omo es prácticamente imposible que no haya día que no se alce un globo de mugre en el panorama de la vida pública nacional, esta semana pasada la ciénaga nos ha regalado con el vuelo del Pegasus, una sofisticada herramienta de espionaje telefónico aplicada de manera acuciosa a un nutrido grupo de disidentes políticos. Hace ya tiempo que se hablaba de esa herramienta de espionaje producida por Israel y vendida a quien quisiera comprarla, entre ellos los hampones españoles. Creo recordar que la primera vez que apareció esta noticia, gobernantes, servicios de inteligencia y Cía. se apresuraron a negar su existencia y aplicación. Tal vez lo hicieran de manera preceptiva y rigurosamente hipócrita y maliciosa, tal vez no, quién sabe lo que de verdad se cuece en las cloacas de todos los estados y gobiernos.
Lo que esta vez no se puede negar, aunque ministros y no ministros se llamen a andana en lo que a la responsabilidad política y gubernamental se refiere, es que en manos de una parapolicía canallesca ha estado un sistema de espionaje que se ha aplicado a independentistas y disidentes, y vaya usted a saber a quién más, y qué uso se ha dado a la información obtenida. No basta con decir que aquí solo se espía con permiso judicial, que la ley y solo la ley ampara y sostiene todas las actuaciones gubernamentales y que la nuestra es una democracia consolidada y blablablablá...
Eso sí, hay que reconocer a nuestros gobernantes y adheridos, una cara de cemento armado: no hay desvergüenza con la que no se atrevan y más ahora que están ejerciendo de hombres de estado europeos implicados en la guerra ruso-ucraniana de hoy y piden cabezas y picotas, al tiempo que envían armas para ver si Ucrania vence a la Rusia de Putin. En todo caso, el teatral ejercicio de “hombre de estado” de Sánchez y su tropa no alcanza a proteger de manera eficaz al periodista Pablo González, peloteado entre el CNI y Exteriores, y todavía encarcelado en condiciones propias de una dictadura policial. Está claro que el Gobierno español no tiene entidad como para pedirles de manera severa explicaciones cumplidas a los polacos.
Las declaraciones de Robles, ministra de Defensa, no tienen desperdicio: se acoge a los secretos oficiales franquistas para encubrir lo que a todas luces es un delito, cometido por funcionarios del Estado, cuya persecución les obligaría a hacer algo que no quieren porque no les conviene: la depuración de los cuerpos policiales y de inteligencia, de los que se sirven cuando les da la gana.
El Pegaso es un animal mitológico, una suerte de caballo alado, cuya característica más llamativa es haber servido de montura a quien dio muerte a la perversa Quimera que representaba una amenaza para la paz y el orden de algún mundo del pasado mitológico... digamos que ahora mismo, aquí y en relación a la actividad delictiva practicada por la policía política fundada por el PP, todas las interpretaciones están abiertas.
Con Julian Assange, cuya vida pende de un hilo, y sus filtraciones tuvimos la prueba fehaciente de que es mucho lo que se le oculta a la ciudadanía, de que se le miente a placer en busca de crear una opinión pública en extremo dirigida y de que la comisión de delitos está a la orden del día, como fundamento del Estado del mismo rango que las leyes votadas en un parlamento. Así parece que son las cosas y así parece que van a eternizarse sin que podamos hacer gran cosa para torcer esa trayectoria, con Pegaso o sin él.
La existencia desvelada del Pegasus en manos de funcionarios del Estado que actúan al margen de la ley, de manera impune y quién sabe si plenamente consentida, permite sacar una conclusión sencilla, nada rebuscada: pueden hace con nosotros lo que les venga en gana por mucho recurso a los tribunales que se nos otorgue desde arriba entre carcajadas.
Triste conclusión, sin duda, como casi todo lo que concierne a los globitos que salen a diario de la ciénaga nacional. Triste y descorazonador porque invitan al fatalismo de pensar que gobierne quien gobierne, al amparo de este o ese régimen político, el entramado de cloacas de este país es irremediable e imposible de sanear.