l pasado sábado 6 de noviembre, el Artium de Vitoria-Gasteiz acogió un solemne acto del Foro Social Permanente que culminaba el proceso “Compromiso social con la convivencia democrática”. En el mismo nos acompañó Ernesto Samper, quien fuera presidente de Colombia entre los años 1994 y 1998.
Durante más de un año hemos llevado a cabo un proceso cuyo objetivo principal era abrir el debate sobre este concepto tan abstracto: la convivencia democrática.
La cantidad de aportaciones que hemos recibido a título individual y de entidades sociales demuestra que existe un compromiso en la sociedad vasca para construir un futuro mejor que el presente.
Este proceso se inició precisamente en el 9º aniversario de Aiete y culmina 15 días después del 10º aniversario. Un décimo aniversario precedido por unas semanas en las que la denominada “batalla del relato” fue protagonista, que parecía que habíamos retrocedido, y que ha culminado en un escenario completamente distinto con la apertura de un nuevo tiempo precisamente para lo que nos ocupa: la construcción de la convivencia democrática.
Un nuevo tiempo que toca ahora consolidar con nuevas aportaciones. Solo el tiempo nos dirá si ese conjunto de aportaciones que nos ha dejado Aiete consolida un nuevo tiempo o se involuciona hacía posiciones previas.
Hoy queremos profundizar en los fundamentos que sustentan la propuesta de calado que hicimos en el Artium: la necesidad de avanzar hacia un “Pacto Social e Institucional para la convivencia democrática” y los once compromisos que adquirimos desde nuestro ámbito de trabajo para avanzar hacia ese gran acuerdo transversal e inclusivo.
Según estándares internacionales, reconciliación es una de las fases por las que debe pasar toda resolución de conflicto armado.
Desde el Foro Social no entendemos la reconciliación como el hecho de retomar una relación interrumpida por años de enfrentamiento. Y es que no se puede decir que “antes” sí hubiera convivencia. Entendemos la reconciliación como vivir de una manera nueva, propia de una sociedad realmente democrática. Además, las generaciones más jóvenes no deben reconciliarse con un pasado que no fue suyo, sino que deben convivir aún conociendo el pasado.
Así, reconciliación significaría, por un lado, abordar el legado del pasado y las graves consecuencias humanas del reciente ciclo de violencias para que las futuras generaciones no queden presas del mismo y de sus consecuencias. Creemos en el derecho de las generaciones venideras a vivir libres de esa carga. Por otro lado, creemos que la reconciliación significaría, también, acordar y asegurar las bases de una convivencia democrática futura, para que la confrontación política no se vuelva a expresar del mismo modo.
Reconciliación es, por tanto, hablar del pasado reciente intentando construir un relato del mismo que trate de englobar las diversas visiones existentes, una visión poliédrica que huya de la imposición de verdades únicas y absolutas, así como acordar las bases de la convivencia democrática futura que hagan imposible que lo sucedido pueda repetirse.
Las responsabilidades de cada agente que ha ejercido la violencia son por supuesto individuales e intransferibles. Es el momento de crear un ecosistema favorable que desemboque, en un plazo razonable, en un compromiso multilateral para que, mediante la asunción de sus responsabilidades propias, cada parte asuma de manera autocrítica su responsabilidad frente a las diferentes violencias.
Creemos que el sanar las heridas del pasado debe estar intrínsecamente unido a evitar que las mismas se reproduzcan en el futuro, por lo que el proceso de reconciliación debe ser el sendero por el que, reconociendo de manera crítica lo sucedido, se establezcan las bases de un futuro en que esto nunca más pueda volver a ocurrir.??
Entendida así la reconciliación, no estaríamos haciendo otra cosa que hablar de convivencia democrática.
No podemos ni debemos olvidar, pero debemos asegurar que las generaciones venideras no queden presas del pasado, para que en el futuro la convivencia de este país no esté basada en la amargura o el resentimiento. Es necesario, por tanto, ser generosos para que las heridas del pasado dejen de sangrar y seamos capaces de construir un futuro sin rencor. Esa es nuestra responsabilidad como sociedad para con nuestras hijas y nietos. ??
La reconciliación debe suponer el reconocernos, el reconocer a la otra persona y el reconocerse en la otra persona. La reconciliación no significa que aquellas personas que se han considerado enemigas necesariamente se conviertan en amigas, ni tampoco que nadie renuncie a sus convicciones, pero sí que desde el reconocimiento mutuo como seres humanos y desde el reconocimiento mutuo del dolor padecido, se respeten entre ellas y, al menos, trabajemos todas como sociedad por un futuro para todos y todas.
La reconciliación supone el reencuentro como sociedad mas vertebrada y cohesionada.?? Somos conscientes de que no es posible el llegar a una narrativa única de lo sucedido en este país, o de sus causas.
Pero para que podamos tener un proceso de reconciliación debemos conseguir que estas diversas visiones de lo acaecido sean reconocidas y respetadas, al mismo tiempo que, desde esta aproximación empática, hagamos, todas y todos, un intento de entenderlas; sin necesidad de compartirlas.
La reconciliación nos exige una mirada crítica constructiva hacia nosotros mismos, así como empática hacia las demás personas. Nadie, ninguna de las sensibilidades existentes, tuvo ni tiene el monopolio de la verdad. Han existido, existen y existirán visiones diversas sobre lo acaecido y, si bien debemos tratar de buscar toda la verdad a pesar de lo amarga que sea, esta verdad completa será, en definitiva, la suma de diversas e incluso divergentes verdades. Es necesario que todas las visiones puedan sentirse incluidas. Las exclusiones no son más que semillas de conflictos venideros.
Si deseamos construir un futuro de paz es necesario reconocer el pasado, así como todo el sufrimiento padecido, pero eso no es suficiente.
La reconciliación es tanto acordar sobre el pasado como sobre el futuro, es ese puente que enlaza los horrores del pasado con la esperanza y el compromiso colectivo de que no vuelvan a ocurrir en el futuro.
Es por ello necesario, así mismo, establecer las garantías para que esto no vuelva a repetirse, establecer, desde abajo a arriba, un nuevo “Pacto Institucional y social” que garantice unas bases en las que las diversas visiones del país puedan convivir en paz y democráticamente y dirimir sus lógicas diferencias de forma pacífica y democrática.
Un Pacto que establezca bases sólidas para la convivencia del futuro:
? Lograr una cultura democrática plena de respeto de todos los derechos civiles, políticos y sociales de todas las personas.
? Trasmitir a las nuevas generaciones una cultura de la paz y del diálogo y no violencia como instrumentos únicos en el siglo XXI para resolver los conflictos.
Un Pacto que, reconociendo y haciendo suyo el pasado, respete las diversas visiones de país que existen en nuestra tierra y garantice que todas ellas puedan desarrollarse desde el respeto, el dialogo, la inclusión y lo puedan hacer por cauces democráticos. Un nuevo compromiso social que desde la convicción de que lo sucedido a nuestro país no debe repetirse jamás, siente las bases de la convivencia y la paz de las generaciones venideras.
Creemos en la madurez de la sociedad para afrontar este reto. Creemos que, a pesar de las divergencias existentes, la sociedad es consciente de sus obligaciones para con las generaciones venideras y de que, en este momento, le corresponde a ella estar a la altura del momento histórico que vivimos. Si no somos nosotras, las personas que conocemos directamente todo lo sufrido, las que lo hagamos, ¿quién lo hará? Este será el mejor legado que dejemos a las generaciones venideras. * Miembros del Foro Social Permanente