racias al Manual de espiritismo para dummies del astrólogo T. Zanos, emisor de presagios rara vez cumplidos, la otra noche organicé en mi casa una velada astral con los fantasmas de Catilina, Cicerón, Pompeyo y César.
Durante un par de horas, lo más granado de la antigua Roma conversó en mi salón sobre la situación de nuestra cosa pública estos extraños primeros meses de 2021. “El 2774 de la fundación de Roma”, me insistió Marco Tulio, muy puntilloso respecto al calendario.
A César lo que más le sorprendió de estos meses fueron las mociones de censura: “No hay que dar una batalla en fechas nefastas, ni hacerlo con aliados que no son de fiar. ¡Ay de aquellos que lo olvidan, como lo olvidé yo los Idus de marzo!”.
Pompeyo señaló que los resultados de los comicios madrileños “fueron un aviso de los dioses a quienes creían ilusamente que los mismos se podían ganar con palabrería. Cuando la ambición ciega, ni Zeus puede salvar al arrogante”.
Catilina nos recordó la retirada de la poderosa Quimera: “Buscará una guarida tranquila para lamerse las heridas y afilar de nuevo sus garras. Y, antes o después, intentará volver, porque las hijas de Tifón renacen en la oscuridad”.
Para Cicerón lo más importante ha sido el despiadado relevo en el Ejecutivo. “No ha sido un simple cambio de magistrados, sino un sacrificio expiatorio para salvar a la Esfinge, otra hija de Tifón, cuya perenne sonrisa esconde crueldad. No ha dudado en inmolar a sus propios hijos para preservar su poder”.
Visto que mis fantasmas tenían ganas de conversar, decidí plantear un tema: es público que un ciudadano ha pasado en tres años de ser un fontanero a la sombra del actual líder del Gobierno, a ser luego su factótum y más tarde su mano derecha, reuniendo un poder personal inmenso. Recientemente acaba de abandonar sus cargos (o quizás ha sido separado de ellos, ¿quién sabe?), pero su ausencia deja un vacío difícil de cubrir: sustituir a quien ha sido el oráculo del Gobierno.
Así que pregunté a mis espíritus cómo elegirían el mejor consejero para un gobernante y qué cualidades debiera tener.
Cicerón contestó rápido. Casi parecía que tenía la respuesta preparada, sacada de alguno de sus discursos: “Para que el éxito corone una magistratura, es fundamental tener buenos asesores, buenos apoyos y buenos augurios para cada acción de gobierno.”
“Lo primero se puede conseguir pagando bien a quienes se compra su consejo. Nada importa que sean mercenarios si son hábiles. Lo segundo se puede negociar haciendo las promesas oportunas a las personas adecuadas. El interés y el beneficio serán el mejor cimiento de su benevolencia. Lo tercero se puede alcanzar mediante el cumplimiento exacto de los ritos y el logro de los presagios favorables por los augures, gentes que mediante la oportuna dádiva anunciarán que los dioses bendicen tus planes porque los pollos sagrados han comido hasta hartarse”.
Catilina tenía otro planteamiento muy diferente: “Ni los mercenarios a sueldo ni los oligarcas del Senado ni los avaros augures, capaces de vender a los propios dioses, te ayudarán para alcanzar la meta. Solo te sangrarán para acabar traicionándote”.
“El éxito solo puede venir de la decisión y arrojo del líder y del valor de sus seguidores. Algo solo posible si moviliza a los jóvenes, únicos ciudadanos capaces de actuar sin egoísmo. El alma de la República está en ellos, no en los que se han acomodado a vivir de sus riquezas o en parasitar las riquezas ajenas. No se necesitan asesores ni consejos, sino brazos decididos a luchar”.
Pompeyo, que les había escuchado pensativo, tomó la palabra. “No tengo claras las cualidades que debe reunir el consejero de un gobernante para ser el más adecuado, pero por mi experiencia sí puedo decir las que no debe”.
“Lo primero es que el gobernante debe tener un único consejero principal. Yo cometí el error en Farsalia de llevarme como consejeros a la plana mayor del Senado: todos opinaban y ninguno me ofreció nunca un consejo útil, pues eran políticos y hablaban de todo sin entender realmente de nada”.
“Lo segundo es que el gobernante no debe tomar nunca consejo de quien espera sacar réditos futuros de las decisiones que se adopte. Tal consejero se preocupará más de sus intereses particulares que de los de quien le ha nombrado. En la guerra contra César los senadores me aconsejaban estrategias pensando más en sus negocios futuros que en ganar la batalla del día siguiente”.
“Lo tercero es que un gobernante, para elegir consejeros, debe valorar a los hombres por sus conocimientos y habilidades, y no por su fama o riqueza. Y nunca debe elegir como consejero a quien se crea mejor que él, pues antes o después le traicionará, ya que considerará justo intentar reemplazarle”.
Finalmente, César tomó la palabra y habló de sí mismo, como tiene costumbre, en tercera persona: “Para que entendáis como César consiguió los mejores asesores, derrotó a sus adversarios y se hizo el dueño de la República, debéis empezar por recordar algo que Cicerón citó sin percibir su importancia: los pollos”.
“Cuando César era niño, cualquier decisión de los magistrados en Roma, incluso el dar una batalla, se comprobaba antes si era grata a los dioses a través de los augurios: el vuelo de las aves, los fenómenos celestes, el estudio de las vísceras o el hambre de los pollos sagrados. Los dioses indicaban su voluntad mediante signos y gobernar exigía tener un buen corral”.
“Pero César pensaba ya entonces que consultar los augurios para aprobar las acciones carecía de sentido. Pues si los dioses existían, por ser dioses vivirían libres de preocupaciones, y por tanto la humanidad no les importaría nada. Eran una mera ilusión los pretendidos signos que interpretaban los augures. Solo había el azar ciego”.
“César sabía que la República debía tranquilizar al pueblo, gente ignorante a la que gustaban las supersticiones. Por ello convenía mantener los ritos, que aportaban a la plebe confianza y seguridad. Pero César decidió que los augurios y los augures no serían nunca obstáculos para sus designios, aunque lo mantendría en secreto.”
“Años después, durante la campaña de las Galias, delante de todas las legiones los augures del cuartel prohibieron a César entablar una batalla decisiva porque los pollos sagrados tenían poco apetito. Algo normal dado que en aquella tierra salvaje las águilas sobrevolaban el corral y los pollos estaban muy nerviosos. César aceptó posponer la lucha y esperar un día, pese al riesgo de perder la ventaja de la sorpresa, la única que tenía”.
“Esa noche, César recogió gusanos por los bosques vecinos, los troceó finamente y, antes del amanecer, los esparció en el corral. Cuando a la mañana siguiente los augures pularios volvieron a sacar a los pollos sagrados, estos, tras ver los restos esparcidos por la tierra, olvidaron a las águilas y se lanzaron a comer con voraz apetito. Las legiones aclamaron aquel presagio favorable y esa mañana César aniquiló a un enemigo muy superior. Y así César conquistó el mundo: primero las Galias, luego Roma y finalmente toda la República. Pues tal era su plan y, por tanto, la voluntad de los dioses”.
“Un líder que quiera triunfar buscará buenos colaboradores, cuidará de sus aliados y respetará siempre a sus adversarios. Pero nunca dejará nada al azar, ni confiará su destino a nadie, excepto a sí mismo. Ni los dioses, ni los augures ni los consejeros decidirán por él, aunque lo disimulará para que todos crean lo contrario”.
“Pues para ser bien servido César, los pollos sagrados no deben sospechar de quién es, en realidad, la voluntad que les gobierna”.
* Apoderado en Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019