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El voluntariado (y II)

Decía en la anterior entrega que Joaquín García Roca, catedrático de la Universidad de Valencia, escribió el año 1999 una especie de dossier con reflexiones interesantes y plenas de actualidad sobre el “voluntariado” en general titulado La larga marcha del Voluntariado. Llegó a mis manos y lo leí con avidez. Doy continuidad a mi primera entrega. Así dice Joaquín: El futuro estará de parte de la bondad de los corazones y del sentido de buena vecindad. Por lo que el voluntariado premoderno se propone restaurar el valor de la generosidad personal frente a las conquistas de los derechos individuales y sociales. Ante esta ofensiva neoconservadora, el voluntariado maduro, en una sociedad dinámica, recrea su pertenencia a la tradición emancipadora y considera irreversibles algunas adquisiciones, como la conquista de los derechos civiles, políticos y sociales –a cuya universalización servirá el voluntariado–, el compromiso del Estado en la construcción de los sistemas públicos de atención a las necesidades y la profundización de la democracia como desarrollo de la ciudadanía.

El voluntariado maduro sabe que no se puede construir sobre las cenizas de lo público y que los sujetos frágiles no ganan cuando el Estado renuncia a sus responsabilidades; más bien, considera esencial entre sus funciones exigir y contribuir al buen funcionamiento de los servicios públicos, las profesiones y los derechos. En ningún caso se propone fragilizar los compromisos del Estado ni debilitar la profesionalización de la acción social o dar por generosidad lo que corresponde por derecho.

Mientras el voluntariado contra-moderno intenta asumir un protagonismo principal en los servicios e incluso sustituir a los compromisos del Estado de Bienestar, el voluntariado maduro los exige como un capítulo esencial de la distribución de los bienes sociales y del ejercicio de la ciudadanía activa. La irrupción del voluntariado maduro en la construcción del bienestar no puede debilitar en ningún caso los derechos que constituyen el pacto implícito y el vínculo de legitimación de las instituciones democráticas. El voluntariado actual conquista, asimismo, la conciencia de la dimensión política y sitúa su acción en el interior de un horizonte de transformación. La acción voluntaria enlaza las posibilidades con la realidad, más allá de construir castillos en el aire, es un buscador continuo de nuevas fronteras. Cada acción voluntaria es la realización de posibilidades, es arranque de posibilidades. La vuelta de lo social que propugna el voluntariado no responde a formas nostálgicas, sino a acciones anticipatorias, que aspiran a crear e inventar posibilidades nuevas; posee una connivencia esencial con la creatividad y la anticipación. Lo suyo es inventar posibilidades que la realidad admite: ahí están para testimoniarlo la cantidad de grupos que con su presencia en el campo de la droga, de la ecología, de las minusvalías, de la ancianidad, de menores en riesgo, se han anticipado a las leyes y a las respuestas institucionales.

Mientras el voluntario contra-moderno se interpreta a sí mismo como una aventura individual que se sostiene sobre la generosidad y el desinterés personal, hasta alcanzar incluso altas cuotas de heroísmo individual, el voluntariado actual descubre el valor de la organización: no existe voluntariado sin organización. No se trata tanto de una institución ociosa que se vincula a la clase media a causa de su tiempo sobrante, cuanto de ciudadanos que se auto-organizan para construir un proyecto colectivo. Mientras el voluntariado vivió de espaldas a todo intento por organizarse, conoció sin duda la generosidad individual e incluso el heroísmo personal, pero no llegó a significarse como interlocutor social. No importa que se haga defensa del excluido o atención hospitalaria, defensa de la naturaleza o promoción de la salud; lo decisivo es que se realice en el interior de una organización que considere las capacidades humanas como su mayor capital; de este modo, el voluntario se incorpora a “la ecología social de la sociedad post-industrial”. No se es voluntario individualmente, sino que le es esencial estar organizado en el interior de una asociación. Probablemente, ha sido este hecho lo que ha marcado el salto cualitativo de mayor calado en la historia del voluntariado.

