Ha muerto Pepe Mujica. Se ha callado la última (?) voz que clamaba en este triste e irónico desierto poblado de almas en pena. Alcanzó la quietud, la inconformidad irredenta de quien, como predicaba el jurista romano Domicio Ulpiano, vivió honestamente. Se fundió con el silencio el profeta que anunciaba y lloraba la profecía de la desventura y porfiaba por la ventura. Se marchó para siempre el sublimador de la vida, el denigrador de lo obscenamente inhumano. Ha muerto Pepe Mujica. ¿Quién, ahora, mantendrá despierta la conciencia de una América Latina abandonada y humillada? ¿Quién, a partir de este momento, abrirá los ojos de un mundo cegado por la invidencia seductora y deseada?
La marcha de este mundo de Pepe Mujica ha agitado mi memoria y una cascada intensa de recuerdos se me han hecho presentes en mi memoria a la par que imagino, en la República Oriental del Uruguay, el tañido fúnebre de las campanas sumiendo al país en la inmensa tristeza.
Conocí personalmente a Pepe Mujica y a su esposa Lucia Topolansky en el Hotel Embajador de Santo Domingo en la República Dominicana en octubre del 2016. Durante tres días compartí hotel con ellos dado que, en mi condición de Doctor Honoris Causa de la Primada de América, había sido invitado por el rector Iván Grullón Fernández para formar parte de la bancada que presidiría el acto de investidura de Pepe Múgica como Doctor Honoris Causa por esa misma Universidad. La concesión de esa más alta distinción estaba fundamentada en “sus extraordinarios aportes a la democracia, al respeto por los derechos humanos y su ejemplo de vida pública integra y austera”.
Fueron tres días, ¡pero qué tres días! Los desayunos, las tertulias improvisadas, los encuentros en los pasillos de la sexta planta del hotel Embajador (coincidió que mi habitación estaba frente a la suya) se convirtieron en ocasiones para hablar de todo, desde lo más frívolo hasta lo más trascendente, desde lo más simple humano hasta la complejidad del ser humano, desde la maravilla preñada de misterio y milagro que supone haber nacido hasta el momento fatídico de la muerte.
Ese momento en el que ya no podrás saber si realmente existía o no una meta (que Pepe decía que no la hay), no serás capaz de constatar si nos esperaba o no un arco de triunfo (que, según él, tampoco lo hay), y menos de acreditar que existe un paraíso (¡que fantástica ilusión!), que, tampoco hay un Obelisco que te va a recibir si acaso moriste en la guerra…
¡Hablamos de la vida, sí, de la vida! De la vida con sentido y la vida con conciencia.” Dos premisas esenciales, me decía, para al final de todo, poder clamar, como Pablo Neruda, “confieso que he vivido”. Pero, además, “dar sentido a la vida, –continuaba diciéndome–, te diferencia de los vegetales, de los animales y, aunque no logres el fin que te propusiste, encontrarás como humano, eso sí, la felicidad si te… dejas llevar por la guía inequívoca de la conciencia”.
Y es, sobre la recta conciencia de un hombre sencillo y austero Pepe Mujica escribió los renglones más sorprendentes, mezcla de tragedia y solemnidad, en la búsqueda de su felicidad. La conciencia que le llevó a la guerrilla tupamara, esa misma conciencia le alzó a la presidencia de la República Oriental del Uruguay. Esa conciencia que, en el mundo que nos ha tocado vivir, parece estar escandalosamente devaluada y casi extinguida y que solo resultaría ser patrimonio exclusivo de un puñado de elegidos. De ese sensor de moralidad que el filósofo suizo Jean Jacques Rousseau definía en su obra L’Emile cuando decía: “¡Conciencia, conciencia! ¡Instinto divino, inmortal y celeste voz! Guía segura de un ser ignorante y limitado, aunque inteligente y libre; juez infalible del bien y del mal que hace al hombre un ser sublime…”.
Sí, los tres días dieron tiempo para hablar de todo y sobre todo. Si bien, la vida y su sentido nos dio material para filosofar durante muchos ratos, no fueron menos las ocasiones que dedicamos a charlar sobre los derroteros por los que transitaba el mundo, sobre el capitalismo salvaje y sus efectos sobre la persona y los países.
Y sobre todo, dio tiempo para hablar del pasado y del presente de la América del Sur. Bueno, mejor dicho, para que Pepe Mujica, hablase y yo escuchase fascinado creyendo adivinar en su voz, sobre su propia obra escrita “La felicidad al poder”, a Mario Benedetti y Eduardo Galeano tejiendo con los versos del poema “No te salves”, del primero, y la prosa poética de “Las venas abiertas de América Latina”, del segundo, la verdadera realidad latinoamericana.
Al final de los tres días, le cursé una invitación para impartir la Lección Magistral del congreso de la Red Latinoamericana de Másteres y Doctorados de la UPV/EHU que debería tener lugar en Santiago de Chile, en octubre del 2019. Pepe Mujica escribió su teléfono en el billete de avión de categoría turista que le había traído de Montevideo a Santo Domingo (todavía lo conservo). Tras despedirnos en Santo Domingo…, ya no nos volvimos a ver. El congreso tuvo que ser suspendido como consecuencia del conocido como “el estallido social”, esto es, de unas manifestaciones masivas y graves disturbios, que se produjeron en ese momento en Santiago de Chile, propagándose rápidamente por todo el país. Sentí profundamente que se cancelase el congreso y, consecuentemente, que no se hubiera podido producir el reencuentro.
Es ciertamente torrencial la lluvia de elogios que, tras su muerte, ha recibido Pepe Múgica. Se le ha asociado con la dignidad, la austeridad, la humildad, la honestidad, el compromiso social… Todos ellos, en verdad, encajan en su personalidad. En jerga filosófica podría decirse que Pepe Mujica fue una persona sistemático-existencial. Y como tal, seguirá viva en la conciencia colectiva porque, sin duda encarna la esperanza de que, más tarde o más temprano, llegue la hora latinoamericana.
La hora en que, superando las cadenas de las tutelas interesadas, de las injerencias manipuladoras, de los complejos y neutralizando los mecanismos paralizadores ofrezca un nuevo Contrato Social que, a modo de pactum unionis sobre la base indefectible de la solidaridad entre todas las culturas latinoamericanas, tendrá como objetivo la convivencia cultural comunicativa en la que el individuo entendido, no como ente abstracto kantiano, sino como realidad tridimensional, esto es como sujeto cultural, sujeto político-democrático y sujeto de derechos universales, se libere del falso trinomio crecimiento/desarrollo/felicidad y pueda encontrar su felicidad a través del definitivo equilibrio con el medio.
Catedrático emérito de la UPV/EHU