a causado un gran impacto en la sociedad española la noticia de la reciente audiencia privada de la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Dña. Yolanda Díaz, con el Papa Francisco. Su corolario: la fotografía, lo atestigua. Vemos a todo un pontífice católico saludando a una dirigente política que no tiene empacho en denominarse nada menos que ¡comunista!

Para la derecha hispánica este calificativo lo dice todo: miembro de la secta de Stalin, Mao, Fidel Castro y modernamente hasta del nefasto Maduro bolivariano, ¡qué oprobio! Para estos políticos el adjetivo comunista es equivalente a un insulto y de los más infamantes. Sin embargo, ser comunista no es en principio nada ilegal y menos delictivo. Nuestra Constitución ampara en sus artículos 14 y 16 la libertad ideológica o de opinión. Bien es verdad que también ampara en su artículo 33 el derecho a la propiedad privada, que entraría en flagrante conflicto con cualquier intento de abolirla.

Es verdad que los “casos prácticos” de implantación del comunismo en los países respectivos de los líderes arriba citados, han fallado en general estrepitosamente, porque si bien han fomentado la igualdad y hecho avanzar la educación y la sanidad, y en el caso de China aumentado exponencialmente la riqueza y sacado de la pobreza a cientos de millones de seres humanos, lo han realizado a costa de una brutal represión de la libertad de sus pueblos, además de amparar la corrupción y enriquecimiento de sus adictos.

La cuestión ahora es: ¿Yolanda Díaz ha propugnado dentro del Gobierno o antes como sindicalista e hija de Suso, prestigioso sindicalista gallego de ideología comunista, como Marcelino Camacho, la implantación del comunismo en el sentido de buscar la loable igualdad social, eliminando la propiedad privada en España e implantando un régimen totalitario? Nadie lo recuerda, ni es verosímil. Solo puede ser un malévolo juicio de intenciones.

Por otra parte, los últimos comunistas declarados como Berlinguer, en Italia, o incluso Santiago Carrillo, jamás predicaron la colectivización de la propiedad, eliminando la libertad. Se trata, por tanto, de asustar al personal, contándole paparruchas y mentando al “sacamantecas” o el “morroco”, como se decía en el pueblo en mi infancia. ¿Qué es lo que molesta o inquieta entonces a nuestros próceres derechosos en Yolanda Díaz?

La respuesta es diáfana: medidas como el aumento de la imposición directa a las grandes retribuciones y fortunas, controlando las SICAV, recortes a las prebendas de muchas empresas del Ibex, combate con suficientes recursos a la economía sumergida y aumento de la imposición a las grandes herencias, junto con iniciativas tendentes a mejorar la sanidad y la educación públicas, incremento también de las becas a los hijos de familias modestas, incluyendo las que permitan opositar en igualdad de condiciones a los grandes cuerpos de funcionarios del Estado: abogacía del Estado, notarías, diplomacia, registros, técnicos comerciales del Estado, etc. En fin, un auténtico programa que intente reducir la desigualdad rampante de la sociedad española. ¿Asusta esto al español medio? Venga Dios y lo vea.

Si analizamos la conducta de la Sra. Díaz por sus hechos, vemos que ha luchado desde su puesto en el Gobierno por un país más igualitario, mejorando en lo posible los sueldos de miseria de unos y tratando de moderar los privilegios exorbitantes y ciertamente poco cristianos, de otros, como los consejeros de las sociedades del Ibex, que cobran remuneraciones que en muchos casos alcanzan y superan los varios cientos de miles de euros anuales, sin que nadie alcance a ver el mérito de los mismos, medido en aportaciones al bien común.

Ciñéndonos a los hechos, pues, lo que Yolanda Díaz ha venido haciendo desde el Gobierno durante estos dos últimos años ha sido luchar, con el apoyo del presidente del Gobierno, para reducir esa desigualdad de la gente, consiguiendo notables éxitos como la subida bien significativa del salario mínimo, (más del 20% en poco más de un año), o la ley de los “riders” o repartidores, dignificando su empleo y dándoles una mayor seguridad jurídica.

Francisco, jesuita con vocación social y proveniente de un país con graves problemas de desigualdad, con “villas miseria” escandalosas, no solo en los suburbios bonaerenses, y ricos casi tanto como los que viajaban en barco a Europa, con nutrida servidumbre y hasta la vaca para alimentar a sus vástagos, en las primeras décadas del pasado siglo; tiene una fina sensibilidad pastoral, no en balde fue arzobispo de Buenos Aires, que le empuja a pasar de las bellas teorías y exhortaciones hacia la caridad cristiana de otros dirigentes religiosos, a enfrentar la descarnada realidad social, buscando vías de revertir esa injusta distribución de la riqueza.

Con esta experiencia a cuestas, el Papa Bergoglio no podía ser indiferente a la trayectoria de esa vicepresidenta del Gobierno de España, propiciando la visita, sin tener en cuenta descalificaciones sectarias y vacías etiquetas.

Otorgando esa entrevista Francisco nos ha proporcionado una nueva y prometedora visión de la Iglesia, amante de verdad de los pobres, que si bien puede ser frecuente en muchos sacerdotes o incluso en jerarquías de segundo nivel, no son tan habituales en muchos de los superiores jerárquicos, clamando siempre contra “el comunismo ateo”, sin fijarse en que los presuntos comunistas están, quizás, haciendo más en defensa de los débiles y marginados y recortando, a la vez, los privilegios de los poderosos.

Francisco nos ha demostrado que quiere llegar al fondo de los problemas sociales, ya sea con sus encíclicas sobre la emigración, el cambio climático o la igualdad y sus consecuencias, o a través de entrevistas singulares con personas que, desde posiciones políticas o ideológicas muy distintas, luchan, sin embargo, por la causa de los más débiles y marginados.

En cualquier caso pensamos que esta visita es más que un “gesto”. Francisco nos ha dado una valiente lección de apertura, independencia y compromiso social. * Doctor en Derecho