La concesión del Premio Nobel de Economía a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson ha puesto de relieve la enorme fuerza diferencial que se otorga al capital social, institucional y humano, en el desarrollo económico, situándolo en el núcleo explicativo de la prosperidad, estancamiento o decadencia de naciones y regiones a lo largo del mundo.

Sus múltiples trabajos e investigaciones nos han venido acompañando a lo largo de los años en variedad de campos implicados, desde la óptica de la pobreza y riqueza, de las asignaciones democráticas o no, de la transparencia y ética gobernante, de la integración regional o dispersión por imposibles convergencias de renta, crecimiento o desarrollo y, por supuesto, del poder crítico de la tecnología, el capital, las infraestructuras o educación al servicio o no de sociedades inclusivas o de su concentración con reducidos grupos de poder.

Como suele ser habitual en estos casos, la explicación de los méritos de los premiados se destaca en función tanto de la aproximación que se haya tenido a sus aportaciones o a la anécdota específica de los ejemplos o área de estudios elegida, de modo que permitan a quienes con su testimonio diario dan la espalda a las ideas premiadas por el Nobel o bien se consideran ajenos a su personal influencia en el deterioro institucional o social que se pretende poner en valor, además de quienes contribuyendo al deterioro y no aportación a la prosperidad alineada con lo destacado, continúan su negativo rol favorecedor del declive a largo plazo.

En la Europa rica y próspera, se pone el acento en la diferencia occidental respecto de las brechas observables en otros continentes, países calificados como antidemocráticos o escasamente institucionalizados, o los orígenes se atribuyen a los ejemplos de la colonización de América, o a la simplificación diferencial de la unificación alemana (hoy aún en contestación), o de la separación de las dos Coreas (por razones externas y evoluciones propias diferenciadas). Ejemplos sobre los que han trabajado los autores premiados, explorando referencias contrastables en sus conocidos estudios.

En lo personal, recojo con entusiasmo el premio y argumentación que lo soporta. Como muchos, he tenido la gran oportunidad de seguir sus trabajos, compartirlos en gran medida e incorporarlos a modelos, estrategias y políticas que he intentado aplicar (y lo sigo haciendo) a lo largo de mi vida profesional. En especial la obra de Daron Acemoglu, quien ha trabajo en múltiples y variados campos.

En Euskadi, son ya miles las personas que han venido estudiando, profundizado, transformando y mejorando los modelos “básicos” de referencia del profesor Michael E. Porter, en el marco de la Competitividad, las Ventajas Competitivas de las Naciones, la simbiosis y simultaneidad de las políticas económicas y sociales, la relevancia diferencial del capital humano y de las “Instituciones y Entidades para la colaboración”, además del rol institucional de los gobiernos (en todos los niveles), de la calidad de la llamada “industria de la política y la gobernanza”, como elementos determinantes de la Competitividad. Así, quienes hacen posible construir y reforzar las estrategias y políticas públicas, empresariales y sociales en nuestro país no parecerán demasiado sorprendidos por lo que esto representa, sino reafirmarse en la bondad de estas ideas y elementos que marcan, claramente, la diferencia.

Por esta razón, merece la pena una amplia reflexión de lo que está pasando a nuestro alrededor. En un momento en el que Europa, por una parte, se enfrenta a uno de sus grandes desafíos de todo tipo en lo tecnológico, económico, social y político, careciendo de un pendiente y renovado sistema de gobernanza, realmente participativo (entre todos sus actores) e inclusivo, además de eficiente, eficaz, creíble y generador de entusiasmo creativo y comprometido. Una importantísima asignatura pendiente que resulta urgente, antídoto de la desafección existente, acometiendo una compleja e inevitable “revolución de su arquitectura institucional”. Aplazarla es tirar balones fuera y suponer que no pasa nada.

