un capital humano, social, institucional en tejidos socioeconómicos de alta calidad democrática?

Sin duda, un nuevo tablero geopolítio acelera la movilización del talento.