Esta mañana, a las 11, en el Santuario de Loiola se oficiará el funeral por el alma de Carmelo Gorrotxategi, jesuita y durangués. Ha muerto después de bregar 90 años con una vida apasionada y espero que el adjetivo no parezca mundano a quienes lean este obituario desde una perspectiva religiosa. Porque la palabra pasión es colindante si no coincidente con vocación, llamada y disposición al servicio. Carmelo Gorrotxategi sintió la llamada de Cristo, se dispuso a su servicio en la Compañía de Jesús y vivió la vida de sacerdote jesuita, apasionadamente.

Carmelo Gorrotxategi, S.J.

Era un crío de cinco años cuando su hermano Pedro, de diez, moría en el bombardeo de Durango mientras ayudaba como monaguillo –sustituto, pues otro niño que iba a asistir había enfermado repentinamente– en la misa que se cantaba en el fatídico momento en el que la Aviación fascista italiana sembraba una tempestad de acero sobre la pacífica y desarmada villa. La muerte tuvo que ser consecuencia del choque de la onda explosiva pues el cuerpo del niño no ofrecía signos externos como politraumatismo o heridas abiertas o sangrantes. Los padres se resignaron a su suerte y siendo ideológicamente diversos –él carlista, ella nacionalista– aprendieron la lección más trágica: de los cielos llueven bombas sin previo aviso y dejan en el dintel de la casa el cuerpo muerto de un hijo (fuente: Pedro Pablo Arrinda, sobrino de Carmelo).

Carmelo Gorrotxategi, S.J.

En Panamá

La tristeza se aquietó con la fe y Carmelo emprendió su noviciado siendo destinado a Panamá. ¿Por qué al istmo de América? Los designios de Dios son inescrutables y los de la Compañía de Jesús, el arcano más inescrutable de los designios divinos. Así que Panamá, como a sus compañeros Valentín Bengoa a Nicaragua o Jesús Arroyo a Colombia. Luego volveré sobre estos dos últimos. En Panamá, Carmelo lo fue todo: director del Colegio Loyola, confidente de sus alumnos, luego ministros, fiscales y cargos diversos de la república, consuelo de afligidos, puerto refugio de vascos a los que la economía o la política les había convertido en madera de deriva. Llega la hora de decirlo, Carmelo era nacionalista vasco. Su internacionalismo, en puridad catolicismo (universal), y su pertenencia a la Compañía entroncaban de manera sencilla y acabada con su amor al país y su servicio a Euskadi. Sabido es que el lehendakari Aguirre precisó de documentación falsa para escapar al cerco nazi en la Europa en guerra. Aquel José Andrés Álvarez Lastra (trasunto de José Antonio Aguirre Lecube , vean que mantuvo las iniciales de nombre y apellidos para que coincidieran con las bordadas en su camisa) disfrazado con gafas y bigote fue obra y gracia del cónsul panameño Germán Gil Guardia Jaén. Años después la documentación del cónsul, los papeles (buenos) de Panamá, fue entregada por sus familiares a Carmelo Gorrotxategi quien años después la puso en manos de la Fundación Sabino Arana, recibida por Iñigo Camino, donde se encuentra depositada para su estudio.

Conocí a Carmelo en circunstancias fuera de lo común. Sitúense en febrero de 1989 durante la tregua entre ETA y el gobierno de España con motivo de las conversaciones de Argel. En Herri Batasuna, y doy por hecho que también en ETA, consideraron necesario que se hiciera una ronda por diversos países americanos (Panamá, Nicaragua y Cuba) para informar de su desarrollo a los etakides allí residentes tras su expulsión de Francia en connivencia con el gobierno de González. La otra motivación del viaje era contactar con autoridades políticas o personas de influencia local para una eventual acogida de presos de la organización que podrían ser excarcelados si las conversaciones de Argel resultaban exitosas. La gira la iniciamos en Panamá y los viajeros éramos Miguel Castells, el entonces alcalde de Donibane Pasaia –importante por ser convecino de monseñor Laboa, nuncio del Papa en Panamá– y quien escribe estas líneas. En la capital nos esperaba Carmelo Gorrotxategi quien hizo despliegue de sus contactos y así pudimos tener una aceptable visión de la política panameña. La actuación de Carmelo fue la de un diplomático profesional; por igual accedía a los militantes de ETA que a los miembros del gobierno o de los servicios secretos de Noriega (G2); de hecho, me organizó una cita con el jefe de los mismos ¡en la prisión del barrio del El Chorrillo! Y no era Carmelo hombre de la situación, su antipatía por el general Noriega era perceptible.

Extraña Navidad

La siguiente escena tuvo lugar en diciembre del mismo año. Los estadounidenses invadieron Panamá con la así llamada Operación Causa Justa y monseñor Laboa, pasmado ante lo que veían sus ojos, abrió la verja de la Nunciatura a tres etakides que pedían refugio y al Carapiña (entren en internet y vean su rostro para conocer el porqué de ese mote) general Noriega. Los cuatro inconcebibles autoinvitados compartieron cena de Navidad con Laboa mientras en el exterior un par de carros de combate gringos velaban armas. Gorrotxategi tras las bambalinas y quien subscribe en permanente contacto telefónico con el Nuncio en las navidades más extrañas de mi vida. Carmelo volvió a Euskadi para retirarse, es una forma de hablar pues los jesuitas no se retiran nunca. Aquí me presentó a los otros dos mosqueteros de Ignacio de Loyola: Valentín Bengoa, el refundador de STV-ELA y Jesús Arroyo, alias “el profundo”, psiquiatra de reconocido prestigio en Colombia, formado en Viena e hijo de diputado por el PNV (Encartaciones) en las Cortes de la II República. Los tres nacionalistas y a su manera “hors de mur” de la beatería. Mundanos, si monseñor Uriarte me permitiera la expresión. Mis conversaciones con los tres eran como una correspondencia demasiado unidireccional pues nada sé de psiquiatría, apenas de sindicalismo y muy poco del Athletic, verdadera pasión terrena de Carmelo y Jesús. Así que poco pude aportar en nuestras tenidas que no fuera algo de política, historia y vivencias que ahora me parecen una nadería en comparación con las suyas.

En cierta ocasión, Carmelo me dijo que yo habría sido un buen jesuita de no haber optado por el matrimonio. Todavía le sigo dando vueltas, no a mi nula falta de vocación sino a la trastienda de la frase. Por mi parte, y no es devolverle la pelota, opino que el sacerdocio en general y los militantes de la Compañía de Jesús, necesitan que se ponga fin al celibato. Su compromiso estaría más potenciado si compartieran vida en pareja.

Carmelo, con salud maltrecha, fue traslado en sus últimos años a la residencia de los jesuitas de Loiola. Su espíritu indomable le pedía salir de allí para volver al mundo exterior que ya era un espejismo pues uno es parte de algo si ese algo es parte tuya y ese intercambio exige capacidades las que Carmelo ya no disponía.

He hablado de la “devoción” de Carmelo por el Athletic y ahora debo hacerlo de su DEVOCIÓN por el Cristo del castillo de Javier, cuya imagen me gustaría que ilustrara este necrológica. Siempre que venía a casa solía visitarlo. Es un Cristo sonriente que para Carmelo irradiaba amor, compasión y esperanza, valores que comprendemos muy bien los laicos y que son el puente de comunicación con los creyentes, de los que tanto tenemos que aprender en un mundo materialista y hostil. Goian bego, querido Carmelo, tú que fuiste iluminado por la fe, la esperanza, la caridad y el amor al prójimo. ¿Será esto el “jesuitismo” que me detectó Carmelo?