Los nuevos Nobel nos recuerdan que economía, política y sociedad no son variables independientes, sino miembros irremplazables e interrelacionados en cualquier solución a la búsqueda de democracia, seguridad jurídica, credibilidad, prosperidad, riqueza y bienestar. La política debe intervenir en la buena economía para el bien común al servicio de la sociedad. Desprestigiar la política, su ejercicio y a quienes se dedican a ella (de forma temporal o permanente), cerrar “el club” para una “industria aislada” del resto, o “maniatar a sus actores” para que no puedan abandonarla, mentir con el eufemismo “de un simple cambio de opinión” y usar los recursos y aparatos del Estado en beneficio propio, no es el mejor camino, ni el mejor ejemplo empático que la sociedad pueda recibir. En este marco, llama la atención, en el estado español, el escaso ecodenuncia que el modelo de gobierno instalado conlleva. Desde una debilidad parlamentaria real, instalados en un sistema de desgobierno vía “Decretos Ley Ómnibus” en los que cabe de todo en un mercadeo, punto a punto, incorporando las promesas y compromisos previos reiteradamente incumplidos, respondiendo a necesidades coyunturales y sin un proyecto o modelo de futuro conocido (compartido y creíble). Se percibe una falta de información, transparencia y controles democráticos suficientes enredados en un deterioro institucional, acrecentado por una perniciosa proliferación de descalificaciones mediáticas y persistentes signos de presunta corrupción o desgobierno en un clima de confrontación entre diferentes administraciones y niveles institucionales.

Deberíamos preguntarnos, si el Capital Institucional y social que premiamos en Estocolmo, se da aquí o, por lo contrario, va generando un deterioro creciente de difícil retorno.

Cuando explicamos en Euskadi la posición actual, el estudio del país (con sus debilidades y necesidades no resueltas, también), destacamos el elemento diferencial que explica por qué muchos de los casos realizados aquí no se han podido realizar en otros lugares del mundo. Son en ocasiones, iniciativas y/o proyectos aparentemente parecidos, muchas veces con el acompañamiento de profesionales y/o líderes expertos que los han traído aquí, con participación de empresas multinacionales presentes aquí y en otras áreas base, con profesionales con los que hemos estudiado y aprendido juntos, en los mismo libros y proyectos que los demás, y compartimos teorías, metodologías, etc. similares o idénticas, y el resultado es diferentes. ¿Por qué unas naciones prosperan y otras no? Capital humano, Capital social, Capital institucional, Organizaciones democráticas con control y separación de poderes, con cultura colaborativa y desde la acción compartida pública-pública, pública-privada, privada-privada, comprometidos con la comunidad, cocreando valor empresa-sociedad. Un proceso sensible (pese a su complejidad objetiva) que no se improvisa.

Tal y como recordaba estos días el Mckinsey Institute con una entrevista realizada en 2021 al profesor Acemoglu (Forward Thinking) en la que afirmaba: “Entiendo que la política económica del crecimiento, cómo lo hacemos que suceda, qué tipo de Instituciones hemos de construir y fortalecer al objeto de facilitarlo, quienes se habrán de beneficiar, en verdad, del mismo, cómo lo regulamos (así como el poder, propiedad, uso y control de las tecnologías exponenciales y en especial la inteligencia artificial y la automatización-robotización) y sus procesos de transformación en marcha, están íntimamente ligados”.

Días antes de hacerse público el nuevo Nobel, la escritora Anne Applebaum publicaba su último libro Autocracia, S.A., añadiendo a su larga referencia editorial a “la decadencia y caída de las democracias”, llama la atención sobre el deterioro observable en las Instituciones, la disminución de afecto y credibilidad por las sociedades a las que sirven, y el cuestionamiento de los marcos reguladores de los elementos críticos en las transiciones de futuro ante los crecientes desafíos, la calidad de las democracias, la proliferación de autarquías (formales o informales) y el traslado-concentración de poder en unos pocos (empresas, organismos, etc.).

El contraste de estas referencias supone una señal alarmante, “luces rojas” que apela a las sociedades para cuidar sus Instituciones, exigir la máxima calidad en su gobernanza, potenciar su capital político, capital social, capital institucional imprescindibles para el bien común, prosperidad, riqueza y bienestar esperables y deseados.

Zorionak! ¡Felicidades! A los premiados con este nuevo Nobel, agradeciendo su trabajo a lo largo de los años.