l renombrado polemista de Singapur Kishore Mahbubani ofrece regularmente a los lectores ideas provocativas y elementos interesantes en los que pensar. Su libro más reciente, Has China Won? The Chinese Challenge to American Primacy, ciertamente no decepciona, aunque no ofrece respuestas claras a la pregunta del título.
La conclusión paradójica de Mahbubani es que “una importante contienda geopolítica entre Estados Unidos y China es tanto inevitable como evitable”. El autor teme una gran e innecesaria tragedia proveniente de esa contienda geopolítica, cuya probabilidad ha aumentado en tiempos de la covid-19.
En efecto, Mahbubani sostiene que Estados Unidos ha lanzado una contienda con China, ignorando el consejo que el sabio geopolítico George Kennan le dio a Estados Unidos durante la Guerra Fría. Es decir, que debe mantener la vitalidad espiritual en casa, cultivar amigos en todo el mundo, no insultar a sus adversarios y ser humilde.
La rivalidad estratégica entre China, la potencia en ascenso, y Estados Unidos, la potencia del status quo, ha sido provocada por errores, conceptos erróneos y malentendidos por ambas partes, según Mahbubani. China cometió un grave error estratégico cuando alienó a la comunidad empresarial de Estados Unidos, en parte a través de transferencias forzadas de propiedad intelectual y robos, intrusiones cibernéticas e incumplimiento de acuerdos firmados.
No es asunto menor la arrogancia oficial china después de la crisis financiera global de 2008, que los chinos trataron de aprovechar como una oportunidad estratégica. El resultado ha sido que, a diferencia del pasado, la comunidad empresarial estadounidense no apoyó a China cuando Donald Trump lanzó su guerra comercial contra el país asiático.
Mahbubani argumenta que Estados Unidos cometió un error estratégico aún mayor, que fue lanzar su competencia geopolítica sin tener una estrategia integral a largo plazo sobre cómo tratar con un país como China, algo que la administración Biden está tratando de corregir. El autor afirma que esta idea surgió en sus conversaciones con Henry Kissinger.
La militarización del Mar de China Meridional por parte de China se considera en general una prueba de una China que incumple sus promesas y de una “China expansionista”, y ha socavado la confianza occidental en China. Para contrarrestar este argumento, Mahbubani cita a Stapleton Roy, ex embajador de Estados Unidos en China.
La historia cuenta que el presidente de Estados Unidos Barack Obama habría rechazado un “enfoque más razonable en el Mar de China Meridional” por parte del presidente chino, Xi Jinping, y que la Marina de Estados Unidos intensificó las patrullas en la zona. Solo entonces China respondió con la militarización del Mar de China Meridional.
Mahbubani parece deleitarse al sorprender a sus lectores con comparaciones inesperadas. Sostiene que durante la Guerra Fría, Estados Unidos fue a menudo flexible y racional en su toma de decisiones, mientras que la Unión Soviética fue rígida, inflexible y doctrinaria. Pero hoy, sostiene, deberíamos reemplazar la palabra Estados Unidos por China y las palabras Unión Soviética por Estados Unidos, sobre todo en lo que respecta al gasto en defensa.
Mahbubani se muestra más complaciente al defender el gobierno autoritario -quizá totalitario- de China. Considera que el gobierno chino es quizás el más meritocrático del mundo y, sin duda, el más exitoso en la larga historia de China. El gran temor del pueblo chino es el caos, por lo que un gobierno central fuerte es la forma más efectiva de mantener unido al país.
Se pregunta por qué Estados Unidos debería promover la democratización de China cuando el Partido Comunista Chino es tan popular. Pero sus muchas afirmaciones falsas sobre los valores chinos frente a los estadounidenses se encuentran entre los puntos más débiles del libro.
En una de las secciones más interesantes del libro, Mahbubani sostiene que “el mayor obstáculo para mejorar las relaciones entre Estados Unidos y China es una construcción mental poderosa pero invisible que ha estado profundamente arraigada en las mentes estadounidenses: la suposición de la virtud”.
