Desde un punto de vista aparente, las recientes declaraciones de José Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, sobre el futuro del Sahara son esperanzadoras. El pasado 5 de enero abogó por una “solución política justa”, aunque sin aludir a la fórmula que estimaba conveniente para que las dos partes enfrentadas se sentaran a negociar: un referéndum o la autonomía del territorio. Sobre todo, después del apoyo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al plan planteado por Marruecos de convertir el Sahara en una provincia con un status especial. Lo más paradójico del asunto es que Borrell, cuatro meses atrás, había abogado por dar cabida a un referéndum decisorio. Ahora, en cambio, con una nueva opinión calificaba la labor y los esfuerzos de Rabat para alcanzar un acuerdo de “serios y creíbles”. Sin embargo, lo que no resulta creíble, a día de hoy, es su cambio de parecer, cuando ha sido Marruecos, desde los años 70 hasta la actualidad, la que ha puesto palos en la rueda de molino. De hecho, Borrell fue más lejos y dio su aval al proceso negociador de Staffan de Mistura, mediador de la ONU, que pretende, según sus palabras, ofrecer una solución “realista, pragmática y mutuamente aceptable para ambas partes”…
Hacía tiempo que no escuchaba palabras más falaces. Da la impresión de que Borrell ha aterrizado de algún planeta lejano de la galaxia y que piensa, de manera incauta, que todo se solucionará arbitrando los conflictos con buenas intenciones. Sin embargo, es justo lo que Marruecos quiere oír. Ve así recompensada su postura intransigente y su hábil estrategia diplomática de presentarse como un país seguro y moderno. Mohamed VI no es, desde luego, ni la mitad de cruel y sanguinario que su padre, Hassan II, y esa mascarada le ha dado resultado, dando pie a que los saharauis se queden cada día que ha pasado de su reinado más solos y expuestos, únicamente respaldados por Argelia. Pues ningún otro país quiere ocuparse realmente de los saharauis y enemistarse con el reino magrebí, si fuese así, la misión en el Sahara (Minurso) no habría sido tan estéril. Lleva en marcha desde 1991, supuestamente preparando el terreno para un posible referéndum… que Rabat ha boicoteado por activa y por pasiva. Mira que ha llovido. No solo el papel de la ONU se ha convertido en irrelevante, sino que esa misma irrelevancia ha permitido a Marruecos cobrar conciencia de que no necesita hacer concesiones.
Al final, va a imponer su voluntad por la red de intereses que ha sabido generar a su alrededor. Borrell tampoco hizo mención alguna a que, en noviembre de 2020, el Frente Polisario rompió el alto el fuego que sostenía con la monarquía alauí, y que sus reivindicaciones no quieren ser realistas, sino justas. Por desgracia, han pasado tantos años desde que se aprobó la Minurso que la situación en el Sahara, tras más de veinte años, no solo no es la misma, sino que ha fortalecido al país agresor. Borrell tampoco sacó a colación, ni hizo referencia alguna, a las constantes violaciones de derechos humanos que Marruecos ha perpetrado a lo largo de estas décadas, ni sobre la suerte de los refugiados en los campamentos de Tinduf. De tal manera que este trato tan favorable y legitimado que se le da a Marruecos como aliado de la UE en su lucha contra el yihadismo, por un lado, y por intereses económicos, por otro, no solo sorprende sino que llama la atención que no despierte más críticas y advertencias por tamaña hipocresía. Pero como Marruecos no es Afganistán, ni está gobernado por talibanes, sino por una autocracia menos terrible, se considera que los saharauis deben conformarse con lo que tienen. Mejor esto que cualquier otra alternativa peor. Así mismo, Rabat cuenta con otra carta todavía más importante de presión: garantizar el eficaz control de la migración irregular.
Así que nadie quiere enemistarse con Marruecos. Claro que si la UE cerrase sus puertas a los productos marroquíes, entonces, el reino magrebí se lo tendría que pensar dos veces a la hora de actuar a su antojo, aunque como eso también afectaría a las economías europeas, nadie quiere dar tan arriesgado paso. De todas maneras, las declaraciones de Borrell son las de un marciano. No se puede hablar tan alegremente de un conflicto que lleva enquistado más de dos décadas y hacer pasar a los responsables por los únicos que quieren hallar una vía de entendimiento. De hecho, la ventaja con la que contaba el Sahara Occidental frente al otro gran conflicto, Palestina, es que era un territorio más definido y su futuro estaba supeditado a la autoridad de la ONU, pero ambos factores han sido desaprovechados. Toda una serie de intereses, que poco o nada han tenido que ver con la defensa y garantía de los derechos humanos y el derecho internacional de la aplicación de la autodeterminación en territorios descolonizados, han ignorado al pueblo saharaui, abandonándolo a una humillante ocupación. Una vez más, el pez grande se come al chico.
Marruecos llevaba ejerciendo una autoridad despiadada sobre una zona que nunca le perteneció, pero que como es un trozo de desierto sin demasiado interés estratégico para EEUU y la UE, fue abandonado a su suerte. Da que pensar sobre a qué intereses sirve el mismo jefe de la diplomacia europea, español, para más inri (debido a la responsabilidad que tuvo España en el abandono del Sahara), hace un brindis al sol sobre una solución que lleva tiempo encallada. No solo eso. Se posiciona en favor del país agresor. ¿Acaso solo la monarquía alauí hace esfuerzos para hallar una salida? ¿Seguro? ¿Y los saharauis? ¿Son los convidados de piedra a su propio problema? A estas alturas, el conflicto del Sahara se ha convertido en irresoluble más por la actitud de una clase política, incapaz de ver la horma de su propio zapato que por no existir una llave para que ello sea posible: un referéndum. Y, si como indica Borrell, la resolución del conflicto pasa por un acuerdo que convenza a las dos partes, menospreciar a los saharauis no es la respuesta. l
Doctor en Historia Contemporánea