Era todo lo consciente que pudiera ser con 6 años y tras escuchar en el cole, en una asignatura que se llamaba FEN, Formación del Espíritu Nacional, que España era una democracia orgánica. Me despisté un tanto porque en la calle escuchaba con bastante frecuencia, y también con reducción del tono de voz, que vivíamos en una dictadura, y, por la razón que fuera, tenía conciencia de que dictadura y democracia eran términos contradictorios.

Como los desconciertos en aquella edad los intentabas solucionar con tus padres, me acerqué a preguntarle a aita si realmente éramos una democracia. Tras un momento de silencio, me miró serio e, igual que cada vez que le preguntaba cosas como a qué se debían los rayos o por qué los coches andaban solos, él me contestaba que cuando estudiara física lo sabría, esta vez me respondió que lo descubriría cuando fuera mayor.

Y, contrariamente a la poca física que estudié y que me llevó a no aclarar las dudas que ahí continúan pendientes, el tema de la democracia, sus variantes y las dictaduras y sus versiones he intentado analizarlo en profundidad por ver si tras el largo tiempo que llevo presente en este complejo mundo logro desentrañarlo.

Tras darle vueltas mil veces a los diferentes sistemas de gobierno del universo mundo, había llegado a la conclusión de que la democracia es que cada cual piensa y vota lo que le apetezca y gobierna el más votado, mientras en la dictadura cada uno piensa, para sus adentros, lo que quiera pero no vota y manda el que más puede. O sea, que la democracia es más demócrata que la dictadura.

Aunque todo parecía claro como el agua y ajustado a la realidad teórica que he venido analizando sobre los dos modos más extendidos de gobernar, este último año me han ido surgiendo dudas.

Por una parte, si uno examina con cierta hondura la última elección norteamericana y su resultado, se encuentra con que muchos ciudadanos y ciudadanas se acercaron a votar a sus correspondientes urnas y eligieron, todo ello retransmitido por televisión, por una aplastante mayoría democrática, a un presidente con capacidad decisoria para casi todo. Por otro lado, hemos asistido en una elección, tan o más retransmitida que la americana, para un gobierno terrenal pequeño pero con mundial influencia en el ámbito espiritual porque, a todo decidir, dispone si la masturbación es pecado, en el que para el gobierno de 1.400 millones de almas católicas se sientan 130 señores con faldas rojas, y ninguna señora, para votar en secreto sin que nadie jamás sepa a quién ni cómo lo hacen, comunicando el resultado por el original método de quemar papeletas con un potingue que le otorga al humo color blanco o negro según hayan llegado a un acuerdo o no.

Lo mismo que lo de Norteamérica sé que de alguna manera me afectará, lo del Vaticano para nada, pero es tanta la atención mediática que se le presta sin criticar sus estupefacientes métodos que he entendido que debe tener gran trascendencia y por eso en mis análisis de modelos electorales he intentado hacer una comparación.

En un primer cotejo frío, está claro que Estados Unidos se rige por un modelo democrático mientras el vaticanista, aunque ninguna prensa lo comente, por una dictadura, o si se prefiere, por una democracia orgánica en la que solo votan los privilegiados, como en el franquismo.

Ahora bien, una cosa es el método y otra el resultado, y así, en el Vaticano gobierna sobre las almas de millones de católicos, eso sí, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que es un punto, un señor que resulta infalible para imponer a los católicos qué es pecado y qué no. Eso es un dictador aunque nos lo vistan de alguien elegido democráticamente con humos blancos y negros. Por otra parte, el nuevo presidente norteamericano democrático es un tarado, y lo peor es que no sea una sorpresa, todos lo sabíamos antes de las elecciones. Los norteamericanos han elegido a un presidente que quita subvenciones, mete unos aranceles o echa del País a quien le lleve la contraria. Han elegido a un líder que quiere anexionarse Canadá, Groenlandia y todas las tierras raras de Ucrania sin nada a cambio, un presidente que obvia a la justicia y ha fumigado a cientos de miles de funcionarios para que la oligarquía de empresarios que le apoyan haga lo que les viene en gana. En fin, un presidente elegido democráticamente por el voto mayoritario de sus conciudadanos que se comporta como un dictador.

Para culminar el análisis, mientras el presidente democrático invitaba a ingerir lejía contra el covid-19 y el secretario de sanidad es negacionista de las vacunas, en la dictadura del Vaticano defienden que el Espíritu Santo inspira la elección del Papa o que la Virgen de Lourdes cura a todo el que por allí se acerca.

Miro para arriba y le grito a aita que, aun habiéndome hecho mayor, muy mayor, no he descubierto nada. Toda la vida desentrañando democracias y dictaduras para concluir que ambas rematan en algo similar y yo sin terminar de saber nada.