De regreso a la vida real, tras el delirium tremens de la moción de censura, las aguas bajan revueltas. Sobre todo, por la ribera derecha del cauce. Vox, herido de gravedad por su absurdo tiro en el pie, desbarra embravecido contra el PP para sacudirse las culpas del ridículo. Para ello, elige su líder el exabrupto y el desgarro amenazante como antídoto frente a la insuficiencia racional y estratégica y así recuperar la esencia patriótica, su razón de ser. De paso, deja un aviso expreso a navegantes: el rechazo a los Presupuestos de Díaz Ayuso. Una bofetada que enerva a la presidenta madrileña pero que, paradójicamente, encaja como anillo al dedo con la imagen de marcar distancias sin ruptura que busca Núñez Feijóo antes de la inminente visita a las urnas. Y en la otra orilla, las familias de la izquierda progresista afilan sus cuchillos para apuntalar su statu quo en Sumar. El PSOE, vigilante del encarnizado proceso, hace votos para que la entronización de su delfín Yolanda Díaz sea un cántico a la unidad de acción compartida que les asegure otra legislatura en el poder.
Solo quedaba la desternillante majadería de Ramón Tamames vendiendo a precio de saldo su discurso en las redes de segunda mano para poner el broche delirante a la chirigota de esta semana en el Congreso. Ahora vienen las consecuencias de semejante charlotada. La derecha empieza a mirarse de reojo. En el caso concreto de Vox, con el recelo del despechado. Un desamor puntual como cuando Casado pisoteó a Abascal, que no pasó a mayores. Ahora, en cambio, adquiere la trascendencia propia de unas elecciones que están a la vuelta de la esquina. No obstante, tampoco será un rechinar de dientes. Como mucho, Abascal recuperará la verborrea guerrillera según hizo anoche en Valladolid en un disimulado intento de disfrazar su estruendoso patinazo. Nunca lo asumirá en público, pero sabe que su partido sale malparado y con un fundado riesgo de fuga de votos. Sin una propuesta programática ni un mensaje más allá de clamar en el desierto en favor de la marcha de Sánchez, con un candidato excomunista que ha causado muchos escalofríos en la parroquia franquista y empitonado por su batallón mediático afín, la ultraderecha ha podido trasvasar miles de votos útiles al PP para el 28-M.
Enfrente, la izquierda coaligada respira dentro del Gobierno. Fuera, ya es otra cosa. En La Moncloa se relamen ufanos repasando una y otra vez los unánimes sondeos favorables tras la censura fallida. Cierran así, posiblemente como ya preveían, una semana sin titulares de reclusos con las penas sexuales rebajadas ni escarceos de Tito Berni por encima del escándalo de Enríquez Negreira, excepción hecha de la dimisión de la directora de la Guardia Civil, medio minuto antes de su cese. Aún mejor: el mandatario chino reclamando la presencia de Sánchez como futuro presidente de turno de la UE para hablar mano a mano sobre la solución en Ucrania.
Todo un brochazo de pátina internacional que se amplifica estos días con motivo de la Cumbre Iberoamericana. Una agenda que descompone lógicamente a Feijóo porque lo saca del cuadro y le relega a posar deportivamente en revistas de nicho como único recurso para disponer del imprescindible oxígeno mediático. Quizá así el líder del PP se reponga de su disparatada idea, tan mala aconsejada, de abrazar la reforma por decreto de las pensiones en Francia en medio de las incendiarias protestas callejeras como desdén explícito al acuerdo de Escrivá bendecido por Europa.
En un contexto tan favorable para sus intereses, al socio mayoritario gobernante sólo le queda, y con razón, la seria preocupación por el alcance de las guerras intestinas de su acompañante. Las caras largas de las ministras Belarra y Montero durante el paseo triunfal de Sánchez exhibiendo sus gestas en medio de la oportunidad mitinera que le ofreció Tamames evitan cualquier interpretación sobre el estado de la crisis. También vale como espejo la envidia contenida de las dos líderes de Podemos por el lucimiento justificado del verbo bien articulado de Yolanda Díaz, objeto de deseo político del sanchismo. Las bilis de Pablo Iglesias no se vieron, pero son fáciles de imaginar desde su proverbial soberbia. En este contexto tan beligerante resulta quimérico intuir un mínimo compromiso de unidad de acción en torno a Sumar más allá de que Colau, Baldoví, Marta García y, por supuesto, Garzón se abracen entusiásticamente al nuevo proyecto que marcará la suerte de la izquierda en las próximas generales.