n el marco de los sempiternos conflictos provocados por los efectos tan dañinos que tuvo la intervención de Europa en otros países, uno de los que más nos llaman la atención es el del Sahara, donde Marruecos sigue en sus trece de considerarlo como parte de su territorio soberano. Con motivo del aniversario de la Marcha Verde, el monarca alauí, Mohamed VI, en la noche del pasado sábado 7 de noviembre, afirmaba en televisión que la soberanía sobre el territorio, antigua colonia española, era de “una verdad inmutable”, y así debe reconocerse en el ámbito internacional sin ningún género de dudas. Para que su estrategia sea completa, ha interpelado a todos los países que tienen relaciones comerciales con Marruecos para que reconozcan este hecho... Sin embargo, es imposible de creer que sea una verdad tan manifiesta cuando la ONU mantiene sobre el terreno un grupo operativo Minurso (Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental), con el fin de preparar el terreno para proceder a un referéndum, de acuerdo a la resolución 690 del Consejo de Seguridad de la ONU, fechada el 29 de abril de 1991. De esta manera, está claro que el Sahara no es reconocido como territorio natural marroquí y hay que entenderlo como parte del proceso de descolonización que se dio tardíamente en África. Mucho se ha escrito sobre la cuestión y mucho se escribirá, para desgracia del pueblo saharaui que no ve que los gestos de solidaridad de algunos países sean suficientes si en el Consejo de Seguridad de la ONU no se toman medidas concretas para frenar una irremediable política colonizadora por parte de las autoridades de Rabat.

Como temible injusticia histórica no solo está el abandono de España del territorio a su suerte, de la guerra sostenida por el Frente Polisario contra Mauritania y Marruecos, que dividieron el territorio a su gusto, aunque Mauritania, se acabará por retirar al no poder controlar la zona asignada, Rabat, ni corto ni perezoso, ocupó su lugar y lleva cimentando su dominio y control desde hace ya casi más de tres décadas, acallando toda resistencia activa o pasiva y dedicándose a negar cualquier otra realidad que no sea la de considerarlo parte de su Estado.

Recientemente, el Gobierno de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD) decidía, harto ya de esperar, volver a la senda de la vía armada ante la parálisis del proceso de autodeterminación. No es el mejor camino, la violencia nunca lo es, y más cuando estas actividades de insurgencia suelen afectar tan negativamente a la población civil, al ser los más vulnerables a la represión de la autoridad local (como ya sucedería en el pasado, muchos de cuyos crímenes jamás fueron juzgados). Los actos de terrorismo no suelen generar buena prensa, en un mundo muy sensibilizado con un tema tan singular, aunque no correspondan a este caso a acciones yihadistas. Está claro que la decisión del Frente Polisario de retomar las armas no le habrá sido nada sencilla. Tampoco parece que cuenten con muchos recursos y una fuerza operativa demasiado considerable, ya que pocas son las noticias que aluden a sus razias. Desde luego, la postura del Gobierno marroquí se ha vuelto mucho más intransigente. Hubo un tiempo en el que aceptó llevar a cabo un referéndum, pero imponiendo una serie de medidas muy beneficiosas para sus intereses (como el no permitir el voto a los exiliados y la participación de los marroquíes afincados en el territorio saharaui), pero la negativa del Frente Polisario traería consigo una situación de bloqueo. Actualmente, su postura ha pasado de prometer una cierta autonomía del territorio, a la plena absorción de facto, sin que haya reconocido la ONU todavía el Sahara como parte de la monarquía alauí.

Cabe observar con cierto alivio que los enfrentamientos entre fuerzas militares y el Frente Polisario son esporádicos y no han alcanzado un grado elevado de intensidad preocupante, pero nadie sabe si no podrían ir a más. Y, a este respecto, el único juicio que cabe admitirse es el de un total fracaso de la ONU. Cierto es que la situación no es sencilla porque no hay una amenaza directa contra la paz mundial. El Sahara no deja de ser un territorio mayormente desértico, con algunos recursos económicos importantes, como los fosfatos y sus aguas pesqueras, y escasa población. Muchos de sus habitantes originarios, además, viven en campos de refugiados en Tinduf, Argelia. A esto hay que añadir que Marruecos es uno de los aliados más fiables en la lucha contra el radicalismo islámico que hay en el Magreb, un factor muy determinante, y sus estrechas relaciones económicas con la Unión Europea impiden tomar medidas sancionadoras. Pero por desgracia, esta nueva situación de guerra ha derivado en acrecentar la tensión entre Marruecos y Argelia, cuya simpatía por la causa saharaui es evidente. Y el incidente en el que el fuego artillero marroquí acabó con la vida de tres camioneros argelinos solo ha agravado las cosas.

De momento, la inflexible actitud de Mohamed VI no da lugar a ninguna duda respecto a la imperativa postura marroquí. A pesar de su apariencia de gobernante serio y moderado, que no democrático, no deja de ser hijo de su padre, Hassan II, quien no dudó en someter a sangre y fuego el Sahara, provocando una guerra cruel cuyo saldo fue muy negativo.

A su modo, está claro que Rabat está siguiendo el manual de estilo de Israel con los territorios palestinos. Esto es, invalidar cualquier acción exterior mediante una hábil gestión diplomática, hacer oídos sordos a los requerimientos de los organismos internacionales, dar por hecho que el tiempo juega a su favor y, sobre todo, proseguir con una política de liquidación de la identidad saharaui hasta que ya no quede nada. Después de todo, ningún país va a venir a liberar al pueblo saharaui como hizo EE.UU. en Kuwait, por ejemplo. Y su estrategia, tristemente, le está funcionando porque ni la Unión Europea ni la ONU han reaccionado de forma rotunda contra la infausta declaración del rey. * Doctor en Historia Contemporánea