El 70% de los ciudadanos vascos encuestados para diferentes estudios demoscópicos, de una u otra fuente, orientación o ideología que los dirigen y programan, manifiesta sentirse suficientemente o muy satisfecho con su estado y calidad de vida, muestra su confianza en el futuro y engrosa los indicadores que permiten calificar a nuestro país en el ranking superior de las ciudades región y naciones occidentales (espacio privilegiado en el contexto mundial) en términos de bienestar y prosperidad. En torno al 94% de la población económicamente activa tiene trabajo, la media salarial es la más elevada del Estado, así como su ahorro y renta disponible, destaca el índice de formalidad de su empleo. El índice GINI (el indicador más aceptado mundialmente para identificar la desigualdad y la pobreza) nos sitúa en primerísimos puestos de igualdad, constatación del acierto, bondad y eficiencia persistente de las políticas sociales que nos han permitido generar y mantener una extraordinaria y persistente acción preventiva, protectora y garante de la salud, el bienestar, la Seguridad Social del país y de sus ciudadanos, atendiendo de manera especial a las poblaciones más desfavorecidas o vulnerables, con políticas y prácticas de equidad, solidaridad y equilibrio fiscal presupuestario. Red de bienestar, esencial, sobre la que se ha podido construir una extraordinaria política industrial y generadora de empleo, de calidad, formalidad, seguridad, confianza en el largo plazo y capacidad de innovación y conectividad a lo largo del mundo, lo que permite su sostenibilidad y desarrollo. Apuesta por una estrategia de modernización e internacionalización de una economía en innovación constante, soporte esencial de este resultado en términos de desarrollo humano sostenible. Situación determinante para afrontar nuevos desafíos, desde su destacado capital humano e institucional, facilitando un sistema educativo para todos y una destaca Formación Profesional, potenciadora de una distinguida red de ciencia y tecnología. Políticas capaces de generar riqueza y ahorro, una creativa infraestructura y actividad cultural más que homologable a lo largo del mundo, así como una amplísima infraestructura y oferta creativa-cultural homologable con los principales nodos de referencia internacional. (Situación similar a la de otros jugadores de primer nivel, algunos claramente mejores que nosotros y a los que debemos señalar como referentes para el camino por recorrer).

Euskadi, es, de esta forma, miembro de ese grupo de países en los que la confianza en su futuro es muy coincidente y sus apuestas estratégicas contienen espacios similares y compartibles. No obstante, desgraciadamente, también destacamos en una serie de “farolillos rojos”, que lastran el potencial de respuesta a los nuevos desafíos que hemos de afrontar. Así, otros indicadores preocupantes nos sitúan liderando el absentismo laboral, el descenso de nuestra productividad económica, el número de huelgas o paros y movimientos asimilables, el número de días de paralización y bloqueo de acceso a las ciudades y centros de trabajo o servicio, manifestaciones violentas y ocupación ilegal del espacio público. Si adicionalmente nos vemos inmersos en la escasamente edificante imagen que transmite una degradada política estatal, con un gobierno que parece dirigir el país a través de Twitter (o X), un Congreso sumido en el insulto y una confrontación absoluta, tema a tema, al margen de su potencial efecto real, y el cada vez mayor desencuentro y desafección por la verdadera y necesaria política y gobernanza de largo plazo que afronte el futuro con rigor y firmeza, no debe extrañarnos el alejamiento de la objetividad de indicadores, elevando a categoría los fallos, ausencias o ineficiencias, cuestionando el no logro de expectativas o demandas sociales. Quienes no disfrutan de empleo digno, de los derechos plenos que les corresponden, de los bienes del Estado de bienestar, de las diferentes atenciones que como ciudadano merecen, caen en la desafección y viven las desigualdades no inclusivas deseadas.

Así las cosas, vivimos cada día, con mayor intensidad, el camino hacia sociedades duales lejos del objetivo de lograr sociedades inclusivas (más allá de los porcentajes de unas y otras y, por supuesto, de sus geografías y posicionamientos de partida, tanto en sus economías y niveles de desarrollo, como de sistemas sociales plenos que les garanticen una vida en condiciones). Si persistimos en que una parte de la población acceda a empleos asegurados de por vida, aunque la sociedad y sus necesidades cambien y requieran una inaplazable redefinición de sus estructuras, gobernanza, sistemas de acceso y provisión de perfiles innovadores con condiciones laborales y profesionales distintas, incorporando cualificaciones profesionales en continua transformación armonizable con las sucesivas transformaciones que los nuevos desafíos exigen, en un marco de incertidumbre y complejidad inevitables, mientras otra gran parte, mayoritaria, ha de vivir a la búsqueda permanente de empleo y seguridad, día a día, iremos generando una brecha de insatisfacción. Por no añadir las enormes diferencias geoeconómicas a lo largo del mundo, además de la inminente revolución por venir en el futuro del trabajo, tanto en su concepto esencial, confiriendo acceso al espacio de oportunidad que las sociedades y economías ofrecen (o deben ofrecer), como en su propio contenido, sus nuevas fuentes y condiciones de empleabilidad y los nuevos roles condicionados por el impacto de las tecnologías en curso, su regulación y los ritmos de incorporación a la sociedad. No es de extrañar, así, que la primera preocupación de la población (pese al altísimo nivel de empleabilidad en nuestro país), sea precisamente el empleo hoy, y, sobre todo, mañana.

