Los Reyes Magos siempre inundan Vitoria de sonrisas, alegría y sueños, pero en mi caso la cabalgata se convirtió el 5 de enero en una pequeña película de terror. Con las lógicas prisas de los niños por llegar cuanto antes y querer presenciarla desde la primera fila, una hora y cuarto antes conseguí una posición privilegiada. Tuve que aguantar estoicamente un frío del demonio en un paso de peatones próximo a Jesús Obrero mirando cientos de veces el reloj para que llegaran las 19:00 horas. Se me hizo eterno pero ya se sabe que por los hijos uno hace lo que sea. Se fue acercando la hora y llegaron los problemas, algo que también podía intuir teniendo en cuenta experiencias pasadas. Mi paciencia –y la de mis acompañantes– se puso a prueba desde el principio. Gente a patadas pidiéndote paso para avanzar a la acera de enfrente, de repente una señora bien entrada en años peleando por la posición como si fuera una pívot en la pintura... Pero lo más surrealista estaba por llegar. Una mamá sosteniendo a su hija en brazos sugirió que me apartara alegando que tenía prioridad. Le dejé claro que dejaría pasar a la niña pero no a ella. La discusión subió de tono y casi finaliza como el rosario de la Aurora. Minutos más tarde, recibí preciosos improperios. “Eres un amargado”. Pues sí, a mucha honra.
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