uién me lo iba a decir. Estaba tan concentrado en atender la interminable “crónica de malas noticias” que rebosaban los espacios informativos que, en cuanto el Teleberri pasó página y reprodujo una información diferente, me quedé pegado a la pantalla. Un montañero había encontrado en una cueva de Deba lo que se suponía era un enorme huevo fosilizado. Inmediatamente el hallazgo fue puesto en conocimiento de los expertos y hasta el mismísimo paleontólogo Juan Luís Arsuaga, presente en el lugar del descubrimiento, daba carta de naturaleza a una revelación científica singular que podía suponer un hito en la investigación prehistórica.

Según la televisión vasca, el huevo fósil encontrado tenía unas dimensiones colosales y en su cáscara podía observarse diversas inscripciones practicadas por humanos que el propio Arsuaga, codirector de las investigaciones y excavaciones de Atapuerca, asimiló a la iconografía “vasco-aquitana” localizada en otros yacimientos prehistóricos.

La noticia despejó mi mente de preocupaciones. Recordé, inmediatamente, los árboles fosilizados ubicados en el municipio burgalés de Hacinas o el tremendo tronco petrificado conservado en un descampado de Castrillo de la Reina. Pensé en aquellas “piedras” que recuperaba en los veranos y que mi madre tiraba a la basura. Los amonites, en forma de caracola, o los “coprolites” que en esencia eran cagarrutas de los animales que vivían en aquellos remotos años. Herencia genética hecha guijarro.

Pero aquello lo superaba todo. Un huevo. Y qué huevo. Más que un huevo era un huevazo. Había que imaginarse por un momento de quien era aquel pedazo de resto biológico. Humano no podía ser. Por mucho que Arsuaga dijera que fuera vasco en origen, no encontraba forma de ligar las pelotas de un ancestro cavernícola con semejante tamaño. Tenía que haber sido muy grande el avispón (avispón jurásico) que le hubiera picado en la gónada para hacerla hinchar tanto. Eusko-neandertal descartado.

Por fuerza tenía que ser el huevo de un dinosaurio. Pero ¿qué dinosaurio tan enorme podía ser capaz de hacer una puesta como aquella? Jodé qué bicho.

Total, que me quedé con el cuento de la cueva, del huevo, de Arsuaga y de su procedencia “Vasco-Aquitana”.

Pasaron las horas y nada más supe de la noticia. Ni las agencias, ni los medios digitales hablaban de aquello. “Qué raro” -pensé-. Todo era contagios, covid, restricciones, LABI, confinamientos, positivos, hospitalizaciones...La puta pandemia arriba y abajo. ¿Y el huevo?. Por un momento, miré el calendario en el móvil. Normalmente no lo hago pues se supone que sé en qué día vivo. Y entonces lo comprendí todo. Día de los santos inocentes.

Me había tragado el anzuelo de ETB como un merluzo. Hasta el garganchón. Paleontólogos, dinosaurios, excavaciones y la madre que lo parió. Como un tolai a merced de la ocurrente inocentada de la televisión vasca. Porque el calendario “cantaba”, que de lo contrario...

Una sensación similar debieron tener quienes se habían creído que se iban a comer el mundo derogando la reforma laboral de Rajoy. Sacaron pecho y creyeron de verdad que su capacidad de influencia movería al gobierno de Sánchez a echar por tierra la normativa en vigor. No conocían a Sánchez y se terminaron llevando un chasco de primera división con la “reforma” de Yolanda Díaz.

Y es que el Gobierno español, en el último suspiro del año, aprobaba por Real Decreto Ley, la modificación de la normativa laboral pactada con la patronal y los sindicatos UGT y Comisiones Obreras. Un acuerdo que deberá, ahora, pasar el filtro político del Parlamento , donde el ejecutivo de Pedro Sánchez continúa sin mayoría suficiente para gobernar en solitario. Lo lógico sería, si el acuerdo con la patronal ha satisfecho a las derechas, que las formaciones de oposición que basculan por ese lado, ratificasen positivamente el acuerdo. Pero los conservadores que encabeza Pablo Casado no están por la labor. Al contrario han presionado —y lo siguen haciendo— a la organización empresarial para que rompa y se desvincule del acuerdo laboral. Lo suyo es “no dar ni agua a Sánchez” aunque en esa dinámica abandonen cualquier hipótesis de razonabilidad.

