n una ocasión el papa Pío XII recibió al autor teatral y poeta católico Paul Claudel. “Hijo mío -le dijo con una sonrisa- su problema es que está convencido de la existencia del infierno, pero no estoy muy seguro de que crea en el cielo”. La frase tiene mucha miga y opino que es ampliamente compartida. El infierno lo percibimos al instante, es la guerra, la tortura, el sufrimiento que se nos presentan a diario como el ineludible sino humano. No se trata de una paranoia política sino de una fuerza que se encarna en las personas, a veces lejanas otras no tanto. Hitler o Stalin estaban lejos de ser unos locos cuando el uno decidió seguir enviando hasta el final de la guerra vagones con judíos a Auschwitz en lugar de utilizarlos para el transporte de tropas que tanto necesitaba y el otro liquidó a la mayor parte de los profesionales, científicos e intelectuales rusos imprescindibles para la construcción del socialismo. No era locura, eran agentes activos de un mal que persiste y que se asoma cada día por los medios de comunicación que nos informan de guerras cada vez más cruentas, de terrorismo cada vez más ciego, de hambrunas provocadas cada vez más graves, y así concluimos fatalmente que estamos aquí para sufrir y que así seguiremos hasta el final. Se trata de un prejuicio fruto de la experiencia de generaciones que nos enseña que la paz es una cosa y la realidad otra y así hasta la extinción del mal, hasta la muerte.
Esa visión pesimista constituye el núcleo de los totalitarismos sean de izquierdas o de derechas coincidentes en la maldad del otro sea por su raza o por su pertenencia a una clase social. Como no hay sufrimiento sin recompensa, el Tercer Reich -“de los mil años”- completaría su redención cuando los enemigos de raza -judíos antes que otros- fuesen aniquilados; del mismo modo que el comunismo alcanzaría su plenitud tras la dictadura del proletariado y aniquilación de la clase burguesa. A esa visión apocalíptica de la historia se le ha llamado “milenarismo”. La visión milenarista resultó ser un fracaso, no es necesario recordar cómo acabaron el nazismo y el estalinismo, pero al mismo tiempo, incluso tras su caída, resultaron ser un presagio del futuro. El trabajo interrumpido de Hitler tiene esperando a europeos cada vez más visibles y vociferantes, lo que estamos observando en Polonia, Hungría, Chequia y algunos Länder del este de Alemania son inquietantes anticipos. Rusia, China, Afganistán, son otros tantos ejemplos de contrarrevoluciones, formidables esfuerzos por esclavizar el futuro a una visión del pasado. En el ámbito de las libertades personales, pongamos que hablo de Madrid, existen partidos que se califican como constitucionales y liberales pro vida que abogan por una intervención mínima del Estado, salvo cuando se trata de mujeres embarazadas.
Porque por muy ultramodernos que en ocasiones se presenten los logros económicos o científicos la cuestión del poder la mantienen inalterada, el famoso “quien a quién” que Lenin señalaba como el verdadero núcleo de toda lucha política. Frente a esa voracidad de poder las democracias se presentan como pequeñas cortes mezquinas, nerviosas, pomposas, e infinitamente cautas. El populismo de hoy al igual que el totalitarismo de ayer necesita enemigos, reales o inventados, de ahí su política de descalificación, insultos y denigración del adversario, tan ostensible en muchos medios de comunicación españoles que haciendo uso de un lenguaje vil se sienten gravemente ofendidos por las opiniones que no coinciden con las suyas. Y sobre todo el totalitarismo precisa moverse constantemente para poder respirar, como lo hacen los tiburones, saltando de cardumen en cardumen, ahora Catalunya, luego Euskadi, después la memoria histórica, más tarde la unidad de España... Nuestro mundo está experimentando una constante agitación y alteración en su situación económica (recursos industriales o energéticos), geoestratégicos (oriente próximo o medio) y políticos (amenazas de corrimientos de fronteras en extremo oriente). Asistimos a una actualización del paranoico mundo del fascismo que comienza con el control del lenguaje a través de los medios de comunicación. Así, cuando Vox dice España en realidad está hablando de su España en la que solo caben los buenos españoles, es decir los que piensan como ellos. Cuando el Partido Popular acusa al PNV de ventajista político no solo olvida cuando llamaban a la puerta de los jeltzales en su propio interés. Autoidentificación con la nación, exclusión del adversario, degradación del lenguaje son señales claras de la descomposición de una sociedad.
La democracia es entre otras cosas un constante pacto entre diferentes que confrontan y defienden sus respectivos intereses dentro del cauce legal, dinámica a la que los padres fundadores de los EEUU llamaron “ambición contra ambición”. Saludo, a la espera de conocer los detalles, el principio de acuerdo entre el gobierno y el mayor partido de la oposición en asuntos tan relevantes como designación de miembros del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas, de la Agencia de Protección de datos y del Defensor del Pueblo. Mi percepción es que se va a agudizar la polarización social, que caminamos sobre el filo de la navaja. En estas circunstancias tan inestables la responsabilidad política consiste en apoyar los presupuestos generales, una vez consensuados hasta el límite de lo posible y sustentar al gobierno central hasta las próximas elecciones. Yo, como Paul Claudel, tampoco creo en el cielo, pero el principio de prudencia me lleva a actuar como si existiese mientras el infierno sea la alternativa. * Abogado