Llegó el estío y en las charlas en chancletas que el relax procura volverá a emerger el tópico de quienes sostienen para no mojarse ni en verano que todas las opiniones son respetables. Pues no. Lo que hay que interiorizar es el derecho de los demás a exponer su opinión, siempre que se haga sin faltar, pero de ahí a que resulte respetable dependerá de si se basa en argumentos de una mínima solvencia y no en meros pareceres personales que perfectamente pueden asentarse justo en el prejuicio determinado por las fobias y filias de cada quien. Ya lo dejó muy bien dicho Antonio Machado: la verdad no, tu verdad será.
El poeta sevillano volvería a la tumba ipso facto si pudiese contemplar la mediocridad creciente de esta sociedad en la que la autoridad de una opinión se mide no por el conocimiento que entraña sino en likes. Como nadie sabe más que nadie se entroniza como verdad objetiva la más votada sencillamente por su simpleza u originalidad aunque la ocurrencia se sustente en falacias con intención mendaz. Y así, arrastrados por una corriente de estupidez en la comodidad del rebaño, se ahogan tanto el pensamiento propio como la capacidad de entendimiento que abona la información digna de tal nombre. La que contribuye a forjar una opinión pública sólida y crítica, es decir, la información veraz rectamente obtenida y difundida, contrastada y sin expresiones injuriosas. La que conlleva un compromiso con el discernimiento de cada individuo pero también con el progreso colectivo, inoculando el criterio soportado en datos fehacientes en fomento de una conversación pública edificante a la búsqueda de soluciones consensuadas para problemas cada vez más complejos.
Se trata de reivindicar el periodismo que combate la desinformación, disparada porque el bulo es un negocio al generar audiencia y así unos ingresos que compensan el riesgo de un eventual reproche penal. Mediante la información en los términos deontológicos descritos pero también con contenidos pedagógicos, de impronta formativa sobre asuntos de interés general, a complementar con otros de ocio a condición de aplicar esa responsabilidad ética también al entretenimiento. Tal dimensión moral debe extenderse al uso de la Inteligencia Artificial, un gran avance por agilizar e integrar los procesos productivos, pero que necesita de una regulación para preservar la buena praxis –por ejemplo, etiquetando los contenidos elaborados con ella– y los derechos de autor. Bien entendido que el cribado crítico del periodismo profesional jamás lo podrá efectuar una máquina con sus precisos algoritmos, como tampoco su ejercicio mesurado en cualquier canal.
Informarse y formarse acerca de una realidad poliédrica y volátil requiere del doble esfuerzo de seleccionar primero fuentes con credibilidad y luego de afanarse por aprender para instruirse. Sin embargo, se multiplican las gentes que devoran titulares en plataformas de garrafón creyéndose informadas cuando si acaso están enteradas. Pero somos lo que leemos, también en verano.