Algunas palabras evocan nuestra infancia. Y con cierta edad, los recuerdos tienen una mayor impronta y el pasado goza de cierto supremacismo respecto al futuro. Esto no solamente se refiere a hechos, estereotipados mil veces con don Batallitas; también se refiere a ideas y a las expresiones que las definen. El hablar con los actores de nuestra promoción, la palabra chupurrutiar se entiende perfectamente; incluso las edades más juveniles intuyen el significado de esta palabra. La misma no es que haya desaparecido de los diversos Diccionarios de la Lengua, María Moliner u otros, porque quizás nunca existió, pero sí que ha caído en desuso en el habla cotidiana. Y a la palabra chupurrutiar le pasa como a las meigas, que sí existen, aunque en otros estamentos: en el Diccionario aragonés-castellano/castellano-aragonés de Fernando Romanos.
El significado de este autonomismo, idéntico al significado existente en nuestro pequeño conuco, significa la acción de humidificar, con humectante, los dedos de la mano. No todos, solo algunos, mayoritariamente el pulgar, índice y dedo corazón de la mano derecha. Generalmente el humectante es saliva en sus diferentes variantes: gotitas de Pfluger o lengüetazo montaraz.
En espacios públicos cerrados entendiendo por tal el lugar donde se agrupa gente sin relación de parentesco o amistad y a resguardo de los elementos atmosféricos, tienen periódicos varios. Sus lectores pasan página tras página ayudándose de dedos índice, corazón o pulgar según avancen en formato libro, o hacia retaguardia. Previamente se chupurrutean los dedos con la lengua para ayudarse en este trasiego. Como están tomando café, con frecuencia el cuadrante inferior derecho del periódico empieza a adquirir una coloración color tostado-café. Tras varios lectores ese mismo cuadrante ya presenta la coloración opaca garantía de su éxito comunicador. Se han realizado estudios analizando la microflora existente en diversos lugares, encontrando una similitud total entre la flora bucal y la microflora digital. Además de gérmenes, han encontrado otros productos de degradación como la urea, aunque no es relevante para la salud.
Existen variantes menores cuyo producto estrella es humectante nasal siendo muy frecuente el mix bucal/nasal, presentando una mayor cantidad de residuo orgánico, pero con mayor uniformidad de la microflora. Se utiliza mayoritariamente el dedo índice indistintamente de la mano izquierda o derecha y se diferencia de la bucal en que la página del diario se avanza desde el cuadrante superior derecho. Una observación detallada permite observar maniobras dedo-nariz, que en una primera observación había pasado inadvertida. Y ello se excusa en que se realizan maniobras enmascaradas con movimientos cuerpo-cabeza sutiles. Son movimientos rápidos de mete-saca, aunque otras veces se hacen prospecciones más profundas, tipo taladro, que se dilatan en el tiempo.
Hay otros hábitos adquiridos en espacios públicos. Habitualmente implica urgencia aunque no conlleva los tics del chupurrutiado. Me refiero al estornudo, nunca 1 solo, habitualmente entre 3/5. Miguel, el del periné (así se le conoce) es un referente, un auténtico maestro del estornudo, incluso coge impulso, lo cual me invita a pensar que le gusta hacer las cosas bien, como Dios manda. Para los susodichos, la proyección ocupa fácilmente la misma área que el diario en toda su extensión a doble página y respecto a su profundidad, el humectante atraviesa con frecuencia las 3 páginas, con majestuosa presencia y sonoridad clarividente. A los pocos segundos surge el bostezo, un bostezo grandilocuente, que dura lo suficiente para que alumnos de odontología hagan la TFG sobre los últimos molares. Si Miguel fuera ágil en avanzar páginas, podría extender el humectante por todo el periódico, sin problema, y levantaría una mirada desafiante y orgullosa de la hazaña realizada. Nada de colocar el antebrazo para limitar la expansión o reducir el área de influencia; y esto es porque Miguel, nuestro referente, tiene un prestigio y no lo quiere desperdiciar y pasar a ser un segundón.
Este estornudo tiene su réplica en los ataques de tos promocionados por una sorgiñe montaraz. No fuma, al menos en el bar y justo es reconocerle una estrategia muy meditada. Se acerca a una mesa y a los pocos segundos tras los primeros besuqueos presentacionales, inicia los cañonazos litúrgicos tusígenos terminados en una inspiración profunda y en un posterior carraspeo. Tiene el detalle de justificar sus ataques diciendo que la causa es el reflujo, pero que no es contagioso. No hace distinciones entre toser a sus convecinos de mesa o toser en el periódico extendido. Incluso se comenta que la susodicha acudió al médico para tratarse. Y para que el médico no dudara que en verdad tenía tos, se puso a toser en la consulta de manera forzada, como sin ganas. Lo más significativo era la dirección de las partículas salivales: directas a la facies médica. No le dio tiempo a apartarse, ni un paraguas hubiera aminorado la flojera tusígena, únicamente un cambio en la dirección. Por supuesto, sus creencias le prohíben elevar el antebrazo para reducir el alcance de la explosión.
Hay otra actividad humana realizada en el espacio público abierto. Es una variante de las anteriores y aunque tiene sus detractores, también tiene unos seguidores fanáticos y algunos conversos por imitación y gregarismo, mayoritariamente jóvenes que lanzan los escupitajos a cierta distancia e incluso los hay que han realizado un master en puntería. Me recuerdan y ellos se recuerdan a esos jugadores de fútbol, que tras realizar una hazaña deportiva cual puede ser tirarse al suelo sin motivo y levantarse tras aparentar estar en la luz negra de la premuerte, se levantan y lo primero es lo primero: lanzar un escupitajo algo ladeado, habitualmente hacia la derecha y poner cara de a la próxima lo hago mejor. Los antropólogos han estudiado similitudes entre estos jóvenes escupidores y empatía social encontrando disociación cualitativa significativa.
Es fascinante el uso (y abuso) de estas costumbres costumbristas realizadas en el espacio público, con total desparpajo y desvergüenza. Pero es más fascinante la nulidad de observaciones quizás por que se aduce que la libertad individual se sobrepone a la ética social compartida o quizás porque la inacción silenciosa es rentable frente al gregarismo activo.
Los puristas han rechazado estudiar las causas de estas acciones bajo el lema “¡Que inventen ellos!”. Otros han propuesto desde Annals of Improbable Research (AIR) un estudio multidisciplinar que analice si la inacción de los antagonistas estimula el libre albedrío y los derechos ingénitos de los protagonistas, consustancial con el derecho de tropezar varias veces en la misma piedra. Recuerdo cuando los profesores insistían, con poco éxito: cuando tosa o estornude, tápese la boca.