Las elecciones europeas sirven para elegir a los 720 miembros del Parlamento Europeo. Pero, sobre todo, son el cauce que tenemos los ciudadanos para marcar la dirección política de las instituciones europeas en los próximos 5 años. Es un periodo comparativamente largo y en el que hay mucho en juego. Por esto es tan relevante la tendencia política general del resultado de estas elecciones, aunque la mayor parte de los electores vote en clave interna o estatal.
Y la tendencia política es clara. Las elecciones darán paso a un parlamento con más peso de la derecha extrema y de los partidos antieuropeos. Haciendo un análisis simplificado, el Parlamento Europeo actual se compone de, aproximadamente, un 38% de parlamentarios de izquierda o centro-izquierda (izquierda unitaria, verdes, minorías y socialdemócratas), un 16% de centro (liberales, demócratas y reformistas) y un 46% de centro derecha a derecha extrema (populares, ultraconservadores y euroescépticos). Las previsiones apuntan a que en el nuevo Parlamento los dos primeros porcentajes serán sensiblemente inferiores, mientras que el conjunto de las derechas superará por vez primera el 50% de los escaños.
Los dos grandes grupos de la cámara (populares y socialdemócratas) presentan una tendencia relativamente estable, pero los grupos de los Verdes/Alianza Libre Europea y de los Liberales-Demócratas pueden tener pérdidas significativas que se verían compensadas con las subidas de los dos grupos situados en la esquina derecha del arco parlamentario, llamados “Conservadores y Reformistas” e “Identidad y Democracia”. Son los grupos en los que se alojan los partidos de derecha extrema, que hoy suman 126 europarlamentarios, y que podrían sobrepasar los 160 tras estas elecciones. El hecho de que se encuentren divididos en dos grupos diferentes hay que achacarlo más a las difíciles relaciones entre algunos de los partidos miembros que a diferencias importantes respecto a las cuestiones ideológicas fundamentales. Si sumáramos ambos grupos, estaríamos hablando actualmente del tercer grupo de la cámara y tras las elecciones dicha suma podría conformar el segundo grupo en tamaño, por delante del grupo socialdemócrata.
Que estos partidos (Vox entre ellos) aumenten sus votos y sus escaños en Europa genera básicamente tres problemas. El primero es que varias de las ideas que defienden son inservibles porque a su vez se basan en datos falsos o en visiones interesadamente distorsionadas de la realidad. No es solo que defiendan ideas injustas e inadecuadas para Europa (esto siempre será opinable), sino que además son propuestas basadas en presunciones falsas sobre la inmigración, sobre la seguridad, sobre los modelos de convivencia o sobre la distribución de la riqueza. Una cosa es discrepar ideológicamente y otra legitimar soluciones simplistas para realidades que son inexistentes o, como mínimo, muy inexactas.
El segundo problema es que estos partidos son celosos defensores de las soberanías estatales. Proponen reforzar las identidades nacionales dominantes que no necesitan ningún refuerzo y se oponen a ceder poder a las instituciones europeas comunes, dificultando así que la Unión Europea pueda impulsar políticas internas más solidarias, o tener una voz más autónoma en la política internacional para defender, por ejemplo, los derechos humanos.
El tercer problema es que la mera presencia y éxito de estos partidos condiciona al resto. O al menos a un buen número de partidos de otras ideologías, cuyos discursos empiezan a matizarse o alterarse recogiendo ecos de aquellas ideas nada exactas que justifican soluciones tan simples como ineficaces. Aumentan en peso y ejercen presión sobre el arco parlamentario europeo, que en las últimas décadas ha cedido paulatinamente su equilibrio hacia la derecha hasta convertir a este sector en mayoritario, relegando al conjunto del centro y la izquierda a la minoría. Una tendencia que se repite en muchos de los sistemas de partidos de los distintos países europeos. Además, la escasa participación característica de estas elecciones no hará sino ayudar al aumento de peso proporcional de estas formaciones que en realidad no creen en el proyecto europeo.
