l discurso que utilizan los líderes políticos, actualmente, casi siempre adolece de falta de rigor. Cuando en los foros políticos oficiales, en las Cámaras en las que intervienen los líderes -Congreso, Senado, Parlamentos regionales, ayuntamientos importantes, etc.-, empezaron a acompañarse los discursos con ovaciones enfervorizadas de los partidarios, o abucheos de los contrarios, el discurso político fue perdiendo calidad y rigor, peor aún, todas las intervenciones buscaron más el aplauso que el rigor. Los líderes se empeñaron en potenciar liderazgos mucho más basados en el ruido que en el sonido, mucho más empeñados en provocar estridencias que en configurar melodías o discursos bien construidos, con intenciones nobles. Cada intervención pública lleva aparejada una intencionalidad que enreda en las palabras lo que realmente se quiere decir con lo que uno quiere que los ciudadanos escuchen. Y, en ese empeño, siempre gana el deseo de halagar a los propios para arrancar sus aplausos, más incluso que reflexionar desde el rigor. El asunto se complica cuando, desde las sillas en que están los que escuchan, surgen ruidos de todo tipo, exclamaciones que muestran disconformidades e, incluso, afirmaciones mal intencionadas e insultos. Este tipo de comportamientos, tan propio de agitadores sin criterio, acaba por convertir el Congreso de los Diputados -o cualquier otro foro del que se trate- en un patio de Monipodio, algo que suele quedar patente cuando la pelea abandona el terreno de la disertación templada y la dialéctica constructiva para sumergirse en un lenguaje tan fácil y poco riguroso, como zafio.
Y este comportamiento, tan poco idóneo para ser usado en un foro tan noble como el Congreso de los Diputados, ha terminado por llenar las páginas de los periódicos que, en buena medida, han relevado el rigor en el relato por la espectacularidad. Cabría achacarle alguna parte de la responsabilidad a quienes escriben los artículos, pero eso sería muy injusto, porque ellos cumplen con su deber trasladándonos aquello que los políticos y responsables públicos han expuesto desde sus altares como si se tratara de verdades divinas. Basta con presenciar las ceremonias que tienen lugar en los Foros políticos para comprobar el desordenado “diálogo” que los responsables políticos practican, los parlamentarios entre ellos. Uno habla desde la Tribuna y, mientras tanto, desde las gradas, las manos se preparan para aplaudir en el momento idóneo. Curiosamente, hay momentos más idóneos que otros, oportunidades en las que los aplausos se producen con mayor euforia o, como mínimo, condescendencia. La tragedia surge cuando el orador, por muy brillante y acertado que se pronuncie, no tiene escuchándole en los estrados ni a uno solo de su propia formación o solo tres o cuatro compañeros que, juntando sus aplausos, apenas llegan a alertar a los despistados o despertar a los amodorrados.
Ahora que las ideologías no están, como antaño, basadas en principios ideológicos claros ni doctrinas debidamente estructuradas, ahora que son más importantes las estrategias intermedias que los fines pero que, en buena medida, todas ellas obedecen a un fin u objetivo tan escasamente noble como es la consecución del poder a cualquier precio, las palabras de algunos líderes se quedan en meras intenciones cuya única justificación es alimentar las ansias de poder de sus adeptos. Es así que los partidos políticos han ido abandonando sus denominaciones clásicas porque en el propio nombre en que se identificaban sentían una obligación: la de ser fieles a las palabras con que se identificaban. Un miembro del PC tiene que ser comunista, como tiene que ser socialista uno del PSOE, o nacionalista uno del PNV... y así sucesivamente, porque en su propio nombre llevan su identidad. Pero tendrá que explicar muy bien un líder de C’s, o de UPodemos, qué convicciones políticas o ideológicas debe administrar o seguir para sentirse satisfecho con su ideario. Porque, además, por si fuera poco, quienes se pusieron en un principio al frente de las naves, las han abandonado al primer atisbo de temporal. ¿Quiénes gobiernan esos timones? ¿Oportunistas, osados, meros interesados, adaptables a todas las situaciones, acomodaticios, arribistas, o simples “chaqueteros” que al tiempo de adscribirse tiraron por la borda actitudes y principios? Es evidente que no tiene por qué ser así, pero los partidos políticos han de responder a principios ideológicos y estrategias claras y diáfanas que señalen claramente de dónde vienen y hacia dónde van.
