Milei=Hayek; Aznar=Hayek; Ayuso=Hayek; Abascal=Hayek; Von der Leyen=Hayek… La derecha nostálgica (no la derecha liberal democrática) y la extrema derecha=Hayek. Imagino que extrañará que comience este artículo repitiendo un nombre que a la mayor parte de los no iniciados en Economía o en Ciencia Política, probablemente, no le suene de nada. Friedrich A. Hayek fue una de las cabezas pensantes junto a las de Milton Friedman y Robert Nozick que conformaron la llamada Escuela de Chicago. Si este dato no aclara demasiado, porque escuelas ha habido muchas, les diré que esta es la que ha conformado las bases sustentadoras de la ideología neoliberal.

Milei=Hayek...

La lista con la que he comenzado este artículo se enmarca en lo que políticamente se entiende como la derecha anclada en la fascinación de las dictaduras y la extrema derecha que añora los tiempos de la sociedad tridimensional de los oratores, nobilitas militaris (ambas las clases pudientes) y paúperes (en definitiva, los que rezaban, los que organizaban y dirigían las guerras) y los pobres.

El denominador común de los nombres que conforman el listado de equivalencias es su relación con Hayek. Quisiera suponer que todos ellos son lectores del autor austriaco que alcanzó su éxito y llegó a ser Premio Nobel de Economía pensando y escribiendo en Estados Unidos. Y si no dedican parte de su tiempo a este autor, al menos sus asesores sí lo hacen y colocan en la boca de sus coacheados perlas como que “la persecución de objetivos egoístas conduce al individuo a fomentar el interés general, las acciones colectivas de grupos organizados son invariablemente contrarias a ese interés general” o “la justicia social es un fuego fatuo que ha llevado a los hombres a abandonar muchos de los valores que en el pasado promovieron el desarrollo de la civilización”.

“La fe generalizada en la justicia social es probablemente en nuestros días la mayor amenaza para la mayor parte de los valores de una sociedad libre” ha escrito Hayek para quien “una sociedad abierta pacífica solo es posible si renuncia a crear solidaridad y, en particular si renuncia al principio de que “para que la gente viva en armonía, tiene que esforzarse por alcanzar fines comunes”.

Todas estas citas y cientos más del mismo pelaje llenan los tres volúmenes que conforman la obra Derecho, legislación y libertad que, como muy bien dice la doctora en Derecho Itziar Caballero, en la introducción a La genética del constitucionalismo moderno, supone la pretensión de colocar los cimientos y la estructura de un edificio que Hayek había comenzado por la construcción del tejado. Y es que, después de haber escrito toda su obra económica (La teoría monetaria y el ciclo económico. Precios y producción. Economía y conocimiento. La teoría pura del capital. Camino de servidumbre…), dice Itziar Caballero, Hayek se dio cuenta de que el edificio carecía de base sólida y de una estructura consistente. Es de esta forma, cómo “Derecho, legislación y libertad” resultó ser el sostén filosófico de la ideología neoliberal.

El neoliberalismo, paradójicamente, no solo supone la estigmatización y la satanización del socialismo (y no digamos del comunismo) sino, la negación del propio liberalismo democrático. El neoliberalismo que no se presenta como una más de las ideologías sino como la naturaleza misma de las cosas, la lectura científica de lo real o en todo caso, como la ideología de las ideologías, como la ideología verdadera.

Sus primeros apóstoles fueron Margaret Thatcher y Ronald Reagan y entre los purpurados y párrocos (que cada cual se autootorgue el rango) que sermonean a sus respectivas feligresías al estilo de Honorio de Autún, Pedro Cantor o Esteban Langton en el Medievo, ahora, tenemos a Milei, Von der Leyen, Aznar, Ayuso, Abascal…, y otros muchos que ya van sumándose al clero neoliberal.

Estimo necesario hacer una somera historia del neoliberalismo para saber de dónde venimos. Para ello, debemos retrotraernos a la crisis capitalista de 1929. Sin entrar en los detalles de por qué ocurrió, nos interesan más las soluciones que se barajaron para salir de ella. Fueron dos:

1) Más intervencionismo del Estado en la economía (liberalismo democrático) patrocinado por John Maynard Keynes.

y 2) Menos intervención y la autorregulación por el mercado (neoliberalismo) auspiciado por la Escuela de Chicago.

