e perdido toda esperanza de enterarme alguna vez de manera cabal de lo que sucede no ya lejos de mi casa, sino a la puerta de la misma, y aun así. Entre lo que sucede y lo que juzgan oportuno contarme, me temo que hay uno o varios abismos. Hoy es Afganistán, pero ayer fue otra cosa, otras calamidades, otras tragedias, en las que los papeles de malos y buenos están siempre muy bien repartidos para que no haya equívocos.
Hoy todos somos Afganistán, como fuimos todo lo que había que ser para formar en la tropa de los buenos, movidos por la excitación de nuestra emotividad, aunque dicho se paso el Je suis patera se oye poco, como acaba de suceder con la lancha de los muertos que iba hacia Canarias y que no fue socorrida en alta mar.
No soy experto en nada, y menos en geopolítica, de modo que no podría salir a una palestra de falsa información y opinión circense a perorar sobre un país lejano y sus habitantes. Tan solo soy un espectador, las más de las veces burlado a conciencia, que muestra sus perplejidades y sus bote prontos.
Leo informaciones contradictorias, unas que aparecen en unos medios de comunicación, mientras que no lo hacen en otros. Leo, por ejemplo, que entre EEUU y las tropas de la OTAN han matado a más de 10.000 civiles afganos: daños colaterales... para nada. Leo en unos lugares sobre violaciones de derechos humanos durante la ocupación militar, algunas de ellas documentadas de manera gráfica y que han quedado impunes o absueltas por el célebre honor militar, mientras que en otros estas son silenciadas y cubierto su hueco con la ominosa certeza de la bestialidad de los talibanes, ayer elogiables muyahidines defensores de los valores de Occidente frente al bolchevismo, y armados, ayer y hoy, hasta los dientes por los EEUU; ayer de grado y hoy a modo de botín de guerra. Leo que Afganistán ha sido un negocio mayúsculo para las empresas de matones y mercenarios, tanto que en algún momento hubo unos 35.000 sujetos de estos protegiendo no sé qué intereses privados y públicos: el orden, el famoso orden, esto es, los negocios, como se hacía público hace unos años. Todo se olvida, y lo que hoy sucede con esos miles y miles de afganos que intentan escapar del horror, también está condenado al olvido. Veremos cómo son tratados los desplazados y refugiados en cuanto caigan en las manos o en las ruedas de la maquinaria burocrática y se acaben las fotos de propaganda gubernamental.
No van a dejar a nadie atrás. Loable propósito. Veremos en qué acaba porque ahora mismo la versión gubernamental, bastante confusa, contrasta con los testimonios recabados a los directamente interesados que pugnan por salir de la ratonera de Kabul y su aeropuerto.
Lea lo que lea, me temo que el gran perdedor de esta guerra es una población burlada a la que se le ha escupido en la cara que la ayuda que han recibido no era para reconstruir un país con libertades civiles, sino para impedir que desde allí se atentara contra los Estados Unidos. Llama la atención el poco eco que han tenido las cínicas palabras del presidente Biden. ¿Están todos los implicados de acuerdo con eso? Si es así, España ha invertido muchos millones de euros, exigidos de manera perentoria por el infame Bush, de la misma manera que ha entregado toneladas de armas que constan en los papeles norteamericanos (desclasificados), pero no en los del Ministerio de Defensa español... y no pasa nada, ni se investiga ni se hace público, se tapa, como tantas otras cosas, y se le echa al público un puñado de polvo informativo a los ojos, preferiblemente del género patriótico. ¿Para qué ha servido ese sacrificio de hombres, pertrechos y dinero público? Pues está visto que para poco, porque se haya construido lo que se haya construido, casi todo está condenado a venirse abajo en manos de los nuevos amos.
Leo que, a partir de ahora, la ofensiva occidental contra el imperio del crimen talibán no va a ser armada, sino de asfixia económica. Veremos, pero en todo caso quien va a padecer los rigores de esa asfixia va a ser la población que no haya podido huir y ser acogida en Occidente.