aría mejor en callarme porque es mucho más fácil, no saben cuánto, hablar de los últimos abusos policiales-judiciales (Los 6 de Zaragoza), que de Verónica Forqué, es decir, de su muerte de propia mano y de lo que le precedió en el tiempo. Pero lo cierto es que no he dejado de darle vueltas a su fallecimiento y al ruido mediático de mala traza que ha generado, y prefiero decir algo que callarme, con la esperanza de que alguien comparta mi intento de reflexión, aunque resulte insuficiente lo que diga, porque sé que no puedo aportar más que mi perplejidad y mi incertidumbre.
No es la primera vez que le doy vueltas al asunto del suicidio y de la depresión, esa enfermedad pavorosa, no siempre sanable o no del todo, porque algunos suicidas he conocido y depresivos extremos también, por desgracia. Y siempre me he quedado con la idea de que nadie sabe el motivo último que empuja a una persona a quitarse la vida y que las conjeturas aladas sobre sus motivos o causas acaban siendo un insulto al fallecido, empezando por ese viejo y miserable de la cobardía que retrata a quien lo escupe. ¿Cobardía ante qué? Hace falta ser muy cruel para ensañarse de ese modo.
Ahora bien, no me cabe la menor duda que se pueden rellenar alcantarillas mediáticas a rebosar con ese mejunje de los suicidios, las enfermedades mentales que se desconocen -conviene no confundir la depresión con el resacón o con las frustraciones y tristezas a las que todos estamos expuestos- y la salud mental, asunto mediático este recién descubierto por esos maleantes que atienden al nombre de influenciadores y que con su majaderías son capaces de provocar daños irreparables en una audiencia que a ratos parece aquejada de idiocia mental. En el caso del fallecimiento de la actriz Verónica Forqué, el albondigón de palabrería ha alcanzado unas cotas de mugre inauditas y nos ha asomado a esas letrinas televisivas que de la estupidez, de la incultura y del dolor hacen espectáculo y negocio.
El dolor y la crueldad es negocio, la cretinez en escena también, ante la que unos ríen, mientras otros sienten una arrebatada envidia porque ven a sus iguales triunfando. Nos hemos perdido el respeto y aquello ya tan viejo de la consideración. Nuestra privacidad (intimidad) es material para hacer confetis y matasuegras.
La crueldad del cretino atribuye los estados de depresión poco menos que a caprichos, a dengues de corista, a cobardías ante la vida una vez más. Me temo que quien no sabe lo que es sentirse encerrado en un pozo de imposible salida no tiene ni idea de lo que habla cuando de depresión se trata. Sin contar con que justamente el problema de la depresión es no saber nombrar el qué o el porqué de ese estado de abatimiento extremo, de mudez, de todo y de nada, de sombras, horas y días muertos, como la propia vida. Un viaje del que tal vez no se regrese. La melancolía poética y erudita, será muy elegante, sí, pero para mí es otra estafa de tristes de profesión.
La depresión es dolor, intenso, mucho, para quien la padece que se ve perdido, solo, mudo, atrapado en un sinsentido inexplicable, y para aquellos que están cerca de la persona deprimida y atrapadas en su pozo, aunque no lo vean, aunque no lleguen a enterarse nunca del porqué, y quieren ayudar y no saben cómo, porque por mucho que ayuden, que estén, que atiendan, ven que el enfermo, que eso es, no sale de esa nube oscura que le cubre, y no todo son «las pastillas» ni echarse en brazos de estudios sesudos, que los hay. Somos frágiles, mucho.
Nunca digas, no puedo más y aquí me quedo, escribía el poeta José Agustín Goytisolo en ese hermoso poema dedicado a su hija Palabras para Julia, sostenido en un enérgico canto al vivir con ganas... No puedo más, pero Goytisolo un mal día lo dijo y se apagó una magnífica voz de la poesía en castellano.
No soy el único que advierte una profunda ignorancia social de lo que es la depresión y de cómo se padece, incluso en personas que la tienen cerca y no la entienden, porque no es fácil, si es que se trata de entenderla, que no lo sé, aunque estoy seguro de que algo se ganaría con una información adecuada, veraz, inteligible, ¿pero cómo? Lo ignoro. Dudo que las desgracias ajenas nos sensibilicen, que se dice ahora. Las desgracias, la enfermedad, la muerte nos ponen en fuga.