Instrumentalizar los debates, convertir la situaciones más dolorosas en ascua para calentar sardina política propia siempre deja tiznada la mano que lo practica.

Hay quien parece tomarse a broma la situación sangrante –y sanguinaria– creada por el régimen de Maduro en Venezuela. Se puede entender el desliz, pero nunca la perseverancia en la manipulación. Lleva apenas una semana sacando la pata a medias la izquierda independentista vasca y la que se tiene por alternativa en España del cubo de hez en el que la metió en alegre, combativa y militante algarabía de satisfacción por la victoria electoral, primero supuesta y después impuesta, por los herederos de los usos y formas del chavismo. La pata va saliendo pero el aroma persiste.

Tras el patinazo dogmático que animó a EH Bildu, a Sumar y a Podemos a ondear la bandera de lo más cavernario de esa dictadura del proletariado sin el proletariado –puro despotimos sin atisbo de la menor ilustración– que retiene el poder en el país caribeño no ha habido reconocimiento de error. Solo un trompo en el discurso que ahora pide verificación donde antes abrazaba certeza y exigía silencio a quienes denuncian el pucherazo. Aquí hay izquierdas que se tienen por populares y aún retozan en el populismo. En su biblia apócrifa, la mano izquierda sabe lo que hace la mano derecha, así que no cuela que una parte del colectivo haga bocina del discurso amansado y colaborativo de oposición responsable y otra lance detritus.

Se da un silogismo de echarse a temblar. Proposición uno: la demanda de democracia, de unos resultados electorales transparentes en Venezuela, convierte en extrema derecha al PNV porque a ella se adhiere Vox en el Congreso, concluye una izquierda amontillada por el tiempo transcurrido sin ventilación. Proposición dos: en el Parlamento de Nafarroa, EH Bildu, UPN, PP y Vox aprueban conjuntamente un complemento de productividad en empleados públicos de Hacienda pero no se contamina nadie porque se justifica en la necesidad de la medida. Resolución: en consecuencia, pagar complementos a los funcionarios lo justifica todo, pero la democracia en Venezuela, no. Ya voy entendiendo su modelo social.