uiénes son los que, en las calles de nuestras ciudades, se manifiestan al grito de ¡libertad! en clara referencia a las medidas restrictivas dictadas para combatir el covid- 19? No son muchos, pero al no formar parte de la mayoría social llaman la atención y generan cierta preocupación entre quienes cumplen normas y recomendaciones.
Pero lo cierto es que estos cientos de personas no son una realidad unívoca con un pensamiento único. Hay negacionistas que rechazan la existencia del coronavirus y, en consecuencia, consideran que las medidas restrictivas son parte de un plan de dominación, no habiendo ninguna justificación científica para llevar mascarilla. Hay también creyentes de teorías conspirativas que aceptan la existencia del coronavirus, y que aseguran que Bill Gates está detrás de las vacunas ya sea para introducir “microchips” en el organismo a través del cual se controla a la población, o porque él mismo es el creador del covid-19. Otras teorías conspirativas atribuyen responsabilidades al multimillonario George Soros que quiere acabar con la superpoblación del planeta. Las teorías conspirativas son muchas y coinciden con los negacionistas en rechazar las vacunas que han sido ideadas para modificar la genética de las personas vacunadas, además de ser pura y simplemente un negocio. Un tercer grupo de entre quienes se manifiestan son personas, sobre todo jóvenes, que de ninguna manera aceptan cambiar su modo de vida aun cuando ello perjudique al conjunto social. Sin lugar a dudas hay aún más variedad de motivos por los que una parte pequeña de la sociedad rechaza mascarillas y vacunas. China, Rusia, Estados Unidos... forman parte de las acusaciones.
Como digo, estos y otros grupos gritan ¡libertad!, una palabra poliédrica que puede ser utilizada para fines muy diferentes. ¿De qué libertad hablan? ¿Acaso de la libertad de Díaz Ayuso? La presidenta madrileña se proclama liberal y contraria a restricciones. ¿Su libertad, para qué?
Fue Robert Nozick, partidario de un Estado mínimo que proteja al individuo y haga que se cumplan los contratos, quien proclamó la libertad sin solidaridad. Según sus principios otorgar mayores competencias al Estado supone atentar contra los derechos individuales y debe ser rechazado. John Rawls, su admirador y oponente rechazó también el utilitarismo y defendió los derechos individuales, pero supeditándolos al bien común. Ambos eran liberales, el primero de la escuela anarcocapitalista y el segundo del liberalismo social de Stuart Mill.
El concepto de libertad siempre ha estado latente en las disputas filosóficas e ideológicas del siglo XIX e incluso antes. ¿Qué es más libre, el río que se desborda e inunda todo, o el río que por su cauce beneficia a las mayorías? ¿Es más libre la persona que actúa según su libre albedrío o aquella otra que gestiona su capacidad de elegir considerando no perjudicar a la comunidad en la que vive? ¿Es más libre el río de Ayuso o el río de quienes se ponen mascarilla y se vacunan? Si hay una libertad constructiva, hay también una libertad destructiva.
La filósofa Victoria Camps puede ayudarnos a elegir la posición más acertada: “La libertad, igualdad y la fraternidad o solidaridad son algunos de los valores a preservar en estos momentos de convulsión”. Atención a su divisa: “Sin solidaridad no hay libertad ni igualdad”. Claro que Camps es de izquierda. Y he aquí que el debate se abre: una libertad según la derecha o una libertad según la izquierda.
En esta lista de valores a cultivar, Victoria Camps también añade el respeto mutuo y la razonabilidad entendida como la capacidad de ponerse en el lugar del otro y considerar sus puntos de vista. La potenciación de la libertad individual, ha deparado según Camps, “un déficit en una serie de valores cívicos y del compromiso de las personas en torno al bien común”. No sé si los ríos pueden elegir, pero las personas podemos hacerlo.
Es interesante pensar la libertad a la luz de este debate. Hay quienes defienden la libertad suprema de hacer lo que quiero o lo que me conviene, y hay quienes creen que el desarrollo de una individualidad libre requiere de vivir en comunidad. Hay quienes defienden una libertad egoísta y quienes piensan que cada persona nos realizamos en la medida en que atendemos al otro.
La defensa de una libertad sin solidaridad es la libertad de los grandes negocios, de los bancos, del libre mercado, de las farmacéuticas para hacer negocios con la salud, del Estado que no interviene, de la desigualdad, de la ruptura de la comunidad, del desentendimiento de lo colectivo incluso en pandemia. Es la libertad de los que predican la falsedad de que cada cual tiene lo que se merece y la igualdad es un asunto de la otra vida. Enfrente, hay una libertad del compromiso que es personal y es colectivo al mismo tiempo. A este choque responde Camps, reconociendo que la potenciación de la libertad individual, ha deparado un déficit en una serie de valores cívicos y del compromiso de las personas en torno al bien común.
Si tuviera que definir la libertad de la presidenta Díaz Ayuso, diría que es oportunista y antisocial, es decir, de derechas. Pero a su libertad se han adherido muchos votantes madrileños e incluso mucha otra gente que odia al Partido Popular y a Vox. ¿Por qué lo han hecho? Porque ofrece soluciones fáciles a un problema complejo. Porque ofrece soluciones cómodas, sin cambiar el modelo de vida. Mientras en Madrid moría mucha gente y resultaba contagiada mucha más, ella proclamaba libertad de tomar cervezas, de ir a los toros y asistir a misa, sin especiales protecciones. ¿Es más ético el libre albedrío que seguir normas para protegernos colectivamente del coronavirus?
Como Nozick, hay gentes que critican al Gobierno haga lo que haga y, por lo tanto, lo mejor que puede hacer es no intervenir. ¿Cómo responder entonces a la pandemia con responsabilidad? ¿Sería bueno que quienes se colocan del lado del negacionismo dijeran qué hay que hacer? Claro que lo que se niega no necesita ninguna respuesta. Simplemente no existe como problema. Lo mismo, los defensores de teorías conspirativas deberían reconocer que se trata de meras conjeturas, salvo que presenten pruebas.
Recuerdo que fue en el barrio de Salamanca, durante el primer año de pandemia, que escuchamos los primeros gritos en favor de la libertad, atacando al Gobierno como tirano. Por su aspecto, no parecían jóvenes de un grupo social que hubiera luchado contra la dictadura. Pero pedían libertad, y es legítimo hacerlo. Ahora bien, me hubiera gustado saber su respuesta a la pregunta ¿libertad para qué?
Se estima que la esperanza de vida en la época medieval era de entre 25 y 35 años. Ahora ronda los 82 años, un poco más las mujeres que los hombres. ¿Cree alguien que este salto de la humanidad hubiera ocurrido sin la ciencia, sin la farmacología, sin las vacunas? La mortalidad infantil en el estado español es ahora de 2,7 por cada mil nacimientos lo que significa una reducción del 44,9% en los últimos veinte años. Sin vacunas, ¿hubiera sido posible? En una sociedad regida por la libertad de hacer cada cual lo que le parezca, sin conciencia de comunidad, sin objetivos colectivos, sin solidaridad en el reino del individualismo, ¿semejantes avances de la humanidad hubieran sido posibles?