El autor critica a Estados Unidos por su noción de excepcionalismo y superioridad, que -sostiene- ya no es válida, si es que alguna vez lo fue, y conduce a actitudes condescendientes y arrogantes cuando negocia con países con sistemas diferentes. Además, argumenta que la actitud de Estados Unidos hacia China está motivada por el miedo emocional al “peligro amarillo”.
El libro está plagado de afirmaciones cuestionables. Por ejemplo, Mahbubani ve que la economía estadounidense se desliza inevitablemente hacia el número dos del mundo, pero hace poca mención de los muchos desafíos que enfrenta la economía de China, como la deuda, el envejecimiento de la población y el débil crecimiento de la productividad.
Para tratar con China, Mahbubani recomienda que Estados Unidos fortalezca el orden multilateral basado en reglas, ya que China es un gran beneficiario y partidario del multilateralismo. Sin embargo, la Iniciativa Belt & Road (la nueva “ruta de la seda”) y la coerción económica de China sobre Australia, Japón, Corea, Noruega y Filipinas ponen de manifiesto la preferencia de China por el bilateralismo sobre el multilateralismo.
La rivalidad sino-americana revela que dicha competencia implica mucho más que aranceles: también tiene que ver con instrumentos sofisticados como el establecimiento de estándares, la adquisición y el robo de tecnología, el poder financiero y la inversión en infraestructura.
Muy acertadamente, Brunnermeier, Doshi y James (en el paper titulado Beijing’s Bismarckian Ghosts. How Great Powers Compete Economically) argumentan que, como demuestra la rivalidad anglo-alemana hace un siglo, un enfoque estadounidense verdaderamente competitivo frente a China requiere una gama completa de instrumentos combinada con esfuerzos sólidos para aprovechar el poder blando y reticular y las alianzas multilaterales en los dominios económico y tecnológico.
Estados Unidos y China pueden evitar una trágica contienda entre los dos países reconociendo que sus prioridades deben ser el bienestar de sus respectivos pueblos, en lugar de competir entre sí.
Mahbubani recomienda que Estados Unidos reduzca su gasto militar a la mitad e invierta en el bienestar de la sociedad estadounidense. Este escenario panglossiano es muy poco probable en un mundo donde la gran estrategia de China es la supervivencia del Partido Comunista a toda costa, donde la economía política de Estados Unidos está muy dominada por intereses corporativos en distintos sectores y donde hay muy poca confianza entre las dos partes. Puede haber alguna esperanza de que las dos grandes potencias escuchen el llamado de Mahbubani para trabajar juntos en temas globales como el cambio climático, aunque la gestión de la covid-19 ha expuesto las limitaciones de la cooperación.
El mensaje subyacente de Mahbubani es que ambos países deben hacer un esfuerzo mucho mayor para entenderse, respetarse y aceptarse mutuamente. Este es un mensaje igualmente relevante desde la elección del presidente Biden, posterior a la publicación del libro, aunque la nueva administración se ha apartado de la confrontación ruidosa que buscaba Trump.
Washington está buscando una manera firme pero prudente de enfrentarse a China sin arruinar la necesidad imperiosa de cooperar con los asiáticos en asuntos globales de interés común. Dentro de la administración Biden, y también dentro del Partido Demócrata, las distintas facciones continúan debatiendo acerca de cómo encaminarse en una dirección equilibrada.
Un equilibrio que aune, por un lado, la necesidad de estrecha cooperación con China para mejorar la crítica situación medioambiental global y, por otro lado, la necesidad de políticas de contención derivadas del convencimiento estadounidense de que una China en ascenso es una amenaza para sus intereses económicos y también para las posibilidades de la democracia en el mundo.
* United States Fulbright Professional Ambassador, Massachusetts Institute of Technology, London School of Economics