El voluntariado maduro pleitea, igualmente, con la ideología de la modernización, que se substancia en el desarrollismo y postula la omnipotencia de la Administración y del Mercado en la producción y distribución de bienes sociales. El crecimiento recae sobre las instituciones políticas y económicas, que de este modo producen una reducción general de los bienes sociales a la forma de mercancía y de la administración. La modernización de las políticas sociales ha ignorado los sentimientos de gratuidad y desinterés; en la medida en que el voluntariado representa una racionalidad distinta a la mercantil y a la administrada, nos encontramos ante dos dinámicas contrapuestas. Entre un cierto proyecto de modernización, que ha presidido en las últimas décadas la construcción de las políticas sociales y el voluntariado maduro, con la cultura y las organizaciones que le son propios, ha habido un profundo y radical desencuentro, que todavía hoy persiste.

La contraposición ha tenido una lectura histórica, que contrapone los sentimientos benévolos a los sistemas de protección basados sobre los derechos; una lectura política, que contrapone las actitudes privadas, que derivan de la subjetividad, a la esfera pública, que está presidida por la objetividad y el experto; y una lectura ética, que contrapone la donación gratuita a la justicia institucional.

Para el voluntariado maduro, la tesis de la contraposición ha perdido su credibilidad, aunque se pueda rastrear tanto en algunos despachos y cátedras como en algunos púlpitos. La idea de incompatibilidad entre modernización y voluntariado, que afirma que sólo se puede tener una de ellas a costa de la otra, resulta finalmente una “estrafalaria construcción de suma cero”. En lugar de la contraposición entre voluntariado y modernización de las políticas sociales, existe una complementariedad sinérgica por la cual pueden interactuar de manera positiva, aunque muchas veces lo sea de manera crítica; es posible vincular el voluntariado con el proyecto inacabado de modernización.

Hay una ideología de la modernización que ha declarado al voluntariado innecesario. Afirman que, si hay derecho, no se necesita la generosidad y si hay profesionales, no son necesarios los voluntarios. En el ámbito social, en lugar de la llamada buena voluntad, entraría la dura pedagogía de la causalidad. A lo máximo, conceden a los voluntarios una existencia residual ya que, cuando el Estado crezca suficientemente, no serán necesarios; cuando los profesionales puedan asumir su responsabilidad, los voluntarios serán contraproducentes. ¿Cuándo resultan necesarios los voluntarios en el contexto modernizante? Solo allí donde el Estado no llega, faltan presupuestos o profesionales.

El voluntariado maduro, por el contrario, se entiende a sí mismo como la expresión original de una sociedad que se autoorganiza, como el despliegue de un dinamismo social que se concretiza en proyectos solidarios. El voluntario no se considera instrumento de nada ni de nadie, sino la realización misma de la propia sociedad. Está donde debe estar en razón de la naturaleza de los bienes que se crean y se distribuyen, como expresión de la lógica de la gratuidad y de la donación. El voluntariado maduro se apoya en el modo de producción comunitario. El voluntariado nace de la solidaridad, pero no acaba en ella. El voluntariado maduro no desprecia la transformación social por la vía política, ni recoge en sus organizaciones a quienes desdeñan o menosprecian el compromiso político; más bien, reconoce la grandeza de la política y la considera necesaria para construir una sociedad alternativa. Sabe también que es posible limitar el poder de la política a través del reconocimiento de lo pre-político, como es posible construir una justicia amable y hermanar la justicia con la solidaridad y el deber con la alegría de la acción gratuita.

El futuro estará de parte de la bondad de los corazones y del sentido de buena vecindad. Por lo que el voluntariado se propone restaurar el valor de la generosidad personal frente a las conquistas de los derechos individuales y sociales.

Recomendable su lectura literal en toda su extensión.