No cabe duda de que las estrategias de los partidos políticos han de estar supeditadas a los principios ideológicos en que se sustentan pero, ¿alguien me puede señalar cuáles son los idearios de gran parte de las formaciones que acuden a los procesos electorales? Por ejemplo, leo en una entrevista, en letras gruesas, que “es evidente que el papel de Bildu en Madrid está afectando a UPodemos en Euskadi”. Lo dice la líder de UPodemos en Euskadi Miren Gorrotxategi. La entrevista da para mucho, pero esta mera frase ya es suficiente, porque UPodemos es una formación de ámbito nacional -español- y debería dejar muy claro cuál es su posicionamiento respecto al Gobierno Nacional español, también cuando habla en Euskadi. Su obsesión por desacreditar al socialismo (PSOE) como ideología de izquierdas, con la intención de abrirse un hueco a codazos en Euskadi, pone en cuestión su deseo de liderar la izquierda y facilitar un Gobierno rupturista que, de ser posible, supondría la liquidación de la ideología de izquierdas más consolidada y eficaz de nuestro tiempo, que no es otra que el Socialismo de Pablo Iglesias Pose. La obsesión que ha conducido a los dirigentes de UPodemos a negar los valores históricos -e históricamente consolidados- del socialismo democrático ha dificultado la eficacia del PSOE en el Gobierno que ostenta, no solo porque compitiendo con él (y contra él) ha debilitado su presencia en razón al menor número de representantes en el Congreso, sino porque el excesivo empeño puesto en desacreditar al socialismo clásico del PSOE, ha convertido a este en una ideología sometida a un revisionismo constante, y escasamente riguroso.
La sra. Gorrotxategi tiene buenas intenciones pero el hecho de tener que justificar la salida de UPodemos de los Gobiernos y Centros de decisión vascos la lleva a ocupar un espacio ideológico poco claro y, en buena medida, tan insignificante como innecesario en Euskadi. En Euskadi no hay un espacio político ni ideológico -nítidos- para UPodemos. Sin duda habrá lugares en los que las cuentas faciliten o reclamen su presencia pero, de momento, su espacio está ya colmado y ocupado por formaciones con mayor experiencia: PSE, PNV (a pesar de su tibieza ideológica) y EH Bildu, siempre y cuando estos últimos decidan, con decisión firme o incluso a regañadientes, limpiar su vieja imagen antidemocrática. UPodemos es una formación coyuntural actualmente en Euskadi. Aquí o allá ocupará algunos espacios que los partidos tradicionales precisan llenar, pero ideológicamente UPodemos no desarrolla ningún ideario preciso (que no esté ocupado ya). La ministra Yolanda Díaz es una hábil comunista, y el PCE ya ha venido dando pasos, desde el advenimiento de la Democracia, para compadrear con el PSE (PSOE).
UPodemos es la consecuencia de la voracidad de Pablo Iglesias (Turrión, que no Pose), que atisbó erróneamente la crisis del PSOE que no llegó a culminarse. Igualmente ocurrió con la irrupción de C’s en el ámbito de la derecha. Huidos sus líderes (Iglesias y Rivera), tan oportunistas como inconstantes, el futuro de ambas formaciones deberá esperar a nuevos tiempos y a nuevas situaciones. Probablemente sus “mandamases” propiciarán que se produzcan crisis en el socialismo del PSE (PSOE) que, hoy por hoy, constituye la única formación útil de la izquierda. * Representante de PSE-PSOE en Juntas Generales de Bizkaia