ivimos de sobresalto en sobresalto. El mundo se ha enganchado a una dinámica infernal de la cual parece imposible que escapemos indemnes. Las sombras no dejan grietas por las que se pueda colar un poco de luminosidad. El reconocimiento de facto de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara occidental por parte de Pedro Sánchez abre un boquete en la política española con indudables y serias repercusiones. El Sáhara es una región castigada por la historia, abandonada ilegalmente por España en 1975 y oprimida por Marruecos.

Tras el abandono del Sáhara por parte española, Marruecos y Mauritania, vecinos de frontera, invadieron el país. Hubo una guerra en la que Mauritania capituló pronto y que Marruecos continuó sin poder tampoco obtener una clara victoria. Su superioridad militar y sus mayores recursos le han permitido apoderarse de la parte más fértil del territorio y construir un muro gigante. Una gran mayoría de los resistentes saharauis viven en los campamentos de Tindouf, al suroeste de Argelia. Son casi 175.000 personas que viven en condiciones de extrema pobreza y vulnerabilidad.

Desde 1976, los diferentes gobiernos de Madrid han defendido el derecho de autodeterminación de los saharauis en concordancia con las tesis defendidas por la Organización de Naciones Unidas. La conciencia de abandono y traición para con la que fue la provincia quincuagésimo tercera en otros tiempos ha creado a lo largo de estos casi cincuenta años sólidos vínculos con el pueblo saharaui en una parte de nuestra sociedad. La decisión del gobierno de plegarse al chantaje del reino alauita pone de manifiesto su propia debilidad. Confiar en que Marruecos, un estado centralista, otorgue la más mínima autonomía al Sáhara es como creer que Putin se retire ahora del Donbás ucraniano. Según el relato de la monarquía alauita, el Sáhara forma parte histórica del Gran Marruecos. No dicen nada de la riqueza de fosfatos y los nutridos bancos de pesca en las zonas costeras.

En este avispero político, Sánchez puede que, al menos temporalmente, haya logrado apaciguar a Marruecos. Sin embargo, Argelia, principal suministrador de gas a España y valedor de la República Árabe Saharaui Democrática está furioso con la decisión. El baile de embajadores ya ha comenzado: regresa la de Marruecos y se va el de Argelia. Todavía nadie ha dicho nada del gas argelino, pero no es difícil adivinar que las condiciones del suministro pueden variar ahora.

Con el reconocimiento de la soberanía sobre el Sáhara, Sánchez pretende zanjar las aspiraciones marroquíes sobre la territorialidad de Ceuta y Melilla, así como frenar las sucesivas oleadas de inmigración que se producen con el beneplácito de las fuerzas de seguridad del país vecino. Pero nada de esto parece haber quedado por escrito, y no es difícil predecir que el monarca alauita, Mohamed VI, cuyo control sobre el país es total, vuelva a emplear el mismo método. Su padre, Hassán II, cuarenta y siete años antes, mandó a 350.000 civiles con banderas marroquíes y el Corán en la mano a tomar los territorios saharauis. Fue la Marcha Verde; marcha negra para los saharauis. Era una maniobra de distracción: por el este envió a 25.000 soldados. El ejército español, con el dictador en cama -fallecería días después- no disparó ni al aire. Fue la primera traición.

Pero recientemente en las procelosas aguas de la política internacional ya se habían producido cambios de corriente. Hace tan solo un mes Alemania selló las paces con Marruecos tras un año de conflicto con el Sáhara como tema central. Estados Unidos y Francia han apostado desde hace tiempo por Marruecos. Mohamed VI ordenó reconocer al Estado de Israel, rompiendo amarras con los países de su entorno árabe, y esto propició un acercamiento aún mayor a los Estados Unidos, su principal proveedor de armas. Sin ambages, Donald Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Todo un triunfo para la diplomacia alauita.

En abril del pasado año, la entrada en España del secretario general del Frente Polisario, Brahim Gali, para tratarse de covid en un hospital de Logroño, fue la excusa para que Marruecos acusara al gobierno de Sánchez de deslealtad. Poco después, miles de jóvenes marroquíes entraron de manera ilegal a Ceuta. En mayo, la embajadora alauita abandonó Madrid. Ahora acaba de volver para escenificar la reconciliación con España. Marruecos es un negociador hábil y no es casualidad que haya elegido este momento de guerra en Europa para dar un manotazo en la mesa.

La rapidez y oscurantismo con las que Pedro Sánchez ha tomado esta decisión; ya contestada desde una parte de su propio gobierno, y el hecho de que haya sido Marruecos quién lo haya anunciado formalmente añade todavía más sombras al caso.

Sin embargo, lo que está claro para todo el mundo es que la decisión del gobierno español supone otro movimiento en el tablero internacional con serias repercusiones para unos tiempos complicados en los que se deja a los saharauis en tierra de nadie y como víctimas de una segunda traición. * Periodista