Se optó por la primera y el resultado ya lo conocemos: del Estado providencia se pasó al Estado de bienestar (hasta ahí llegaron los EEUU) y, finalmente, el Estado social (hasta ahí habían llegado algunos países de Europa). La clase media había crecido, las diferencias entre las clases se habían reducido, el acceso a la salud y a la educación se había universalizado…, y, cuando parecía que todo iba sobre ruedas, estalló la crisis capitalista del petróleo de 1973. Cierre de empresas, desempleo masivo, escasez de materias primas…, y empobrecimiento generalizado de la población.

Entonces, se comenzó a recordar aquella sentencia que, tras escribir Camino de servidumbre en 1944, Hayek había pronunciado: “Nuestro proyecto (neoliberal) no es un proyecto político…, ¡ya llegará nuestro tiempo!” ¡Y el tiempo…, llegó en el 73! A partir de ese momento, el exitoso proyecto que caminaba hacia un Estado social avalado por Keynes y desarrollado en base al liberalismo democrático fue descarrilado mediante una crisis económica deliberadamente provocada porque el gran capital temió que esa vía llevase al socialismo.

Se va a hacer creer, en términos generales, que un mayor crecimiento económico, esto es, un mayor beneficio y bienestar, es incompatible con un mayor desarrollo democrático de las sociedades y que, por tanto, es preciso dejar de lado el Estado intervencionista y poner alfombras de terciopelo a la autorregulación del mercado.

De ahí que esta crisis en el sistema capitalista va a provocar un cambio en la ubicación del poder: el poder político claudica y deja su lugar, definitivamente, al poder económico del mercado o dicho de una manera más clara y sin tapujos, el poder político se somete al poder de las multinacionales. De esta manera se sentaron las bases del neoliberalismo salvaje de nuestros días en el que campan a sus anchas como pez en el agua las derechas nostálgicas y la derecha extrema.

Un pronóstico bastante recurrente que circula en la calle vaticina que en las próximas elecciones al Parlamento Europeo las derechas nostálgicas y la derecha extrema van a aumentar notablemente su representación. Que se atisba un escenario nada halagüeño para la democracia en Europa. Quizás sea demasiado tarde para dar respuesta a las preguntas: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo se ha producido esta situación de riesgo?

El caso es que hemos llegado a este punto Y no digamos que no lo veíamos llegar cuando se iban incorporando a la Unión Europea nuevos miembros seducidos por los fondos estructurales y obnubilados por las ayudas, los rescates… Mientras tanto, se materializaba la contaminación neoliberal de los sistemas jurídicos de los diferentes países a través de la ejecución de los diferentes Tratados (Acta Única de la Unión en 1986, Maastricht y la creación de la Unión en 1992, Ámsterdam en 1997, Niza en 2000, Lisboa en 2007…) permitiendo a los diferentes gobiernos enmascarar sus acciones legislativas como decisiones tomadas “en otra parte”. En tanto esto ocurría, se iba ido diluyendo el peligro de la ideología comunista y de los partidos de izquierda en el interior de los Estados: Europa se ha ido entregando, de forma cada vez más definitiva, en los brazos del neoliberalismo.

La Unión Europea es rehén de un sistema ideológico, como el neoliberal del que, al igual que el de la Cristiandad del Medievo, con dificultad podrá salir. El neoliberalismo es la nueva religión del mundo occidental cuya biblia –esta vez laica–, es “Derecho, legislación y libertad”; su mesías –esta vez profano– es Hayek, sus apóstoles, los que conformaron la Escuela de Chicago, y sus predicadores (como muestra los que citamos más arriba), van siendo legión. Un sistema ideológico que como todos los grandes sistemas (cristianismo, islamismo, comunismo…) tiene vocación de expansión universal y, para materializarla, no reparará en medios. ¿La guerra? Si es necesaria para el sistema ¿por qué no?

Catedrático Emérito de la Universidad del País Vasco. Autor de ‘Algunas claves para otra Mundialización’