l 21 de junio de 1941 comenzaba la llamada Operación Barbarroja. Es decir, la invasión de la Unión Soviética por parte de la Alemania nazi. Dos días más tarde, Pravda, órgano del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), se refería a la resistencia frente al invasor como Velíkaya Otéchestvennaya voyná (Gran Guerra Patria). En aquellos momentos, en Suecia, José Antonio Agirre se encontraba en Suecia con su familia tras huir de Berlín después de su odisea por la Europa ocupada. En alta mar, mientras navega rumbo a Río de Janeiro, se entera de la reunión mantenida entre Roosevelt y Churchill (agosto de 1941) de la que sale la Carta del Atlántico que es la base de la Declaración Universidad de los Derechos Humanos (1948).

La Carta del Atlántico impresionó profundamente a José Antonio, como se recoge en su De Guernica a Nueva York (y, claro, en sus Diarios). Luego, en su exilio de Nueva York, estuvo cerca de quienes preparaban desde su propio exilio la reconstrucción de Europa y una profunda renovación ideológica en el campo democrático. Todo esto tendrá una influencia definitiva en el nacionalismo vasco, tanto político como social, que se incorporaron a la Democracia Cristiana (Nuevos Equipos Internacionales), al Movimiento Europeo, a la Federación Sindical Mundial y, tras su “abducción” por los soviéticos, a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOLS). La primera consecuencia doctrinal para el PNV ya aparece en la Declaración del EBB de 1949.

Comenzó una guerra fría que, por un lado, propició la continuidad de dictaduras como la franquista y el definitivo sometimiento de un sinfín de países (incluida una parte de Alemania) a la dictadura soviética, aislados tras un telón de acero. Ese sometimiento no fue solo político, también económico generando dependencias que han llegado hasta nuestros días. Por cierto, esas dependencias, tras el fin de la égida soviética se tradujeron en un río de oro que, aún hoy, sigue regando la autocracia rusa.

Las democracias occidentales supervivientes iniciaron la construcción de una unidad europea. Surgieron así instituciones como la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, la Comunidad Económica Europea o la Comunidad Económica de la Energía Atómica. El final del proceso fue una Unión Europea a la que, por cierto, se han ido sumando muchos de los antiguos países del bloque socialista. Sin embargo, como se ha demostrado en estos días, el ingreso en la UE no significó la ruptura con Rusia. Esa dependencia estaría en el origen de la invasión rusa de Ucrania.

Ucrania vive hoy (por decirlo en ruso) su Velíkaya Otéchestvennaya voyná (Gran Guerra Patria) que va a reforzar (y mucho) su propia identidad nacional. Al mismo tiempo, mientras se libra esa guerra de liberación, la Europa occidental se refuerza militarmente y se sientan las bases para eliminar cualquier dependencia de Rusia. Ha llegado el momento de repensar el modelo económico y social (que no puede basarse en ganar muchísimo más dinero del que se pueda gastar en cien vidas).

Estamos ante una nueva oportunidad, y esta vez el nacionalismo vasco está en una situación mucho mejor que en aquella década de 1950. l