La belicosidad del PP, convertido en un partido destroyer -terminará destruyéndose a sí mismo a este paso- obligará a Sánchez a conseguir los veintiún votos que le faltan entre los “socios” en los que la estabilidad de su gobierno se ha mantenido hasta la fecha (13 diputados de ERC, 6 del PNV, 5 de EH Bildu, 3 de Más País, 1 de Compromis, 1 BNG, 1 Teruel...).

No lo va a tener fácil. La ratificación del Decreto no admite enmiendas. Lo tomas y lo dejas. Y la mayoría de quienes hasta ahora han apoyado a Sánchez ya se han posicionado favorables a modificar aspectos pactados previamente entre las fuerzas sociales y el gobierno que figuran en el texto aprobado por el Consejo de Ministros.

De cumplirse las previsiones conocidas, ni vascos ni catalanes darán su respaldo al decreto solicitando además que se someta a aprobación como proyecto de ley, una gestión que sí admite la presentación y votación de alegaciones, hecho que podría alterar el acuerdo global suscrito entre la patronal y los sindicatos estatales.

Tanto Esquerra como EH Bildu han expresado su radical rechazo al acuerdo. Acusan al gobierno de incumplir su promesa de derogar totalmente la normativa laboral existente. Una derogación por la que pagaron con un sí a los presupuestos del pasado año.

Los nacionalistas del PNV han matizado su rechazo. Ellos sí han mantenido conversaciones previas, tanto con el ejecutivo español como con representantes sindicales y de la patronal española. En esos contactos, que se han prodigado durante las pasadas semana, el PNV ha sostenido que su apoyo al acuerdo pasaba por el reconocimiento del ámbito vasco de las relaciones laborales, y de manera concreta con la “prevalencia de los convenios autonómicos” en el ámbito de la negociación colectiva , una “prevalencia” que ya consiguió por ley en el año 2011. Si tal principio no fuera reconocido, el PNV se posicionaría del lado del no en la actual reforma. Tal premisa se mantiene en la actualidad, y no va a variar ya que la defensa del “ámbito vasco de relaciones laborales” es un principio consustancial con los nacionalistas vascos.

Cuando menos curiosa ha sido la respuesta que el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, ha adelantado a los medios de comunicación que le preguntaban por la pretensión del PNV. Aceptar el ámbito vasco supondría “romper la unidad de mercado”. “Si esto entra, nosotros nos salimos de ese pacto” ya que “lo que se pacta no se toca”.

La supuesta “ruptura de la unidad del mercado” ha sido el argumento fácil y habitual utilizado en los últimos años por los gobiernos españoles para horadar, de manera silenciosa pero eficaz, el fondo de poder competencial del autogobierno vasco. Se trata, por lo tanto, de un peligroso esquema centralizador que amparado, supuestamente, en la igualdad de derechos, sirve como herramienta recentralizadora, delimitando a la baja la capacidad autonómica.

Al albur de ese argumento, “la igualdad de mercado”, ¿por qué admitir la existencia de normas fiscales diferentes? ¿Por qué no una única normativa común? ¿Por qué leyes autonómicas que regulen ámbitos tales como el acceso a la vivienda, las prestaciones sociales, el impulso industrial o las becas educativas? ¿Por qué no hacer tabla rasa, suprimir la especificidad autonómica retrotraer todo el poder político y administrativo a un poder central? ¿Por qué el titulo octavo de la Constitución si con la “unidad indisoluble” de España es suficiente?.

Me temo que Garamendi no ha estado fino. Su respuesta y su hermética amenaza de que “si se toca una coma” la patronal saldrá del acuerdo, es consecuencia directa de la presión que sobre los empresarios está ejerciendo el “casadismo” delirante. Habría que ver qué piensa sobre esta misma cuestión Eduardo Zubiaurre y Confebask, el “socio” vasco de la CEOE.

De todas maneras, la historia de la “reforma laboral” no ha acabado. El intento de encapsular el acuerdo simplemente con el respaldo social no parece tener buen porvenir. Nuevamente faltó cintura y diálogo para involucrar en el compromiso a otros agentes determinantes -los políticos- porque de ellos dependerá su aprobación o no parlamentaria. “Sacar la política” del mudo económico, como alguno ha apuntado, aparte de ser un exceso verbal, ha supuesto un signo de inocencia sorprendente. Y apelar a la “unidad del mercado” como elemento singular para evitar el marco autonómico una argucia imposible de aceptar. Tiene huevos el asunto.

* Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV