s una pena que Agatha Christie no esté viva. La novelista inglesa hubiese escrito una obra magnífica con todos los ingredientes sobre el intento de asesinato político de Boris Johnson. Es decir, la traición del mayordomo humillado: su antiguo asesor principal, Dominic Cummings; las mentiras de un gobernante soberbio y acorralado que se aferra al puesto como si le fuera la vida en ello; un ama de llaves, Sue Gray, con largos años en la casa y con mucho qué decir, y el personal del servicio: los miembros de su partido, divididos en sus estrategias. Algunos parecen apoyar a su todavía jefe mientras otros esperan verle aún más acogotado para dejarle en la estacada sin ningún miramiento. Esta parece ser de momento la trastienda de la vida política británica hasta que se conozcan varios informes, entre ellos el policial de Scotland Yard.

El Reino Unido está irreconocible. El hecho de que un mentiroso recalcitrante como Boris Jonhson siga todavía ocupando el puesto de primer ministro es algo insólito en la política británica. Boris está reñido con la verdad. Winston Churchill, del que Johnson dice ser admirador, en las horas más duras del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, no esquivó la verdad: sangre, sudor y lágrimas prometió a sus conciudadanos. Johnson, antes y después del brexit, garantizó un maravilloso país libre de polacos, rumanos, y extranjeros de diferente ralea. De momento, solo ha dejado un Reino Unido sin transportistas, con dolores de cabeza y una desunión cada día más patente como consecuencia de su atolondramiento.

Sue Gray ya hablado; quizás no con la contundencia que se esperaba, pero al menos ha dejado claro algo que no siempre lo es: las normas éticas están para cumplirse, independientemente del rango o posición. El Gobierno no las cumplió. La vicesecretaria de la Oficina del Gabinete seguirá trabajando hasta completar el informe. De momento, no ha pasado de un poderoso rapapolvo. Gray no ha entrado con demasiado detalle en las doce fiestas que ocupan el centro del escenario, tal y como le ha pedido la policía. El tiempo corre a favor de Johnson y se antoja poco probable que el primer ministro presente su dimisión. Hasta ahora se ha negado y parece dispuesto a resistir mientras las pruebas contra él se amontonan en las páginas de los diarios del país, presumiblemente disparadas por su antiguo asesor e ideólogo del Brexit, Dominic Cummings. Un tipo, dicen, de colmillo afilado y que puede tener más balas en la recámara.

Johnson tiene una larga carrera política salpicada de mentiras, ardides y cambalaches que vienen desde su época de periodista. En 1980 fue despedido del diario The Times por haberse inventado una cita en un artículo de portada. La mala praxis como periodista desembocó en la política. Son muchas y graves las mentiras de las que se acusa al primer ministro cuya carrera ha estado jalonada por los escándalos de todo tipo. Todas han sido probadas. Johnson nunca ha seguido el consejo irlandés que se aplica también en su país: “Whatever you say, say nothing”, traducido como: “Digas lo que digas, no digas nada”. Johnson por temperamento o por arrogancia, o quizás por ambas, es incapaz de no abrir su boca.

En la campaña a favor del brexit, Johnson afirmó que el Reino Unido aportaba 350 millones de libras a la semana. La Autoridad Estadística del Reino Unido desmintió la cifra categóricamente, no sin cierta vergüenza. Más tarde, otro escándalo surgió debajo de las alfombras de Downing Street. Esta vez tenía que ver con el origen de los fondos para la costosa decoración de su residencia oficial. Johnson negó saber de dónde venían las libras. Más tarde se supo que el espléndido donante era un tal Lord Brownlow, miembro y benefactor del partido conservador. Todos lo sabían menos él. A todo ello se han sumado ahora las últimas fiestas a las que Johnson y miembros de su gabinete asistieron. Inicialmente el primer ministro lo negó todo. Mientras todo el país estaba encerrado en sus casas, sin poder salir, los miembros de su gabinete organizaron diversas celebraciones en las que no faltó nunca el vino y otras bebidas espirituosas. Fiestas que más tarde calificaron como eventos ligados a su trabajo.

El Reino Unido tiene un serio problema de credibilidad con su primer ministro. Es difícil tomarse en serio a este personaje capaz de perorar sobre la cerdita Peppa, un personaje de cuento infantil, cuando pierde las notas del discurso que debe dirigir a los empresarios de su país. No se trata de que Boris Johnson se haya hecho charlatán y mentiroso en el ejercicio de su cargo. No, ya lo era antes, tal y como la hemeroteca lo confirma. Haber votado a un tipo así es el castigo que ahora tiene que afrontar la ciudadanía británica. Estaban avisados.

El final del Borisgate parece estar al caer y no descarto que, al final serán el mayordomo o la ama de llaves quienes paguen los platos rotos si la sopa se enfría. Aunque también cabe la posibilidad de que la sopa fría se le puede acabar indigestando al primer ministro. * Periodista