Hay una insistente construcción de relato del régimen ruso, tras el atentado yihadista que ha dejado casi 140 víctimas mortales en Moscú, que se orienta a minimizar las responsabilidades de las autoridades locales que habrían obviado las advertencias de riesgo objetivo de las semanas anteriores. La utilización ante la opinión pública rusa de la tragedia para orientar su opinión en línea con los intereses del Kremlin roza lo obsceno. La prioridad de vincular a Ucrania con el atentado es un modo de cohesionar a la ciudadanía rusa en torno a la estrategia de agresión de Vladímir Putin que no se inmuta pese a que los hechos desmientan su discurso. El propio presidente de Bielorrusia, su principal aliado Aleksandr Lukashenko, admitía esta semana que los autores del atentado no intentaron huir hacia Ucrania sino a su país; pero esto no mueve un ápice el relato oficial, que ya no se conforma con justificar la agresión militar en el Donbass sino que alimenta la animadversión ciudadana hacia Europa al afirmar que son los intereses occidentales los que se favorecen con el atentado, reforzando la justificación de sus propias amenazas nucleares. Adicionalmente, el atentado está sirviendo para un incremento de la represión interna y la persecución de los disidentes; para la eventual recuperación de la pena de muerte y la pública justificación de la tortura normalizándola mediante la exhibición de los criminales que asesinaron a civiles inocentes. Todo este ejercicio de manipulación no va en beneficio de los intereses de la ciudadanía rusa sino en detrimento de sus derechos y libertades, además de la estabilidad de las democracias europeas. El fenómeno ya lo experimentamos en el pasado con consecuencias graves que aún se arrastran. Los atentados del 11-S en Estados Unidos fueron utilizados por la administración Bush para manipular a la opinión pública con pruebas falsas sobre armas de destrucción masiva y justificar la invasión de Irak, que no tenía ninguna relación con Al Qaeda pero convino a los intereses geoestratégicos y al lobby petrolero y de defensa estadounidense. Del mismo modo, Putin pretende dar la vuelta a su fracaso en garantizar la seguridad de sus ciudadanos y convertirlo en mecanismo de reforzamiento de su modelo infrademocrático y su estrategia belicista de expansión.