Todo esto condicionará la orientación política de una Unión Europea que hoy afronta, como mínimo, tres grandes retos. El primero es el demográfico. Y no es nuevo, ni mucho menos. Sabemos que existe desde hace tres décadas, pero al parecer nadie se atreve a confesarlo y a gestionarlo adecuadamente. Nuestro modelo político y social no es sostenible sin un relevo demográfico mínimo. Y esto no se soluciona con limitadas ayudas a la natalidad que no van a cambiar nuestros patrones culturales, sino con inmigración. Europa necesita inmigración, y mucha. Algo que nadie en el plano político quiere reconocer o decir en voz alta. Y que muchos sectores de nuestras sociedades no ven con buenos ojos por desconocimiento, ignorancia o supremacismo xenófobo. Necesitamos que vengan muchas más personas a vivir en Europa, muchísimas más de lo que nuestras normas de extranjería permiten. Sin un relevo demográfico suficiente, incluyendo personas de diversas generaciones, nuestros niveles de bienestar bajarán ostensiblemente y la culpa de ello no se podrá echar, como pretenden los xenófobos, a las personas inmigradas, sino precisamente a quienes no promovieron que pudieran llegar muchas más.
El segundo reto es el de la gestión de la diversidad. Las democracias formales no han resuelto aún cómo gestionar de modo inclusivo y plural la diversidad que deriva de la libertad. No lo han hecho aún con las diversidades tradicionales que incluyen la plurinacionalidad de varios Estados europeos o la convivencia con el Pueblo Gitano. Pero tampoco están preparadas para hacerlo con las nuevas diversidades producidas o aumentadas por esos procesos inmigratorios que tanto necesitamos. Caminamos hacia sociedades más plurales y diversas, y es muy bueno que así sea. Pero para poder hacerlo adecuadamente hay que cambiar muchas de nuestras vetustas ideas sobre la ciudadanía, el orden público o la convivencia intercultural. Europa debe ser un espacio en el que todas y todos podamos vivir libremente a través de nuestras respectivas identidades culturales y no a pesar de ellas.
El tercer reto europeo es el de conformar una voz unida y coherente en la política internacional. Una voz que, además de defender nuestros intereses legítimos, defienda también los derechos humanos de todas las personas y en todas las situaciones. Somos diversos y pensamos diferente, pero desde Europa también hemos defendido tradicionalmente valores que no se pueden perder en el camino. Debemos seguir defendiendo que los pueblos tienen derecho a decidir su propio futuro (como Palestina, Sahara Occidental o Tíbet), que las agresiones armadas son inaceptables (como la de Rusia en Ucrania o la de Israel en Gaza), que los genocidios y limpiezas étnicas son un crimen internacional (como los de Palestina, Sinkiang-Uigur o Nagorno-Karabaj), que el pluralismo político es un valor en sí mismo o que la cooperación internacional debe incrementarse sustancialmente.
En definitiva, para los próximos cinco años necesitamos una Europa más democráticamente integrada y socialmente reforzada. Con una política activa que fomente la diversidad, que corrija las desigualdades, que genere oportunidades para quienes están en desventaja, que ayude a quienes lo necesitan, que reconozca y valore la igualdad en dignidad de todas las personas y de sus opciones individuales y colectivas. Porque una comunidad política más social no solo es una cuestión de Justicia y derechos humanos, sino que también es más rentable y competitiva económicamente. Generar y repartir el bienestar aumenta la seguridad, reduce los costos derivados del fracaso cultural o social y genera nuevas actividades económicas y productivas. Al igual que lo hará la inmigración que tanto necesitamos. Pero será difícil escuchar esto en la campaña de las europeas. Porque a veces la sociedad y la política son como el cuento del rey desnudo, en el que nadie se atreve a decir lo que todos saben por miedo a perder el favor del resto. Salud y feliz elección.
Profesor de la Universidad de Deusto