í, el nuevo curso escolar también será un curso complicado y no exento de preocupación y zozobra debido al covid 19, pero por mi parte confío plenamente en la responsabilidad comprobada de docentes y trabajadores, en el buen hacer de alumnos y padres y el acierto, una vez más, de nuestros responsables públicos y políticos concernidos en este nuevo reto. Sí, confío, estoy seguro, de que volveremos a conseguir llegar a buen puerto.
Bien, admito que he dudado con el título más oportuno para con el contenido de este artículo: Utopía y audacia, La audacia de lo posible, Seamos audaces, incluso en lo educativo, Lo posible de la utopía, o La utopía de lo posible y más... Lo cierto es que hace una larga docena de años, cuando quien escribe estas líneas era docente en activo en aulas de la ESO y Bachillerato en diferentes institutos públicos de Gipuzkoa y/o inspector de Educación, comenzó a aficionarse con cierta fruición a leer a un tal Henry A. Giroux. Sus libros y escritos, intuía, rezumaban aire fresco que irrumpía en habitaciones largamente cerradas con golpe de viento que abría ventanas y puertas varias. Hoy, jubilado, insisto y recomiendo sus libros y escritos. Valen la pena.
Mucho se seguirá hablando de Educación; normal en el seno de cualquier sociedad que se precie de sí misma, autoestima de presente y mañana. Henry A. Giroux ha sido un pedagogo que siempre han intentado plantear nuevas perspectivas, discursos y planteamientos críticos con lo que ha sido tradicionalmente la Educación en todas las sociedades “avanzadas y modernas”. Sus aportaciones a la práctica educativa insistentemente han intentado alejarse de la dicotomía existente entre las inaceptables nuevas propuestas neoliberales y las ya caducas perspectivas meramente críticas. Giroux ha sido uno de los principales sujetos empeñados en la activa tradición crítica de la clásica teoría de la educación. Su primer libro, Ideología, cultura y el proceso de enseñar (1981) es considerado voz cualificada en ese mundo.
Ha escrito más de veinte libros y doscientos artículos. Ha sido profesor de Secundaria en Waterbury, director del foro del mismo nombre y estudios culturales. Obsesivamente, ha apostado por crear y potenciar el conocimiento interdisciplinario planteando cómo proporcionar una manera de interpretar y leer la historia como parte de un proyecto más grande en referencia a la “identidad” en su acepción global. Ha estado en contra de distinguir entre cultura alta y popular y ha primado lo ético en el lenguaje a utilizar por los docentes. Ha sostenido que la escuela debía ser el recurso más potente con el que pueda y debe de contar la comunidad donde esté ubicada. Ha cuestionado qué enseñar, cómo organizar la escuela, el grado de su funcionalidad organizativa, ha desbrozado vías para construir sinergias constructivas. Su discurso está basado en una educación comprometida y no neutral, siempre ha cuestionado con brutal honestidad el papel y el rol que cumple lo educativo.
Para él, la escuela no es una instalación física aislada del entorno; no, al contrario, es lugar de encuentro idóneo y dinamizador para tratar asuntos públicos y sociales que conciernen a la vecindad de la que forma parte brindando instalaciones e infraestructuras como aulas, patios de deportes, bibliotecas, etc. Concibe la escuela como lugar donde avanzar en el fomento de valores públicos en contraposición al consumismo, competitividad e individualismo que en estos tiempos corren. En definitiva, Henry A. Giroux es pedagogo progresista, educador audaz, ciudadano crítico, docente optimista, persona participante y participativo, siempre contrario a la desazón pesimista del presente que no concibe el cinismo del desencanto como actitud vital y que está empecinado en establecer la interdependencia entre cultura, educación, ética, lo público, lo social, la democracia y la crítica constructiva y organizada con la Política, con mayúsculas. Estima que ante la innegable ofensiva de lo neoliberal a rebufo de la globalización muchos profesionales de la educación interiorizan que poco se puede hacer ante el tamaño de la ola que parece arrasar con todo, rompiendo moldes y estableciendo parámetros y valores que alcanzan de lleno lo educativo. Apuesta por desarrollar un pensamiento crítico que superando el determinismo desesperanzador y el inmovilismo frustrante, impulse acciones educativas transformadoras tratando siempre de analizar, intervenir y promover más justas, nuevas y mejores orientaciones en la práctica educativa. No se pone de perfil ante la inmigración y el multiculturalismo: “Cerrar los ojos o mirar a otro lado ante estos fenómenos no hace desaparecer la respuesta ante el reto que ya está presente”.
Coincide con Chomsky en una postura muy distante con quienes no han sido conscientes de que oponiéndose a la sociedad de la información fomentan, aun sin querer, la exclusión social del alumnado peor situado social y económicamente. Nuestro audaz pedagogo siempre ha tratado de contribuir a una mayor comprensión crítica de la relación dialéctica existente entre cultura educativa y la democracia política; para él, es posible extraer elementos críticos con los cuales enriquecer un pensamiento y unas acciones transformadoras. Sus orientaciones huyen tanto del comercialismo como de una crítica gratuita que no acierta a poder percibir que en la actual sociedad de la información las nuevas tecnologías aplicadas a la educación conectan mucho mejor con los deseos de los alumnos más jóvenes que unas prácticas anquilosadas y propias de la antigua y ya vetusta sociedad industrial. Henry A. Giroux percibe a los profesionales de la educación como intelectuales públicos “en la oposición”, y no admite que esos docentes se autoperciban, interioricen y actúen como curiosos marginales, folclóricos vanguardistas, académicos raros, profesionales solitarios o francotiradores utópicos.
Apuesta por unos docentes que sean ciudadanos críticos y organizados cuyas acciones y conocimientos colectivos se inscriban en la vida pública y en la propia comunidad construyendo “esfera pública y social”: “No se trata de reafirmarse en críticas que sirvieron en otras épocas pero que hoy han demostrado su incapacidad obsoleta e incapacidad objetiva para generar movimientos transformadores”. Rechaza justificar, entender, explicar o avalar en cualquiera de sus manifestaciones cualquier conformismo o inmovilismo propio del claudicante en su “no se puede hacer nada”. En su libro Cultura, política y práctica educativa (Ed. Grao Barcelona, abril 2001, biblioteca Aula 158), Henry A. Giroux señala el camino para quienes desde sus ámbitos de actuación en cualquiera de los ámbitos educativos en los que actúen, quieran ser transformadores activos y eficaces en el entorno educativo y en su relación con los alumnos. Anima a quienes se niegan a dejar de pensar críticamente, apuesta por quienes quieren hacerlo como intelectuales públicos colaborando y dialogando con todos los demás ciudadanos que así lo estimen.
Aires nuevos, oxígeno fresco, apertura de ventanas y revolcón de algunas ideas, concepciones, prácticas y valores nos son necesarias también por estos lares vascos en los que también afloran nuevas necesidades, inéditos retos, cuestiones inaplazables y urgentes a abordar. Toca espabilar en muchas cuestiones. Abordémoslas. Intentémoslo. Seamos audaces, pues, también en lo educativo, y no nos quedemos esperando a un Godot que jamás llegará. Sí, por encima de todas las dificultades, seamos propositivos y peleemos por lo posible de la utopía y por la utopía de lo posible. ¿Por qué no?
* Profesor jubilado