El “futuro del trabajo” es una de las mayores preocupaciones de la prospectiva mundial. Todo un proceso que habrá de provocar nuevos conceptos y estrategias transformadoras. Luces rojas y/o fuentes de oportunidad que, además, ponen en juego la recuperación e interpretación de la productividad de la economía, que deba servir a los objetivos buscados. En un momento, en el que el concepto aparecería denostado por asociarse a un enfoque negativo, discriminador y visto por algunos como un “castigo divino” o demonio del “capitalismo”, y no como motor determinante de la generación de riqueza, ahorro, inversión, empleo y bienestar social, fuente de crecimiento (también inclusivo y sostenible), retando a combatir y mitigar la brecha separadora. La heterogeneidad laboral, además, afecta de manera muy diferente a grupos etarios, industrias, empresas, profesionales con o sin cualificación y/o acreditación de sus capacidades, conocimientos y desempeños, por no mencionar geografías, sexo… determinando diferentes grados de inserción laboral y brechas claras para la consecución de cualquier sociedad inclusiva.

A su vez, si bien parece compartible el entendimiento de una imprescindible apuesta por la economía inclusiva, su alcance, grado, lugar, nivel y tiempo de logro, no resulta evidente. Ni es fácil de definir con exactitud, ni mucho menos su logro. En estos días, vuelve un permanente debate en los círculos de pensamiento económico, foros de economía social y gobiernos, preguntándose por el verdadero significado de una economía inclusiva, más allá de la clásica definición de Naciones Unidas, cifrándola en una cantidad referente, monetizable, en términos de ingresos por encima de un teórico umbral de pobreza, proponiendo términos que garanticen la capacidad de superar un mínimo de subsistencia relativa con desigual distribución geográfica y estratificación poblacional, avanzando hacia una ansiada capacidad de acceso a las oportunidades, de construir una forma de vida autónoma, generar el ahorro y capacidades que posibilitan no volver a caer en el umbral anterior. Avanzar en este recorrido supondría contemplar nuevos elementos clave equivalentes en gran medida a los llamados determinantes socioeconómicos de la salud (agua potable, transporte y movilidad, accesibilidad a los centros esenciales de oportunidad, vivienda, alimentación y nutrición suficiente y saludable, psicohigiene y salud mental, empoderamiento en la comunidad en que se desenvuelva la gente). Sin duda, nadie cuestiona los determinantes socioeconómicos que inciden en toda política y objetivo integral exigible por toda sociedad con aspiraciones de bienestar y prosperidad. ¿Es alcanzable?

Este movimiento natural, con diferentes reclamos, nombres, alcances, a lo largo de los tiempos, con avances claros en las últimas décadas, pero distante en sus objetivos finales, en su cobertura universal, y en las capacidades reales de toda sociedad y gobierno conocido, exige, por encima de todo, estrategias completas comprehensivas de largo plazo, integradas o integrales, capaces de movilizar a toda la sociedad sin exclusiones. Se requieren compromisos reales, concertar actores, planes, recursos, tiempos, partenariados público-privados, público-público, locales y globales, con interacción en todos los niveles de gobierno y administración, con apuestas estratégicas realistas, orientadas a movilizar y coordinar las imprescindibles transiciones que hemos de recorrer desde muy diferentes y distantes puntos de salida. Objetivos incluyentes, convergentes, posibilistas. Son tiempos de grandes sueños, por supuesto, pero seguidos de esfuerzo y compromiso colaborativo para hacerlos posible. Liderazgos comprometidos, asumiendo riesgos, motivando y movilizando equipos compartiendo sueños, haciéndolos posible. No es cuestión de opciones o posiciones ideológicas enfrentadas, sino de realismo objetivo que obliga al cruce de disciplinas, conocimientos, capacidades, perfiles absolutamente diferenciados que posibiliten su convergencia alineada con multiobjetivos complejos y cambiantes en el tiempo, tanto por acciones propias como por factores exógenos, que ni decidimos, ni las más de las veces corresponden a nuestros ámbitos de decisión directa.

Hoy queremos (o manifestamos quererlo) exigir de los demás y de nosotros mismos, construir nuestros proyectos de vida, futuro profesional, nuestros deseos personales, los grupales o colectivos de los que nos sentimos parte activa, a la vez que “salvar el planeta” para el disfrute de nuevas generaciones. Por supuesto, “todo a la vez”. Pero… prioridades, compromisos y esfuerzo sostenidos y sostenibles en el largo plazo resultan imprescindibles y demandan sensibilidad también, intergeneracional. Recientemente, el CIFS (Centro de Investigación de futuros y estrategia danés), introducía un informe sobre el barómetro de escenarios y deseos de futuro en Dinamarca recordando una serie de elementos intrínsecos a toda estrategia y prospectiva: “Navegar la complejidad y la incertidumbre, combatir la ansiedad sobre el futuro, generar una mentalidad positiva para el cambio, es la mejor manera de ayudar a la gente y a los organismos para imaginar trabajar con y para cambiar su futuro”, y nos recuerda que “el futuro no le pertenece a nadie y, a la vez, a todos”. El futuro será de quien se comprometa y esfuerce en hacerlo suyo.

En definitiva, el gran desafío pasa por apropiarnos de nuestro futuro. Ganarlo.

Si queremos una sociedad inclusiva, hemos de desarrollar una economía inclusiva a su servicio, y eso requiere una auténtica agenda y estrategia para la inclusividad más allá de buenas intenciones y mejores palabras. El tiempo apremia. Nuestro futuro no vendrá algún día. Ya está en marcha, está entre nosotros y solamente depende de nosotros mismos.