echos de la actualidad presente relacionados con cuestiones identitarias en torno al pasado y porvenir de entidades culturales, políticas y sobre todo institucionales, bien pudieran ser analizados desde la óptica, muy actual por otras razones que tienen que ver con el equilibrio de la personalidad psíquica (de la etnopsiquiatría, tratándose de fenómenos grupales) y de conciliación con la condición orgánica de nuestra realidad puesta en correlación con el entorno al que inexorablemente pertenecemos pese a nuestras ansias emancipatorias. Un conjunto de orteguianas circunstancias y, más allá de ello, whiteheadsianas concrescencias, que hacen definir el estado presente de cosas a la luz de lo dado y lo por-venir.
Conjuntamente es la expresión que manifiestamente parece regir los designios de la política, aunque lo sea desde la disyunción y el desacuerdo. Y desde luego esta parece ser también la visión que respecto de nuestra realidad puede aportar el debate político necesitado de un encasillamiento de voluntades en torno a lo que proyectamos ser. Lo que trae a colación la afirmación de un matemático y metafísico como Alfred North Whitehead sobre el hecho de que este sea “un término genérico que cubre las diversas maneras especiales en que diversos tipos de entidades están “juntos” en cualquier ocasión actual única. Así [habrá de continuar] conjuntamente presuponen las nociones de creatividad, muchos, uno, identidad y diversidad [pues] el principio metafísico último es el avance de la disyunción a la conjunción, lo que crea una nueva realidad distinta de las entidades dadas en la disyunción.” Y para el debate político, extrapolando lo que tiene que ver con una ambición mucho mayor que la del presentismo de sus actuales actores, el filósofo habrá de debatir, definiéndolo, sobre la terna de conceptos fundamentales constituyentes del devenir -si no lo he comprendido mal- como son aquellos de la entidad actual, por un lado, la dación, por otro, y finalmente, el proceso, considerando siempre el que la “actualidad es la decisión en un entorno de potencialidad”.
El filósofo inglés habla de estas cuestiones en la parte en la cual analiza el pensamiento platónico como la piedra angular e inaugural del considerado como occidental, al menos en su parte académica, llamándome la atención lo fácil que resulta extrapolarlas, entresancando tal vez arbitrariamente conceptos, a nuestra situación actual. Interpretación que tiene un precedente claro en la autoridad de un filósofo navarro como es Juan David García Bacca, que al decir de uno de sus estudiosos, Alberto Ferrer García (Universidad de Valencia), releyera su obra Proceso y Realidad la nada desdeñable cantidad de trece veces.
En la versión de que dispongo esta obra consta de nada menos que 691 páginas. Por ello mismo, en este sentido, mi aportación no pasa de ser sino mera ocurrencia de aspirante a la iniciación en dicho pensamiento, partiendo de la descripción que el mismo Whitehead realizara sobre la consideración que adopta el ejemplo del efecto que una nueva pincelada tiene sobre el conjunto de una obra de arte en un mundo donde todo da la sensación de haberse realizado. Dice así:
“La combinación de colores es dada para nosotros. Pero una pincelada más de rojo no constituye una mera adición, sino que altera el equilibrio del conjunto. De este modo, en una entidad actual la unidad equilibrada de la dación completa excluye cualquier cosa que no esté dada”.
A lo que años más tarde bien pudiera habérsele añadido la reflexión realizada por el alemán Markus Gabriel sobre el hecho de que “las obras de arte son composiciones y no objetos expuestos en condiciones particulares [puesto que] literalmente, com-poner consiste en poner cosas en conjunto”.
Así al conjunto de las cosas históricas que producen cambios en la sociedad lo denominamos como acontecimiento, no perdiendo nunca de vista el que toda sociedad es un hecho local. No existe la sociedad universal per se, aunque se aspire a ella en un modelo idealizado, sino sociedades determinadas en su particularidad, disponiendo cada cual su pincelada dentro del conjunto con la voluntad de identificación en características asociadas a conceptos como puedan ser los de imperio, idioma o foralidad. Es decir, en una ideación por ver cuál de ellos haya de obtener, desde la perspectiva política e ideológica, un mayor éxito en el agrupamiento de voluntades.
Rasgos definitorios del arquetipo de la condición de Estado fuerte en que consiste la idea de España basada en el fundamento de un proyecto que fuera antes que nada imperial; o bien del separatismo nacionalista de apariencia cultural, como un esencialismo idiomático que sin llegar a ser atávico roza lo ontológico heideggeriano en muchos sentidos (aquello de que el lenguaje sea la casa del ser); y, finalmente, en un plano eminentemente local, de la condición de la foralidad, como punto de encuentro, quede establecida en la naturaleza supuestamente pactada (lo que nunca jamás fuera real) de la asunción de una pérdida soberana; es decir, en el borrón de lo dado para el inicio de una nueva cuenta, de un proceso cuya limitación y talón de Aquiles es su viabilidad económica de sobra conocida por un Estado cuyos teocráticos designios van más allá de este mundo. Lo que hace de la supuesta foralidad un instrumento de segundo orden muy efectivo en la defensa constitucional de cualquier orden de lo establecido, de lo otorgado y de su dación. Y lo que hace, por ende, del modelo navarro de la defensa de su origen y naturaleza preconstitucional un baluarte del pensamiento político reaccionario en manos de la derecha autocalificada como “foralista”.
Por otra parte, no toda sociedad es económica, aunque la economía participe necesariamente de todo proyecto de sociedad. El economicismo ha llevado al fracaso de la izquierda, como posiblemente lo haga también con el modelo diseñado por el pensamiento neoliberal, pudiendo cuestionar el marco autonómico establecido en su premisa. * Escritor