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Mesa de Redacción

César Martín

Slow

Me han sorprendido recientemente. Lo reconozco. Fui a un supermercado y me trataron fundamentalmente bien. Incluso, me embolsaron la compra, algo que no me había pasado en la vida. Supongo que me vieron la cara de apuro al intentar gestionar tal acción con las manos ya ocupadas por el móvil, la cartera de la que intentaba sacar la tarjeta correspondiente, una gorra, los guantes y el paraguas, ya que el día de marras, reinaba una de las últimas borrascas que han regado el territorio histórico con cierta generosidad. En fin, que les comentaba mi sorpresa, ya que la costumbre parece la de pasar por caja con una celeridad inusitada marcada por la rapidez de lectura de los códigos de barras de los productos que se pretende adquirir. Habitualmente, si te descuidas medio segundo, por ejemplo, tratando de encontrar el paradero del monedero, la montonera de productos que se puede formar en la vaguada de la caja puede llegar a medirse en términos de parábola bíblica. Seguro que entenderán mi estado de sobresalto anímico tras experimentar las bondades de la slow caja. Sin embargo, tras aquella jornada, todo regresó a la normalidad y cada vez que voy al súper me siento jugador del Tetris ordenando célere cada uno de los objetos de la compra para evitar quedar sepultado por ellos.