59 segundos ha regresado a la tele, ahora con Gemma Nierga. Han pasado muchos años desde que el programa revolucionara los debates políticos con aquello de bajar el micro para evitar que el invitado, casi siempre el político de turno, se extendiera en sus explicaciones y quitara la palabra a los demás. Ya no somos aquella sociedad de entonces y además de las fake news que lo han manchado todo, los discursos políticos están repletos de palabras vacías y son muchos los políticos que ya no se pelean con el micro porque les deje sin voz; al revés, respiran aliviados cuando el tiempo se agota y tras dar varios rodeos se libran de responder la cuestión.
El otro día se pasó por allí el político arrepentido de dejar la política durante unos días, Borja Sémper, con un capote enorme con el que toreó a su presentadora, que anda todavía despistada con el programa que le ha tocado en gracia. Con el micrófono, a modo de reloj de arena como aliado para no decir nada, tiró de rodeos y argumentario durante 57 segundos tras cada pregunta, para deslizar en los dos últimos alguna palabra que simulara que iba a decir algo interesante antes de que se le acabara el tiempo y se les escapara la sonrisa. Y así una y otra vez. Hasta el hartazgo.
Los invitados de esta nueva etapa del programa toman los 59 segundos como un aliado para no decir nada sin que parezca que se niegan a responder y con ello el formato se demuestra inútil para sacar palabras a quien no quiere o no tiene nada que decir. Precisa, por lo tanto, de una presentadora que no se deje torear y de vez en cuando intente cornear al invitado, como hicieron en este programa Mamen Mendizábal, Ana Pastor o María Casado. No es el caso de Gemma Nierga que se sienta a la mesa con su habitual buenrollismo dispuesta a que le cuenten lo que quieran, como en aquellos viejos tiempos de Hablar por hablar, donde los oyentes le llamaban a la radio para contar las penas que no les dejaban dormir. Pero aquí no valen los susurros, las sonrisas y los abrazos, toca ser incisivos y hasta puñeteros para evitar que el invitado toree a la presentadora, al programa y a los espectadores que tienen cosas más interesantes que hacer, como si la clase política no nos toreara ya bastante en otras partes.
Y Gemma Nierga no se ha puesto las pilas y si en el primer programa, con el socialista Óscar Puente, estuvo perdidísima levantando micrófonos una y otra vez para que el ministro se extendiera lo que quisiera, en el segundo no ha estado mucho mejor. Hay que llegar con ganas no sólo de preguntar, también de obtener respuestas útiles, todo lo demás es que te pasen un capote por la jeta. Es curioso que hasta el público al que se le permite preguntar se diera cuenta del cambiazo en las respuestas de Sémper y su presentadora, tan sonriente y feliz, no.