os días 6 y el 9 de agosto se cumplen 76 años del lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, respectivamente. Estos hechos tuvieron lugar en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, que terminó un mes después con la rendición de Japón.

Estos bombardeos fueron el primer ataque nuclear de la historia y, hasta el momento, el único. Es difícil saber con certeza cuántas víctimas causaron, pero se calcula que acabaron con la vida de más de 200.000 personas. Además, arrasaron por completo ambas ciudades.

Sin embargo, si se consideran las consecuencias que sufrió la población posteriormente, el número de víctimas podría ser mucho mayor. Las bombas atómicas no solo tienen un gran poder de destrucción, sino que también emiten radiación. La radiación, dependiendo de la cantidad recibida, puede dañar el material genético de los seres vivos y provocar enfermedades y malformaciones que pueden desarrollarse en el tiempo.

Muchos de los supervivientes de los ataques nucleares -unos 360.000- se conocieron como hibakushas, que literalmente significa “persona bombardeada”, y sufrieron múltiples enfermedades y defectos físicos provocados por la radiación, como el cáncer. Además, fueron víctimas de discriminación en su país, porque muchas personas pensaban que las enfermedades derivadas del bombardeo podrían ser contagiosas.

A las 8,15 horas del 6 de agosto de 1945, los tripulantes del bombardeo estadounidense Enola Gay, lanzaban una bomba de uranio-235 sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. El explosivo, bautizado por los americanos con el nombre de Little Boy, mató a unas 70.000 personas en el acto y a otras tantas después debido a la exposición a la radiación. Tenía una potencia explosiva de 16 kilotones. Los kilotones son una unidad de medida que se utiliza para medir fenómenos en los que se libera una gran cantidad de energía mediante explosiones. Un kilotón equivale a 1.000 toneladas de energía explosiva.

En Nagasaki se lanzó una bomba de plutonio conocida como Fat Man y acabó con la vida de 80.000 personas en el acto, tres días después de lo ocurrido en Hiroshima. Tenía una potencia de 25 kilotones. Sin embargo, su efecto fue menor que en Hiroshima por la topografía de Nagasaki, con varias colinas cercanas.

La capacidad de destrucción de la bomba atómica, ampliamente probada en los casos de Hiroshima y Nagasaki, asustó al mundo y provocó que sus líderes se replantearan el uso de este tipo de armas. Por ello, en 1970 los países que contaban con armamento nuclear en aquel momento (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China y Rusia) firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). El objetivo de este acuerdo era que no se extendiese la posesión de estas armas a otros países. El TNP incluía una cláusula que permitía tener armas nucleares tan solo a cinco estados: Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China, porque ya disponían de este tipo de armamento antes de que el tratado empezara a redactarse en 1967.

Esto hizo que otros países cuestionaran la validez del acuerdo ya que, si otros países podían tener armas nucleares, ¿por qué no iban a desarrollarlas ellos también? Este enfrentamiento se producía en plena Guerra Fría, un periodo de gran tensión política tras la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia, otros países han ido desarrollando su propio arsenal de armas nucleares.

Según un informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), se calcula que estos cinco países, junto con India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, poseen un arsenal de 13.400 armas nucleares, que equivaldrían a 100.000 explosiones como las de Hiroshima y Nagasaki.

No han sido pocas la ocasiones en las que podía haber ocurrido un holocausto nuclear. “La Guerra Nuclear no solo es posible, sino probable”. No existe otra solución que la prevención, es decir, su eliminación.

Las instituciones internacionales y organizaciones como la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), que en 2017 ganó el Nobel de la Paz, siguen alertando sobre el gran peligro que suponen estas armas y exigen a los gobiernos que se sumen al TPAN. Hasta ahora, solo una cuarta parte de los países del mundo ha ratificado el tratado.

Las armas nucleares suponen una amenaza evidente, pero, ¿qué sucede con la energía producida con esta tecnología? La energía nuclear se consigue mediante un proceso de fisión nuclear: se bombardean los núcleos de átomos de elementos como el uranio o el plutonio, para que se dividan en dos núcleos más pequeños. Durante este proceso de división se genera energía.

La expresión “átomos pacíficos” no es sino una perversión más del lenguaje para hacernos aceptar lo inaceptable. Lo vendan como lo vendan, la utilización de la energía nuclear está vinculada a la existencia de las armas nucleares, es su única justificación. Y desaparecerán cuando las armas nucleares dejen de ser “útiles” y no sirvan a los propósitos de chantaje de los países que los poseen: EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido, los únicos que tienen derecho a veto en Naciones Unidas.

El 2 de diciembre de 1942 (EEUU) tuvo lugar la 1ª reacción en cadena de la historia en Chicago. El 26 de junio de 1954 (URSS) se pone en marcha la 1ª central nuclear Óbninsk que produjo energía eléctrica.

Hoy existen en nuestro planeta 454 reactores nucleares repartidos en 30 países (16 en Europa) que proporcionan el 17% de la energía eléctrica. En el Estado español hay 5 centrales de energía nuclear activas con 7 reactores que producen en torno al 20% de la energía eléctrica, una vez que la Central nuclear de Santa María de Garoña, que tan cerca está de Euskadi, se encuentra oficialmente en situación de parada definitiva desde 2017 y encara ya su desmantelamiento.

Recordando el lema publicitario del poderoso lobby nuclear internacional que decía que la energía nuclear es ilimitada, limpia, barata y segura, se ha demostrado que no lo es en absoluto. Ni es ilimitada, ya que el uranio se acaba; ni es segura, ya que se producen accidentes, como los ocurridos en Chernobil y Fukushima; ni es limpia, la contaminación radiactiva que producen permanecerá durante millones de años; y tampoco es barata, porque se olvidan de los costes de todas las fases del ciclo nuclear, de las subvenciones que recibe, de los gastos en seguridad, de tantos y tantos aspectos.

La gestión de los residuos radiactivos, peligrosos durante milenios, es la asignatura pendiente que, por sí sola, exigiría ya el cierre de las centrales nucleares. Sin embargo, se siguen generando cada día más y más.

Los defensores de la energía nuclear tampoco tienen en cuenta que las centrales nucleares pueden servir para fabricar armas nucleares y así abrir la puerta a la proliferación nuclear.

No obstante, lo más grave es que tampoco consideran el coste humano: las muertes que ha provocado, las enfermedades que ha causado, la inseguridad que plantea vivir en el entorno de una central nuclear... Se olvidan de demasiadas cosas.

* Experto en temas ambientales, Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodismo Ambiental de Euskadi 2019