rase una vez un matrimonio con tres hijos. El cabeza de familia, Pepito Pérez, por ejemplo, después de pensarlo mucho, decidió que su corazón y sentimientos eran de mujer y pidió el cambio se sexo. Por mandamiento judicial tuvo que vivir dos años con su mujer, y los niños aceptar que, por arte de magia, tenían dos mamás. Pasó el tiempo y el cabeza de familia Trans se marchó de casa. Y entonces vinieron los problemas. La esposa descubrió que ella era lesbiana y le gustaban las damas. La verdad, y lo siento, es que no sé el final de esta historia realmente complicada.
Desde el dial 29 de junio, el gobierno ha aprobado el anteproyecto de la polémica ley Trans que ha enfrentado al ejecutivo durante meses. En la nueva ley se aprueba el cambio de sexo y nombre en el Registro civil. Esta primera ley del ministerio de Irene Montero asegura que “estamos ante un día histórico, tras más de 15 años sin avances legislativos en esta materia”.
Pues, verá, este cambio de sexo se puede hacer sin pruebas ni informes médicos. Además, no será necesario hormonarse. La edad fijada para ejercer estos derechos es los 14 años, pero desde los 12 el niño o la niña puede empezar a comunicar su deseo de cambiar las faldas por el pantalón sin que resulte un escándalo. La ley prevé que pueda haber un cambio de deseos del niño-a Trans. Esta eventualidad está prevista, y hay posibilidad de reversibilidad por un espacio de seis meses, que facilita el poder volver al género original. Me pregunto si con tan corta edad se puede decidir tanto en la vida. En la adolescencia los afectos aún son poco claros. Además, ¿por qué no va a ser feliz un niño o una niña gay o lesbiana? Lo de transexual es una situación conflictiva no del todo resuelta. Aunque problemas va a haber y muchos. Me imagino que no sean tan originales como el caso de Pepito Pérez.
Este mismo día 29, San Pedro y San Pablo -santo de hermano, nietos, sobrino y sobrino nietos y cuñado- me ha llenado de desazón. Verán, Alexander Pushkin me gustaba de adolescente. Leía los versos de Eugenio Oneguin en el tren que me llevaba a Bilbao. La ópera me sigue pareciendo una música hecha especial para el héroe ruso. Se hicieron seriales sobre el joven Oneguin que se publicaban por entregas, ahora se harían por capítulos.
El día 29, llamé a mi cuñado de Málaga para felicitarle por su santo y me contó un sinfín de desdichas de su gato. Tenía que llevarlo al veterinario para cortar las uñas, previa anestesia porque el animalito no está quieto. Se le han caído los dientes y le tiene que dar de comer por una esquina de la boca. Además, su nieto, Pedrito también, no quiere acercarse al minino porque lo vio un día con una lupa de su abuelo y creyó ver la Gorgona que pintó Leonardo en su infancia. El caso es que ya no me acordaba que este gato anciano se llama Pushkin. Me deprime bastante que mi escritor ruso esté presente cada día en el gato. Son historias que pasan. Pienso que yo nunca pondría -no lo hice- a ninguno de mis hijos el nombre de Leonardo. Es un nombre magnífico que universalmente tiene que ser único.
Como muchos escritores caí en la fascinación de Leonardo da Vinci. Mi Leonardo (el de mi novela La dama del cisne) era -lo fue- el hombre más guapo de Florencia.
Y no tenía nada que ver con el personaje adusto, antipático y miedoso que aparece en la serie televisiva Leonardo. Un hombre ambiguo, serio, raro. Mi Leonardo era gay, sin historias amorosas femeninas detrás. Mi Leonardo tenía una musa -para nada Mona Lisa, ni la joven Caterina que nunca existió en su vida-. La verdadera mujer-amiga fue, en mi libro, la hija de Andrea Verrochio, el primer maestro y el primer amante de Leonardo. A esa mujer inspiración le puse el nombre de Leda -La dama del cisne que pintó el maestro y está en la galería de los Uffizi de Florencia- y juntos prevalecieron en el tiempo. Me gustaría que leyesen mi libro -en Amazon se puede encontrar-. Les aseguro que cuando terminé mi novela -en 2014- creía, humildemente, que era la que más sabía de Leonardo. Estuve en Florencia, Vinci, Milán y Amboise, dónde vivió los últimos dos años, los más felices de su vida. Pero, durante meses tuve que soportar la sabiduría sobre Leonardo de un presentador televisivo. Parecía el único que conocía a Leonardo.
En la serie que se emite actualmente, el pintor florentino desde el principio ha pasado la adolescencia. Indeciso, lleno de extrañas premoniciones irreales. Cuando veo los banquetes de la corte milanesa, me doy cuenta de lo mal que se han documentado los guionistas. Aquellas comidas eran verdaderas bacanales y en lugar de servilletas, Leonardo inventó la servilleta que se ponía detrás de los asientos de los comensales, conejos vivos colgados para que los invitados se limpiaran las manos. No voy a contarle (insisto, deberían leerla) todas las sabrosas anécdotas que encierra la vida auténtica de Leonardo da Vinci. Inventó el tenedor, los espaguetis, la bicicleta y, por supuesto, fue el precursor de los aviones, los submarinos y las ametralladoras.
Cuento que: en la soledad, Leonardo empezó a experimentar la posibilidad que rondaba su cabeza. Desde niño admiraba los pájaros y era capaz de estar horas y horas tumbado en una campa de su pueblo viendo cómo iniciaban el vuelo, cómo planeaban, e incluso cómo conseguían mantenerse quietos en el aire durante unos segundos. Quería volar, tenía que conseguirlo, Desde la ventana veía los pájaros posarse en las ramas de los árboles y pensaba que el hombre debería poder volar como las aves, pero le faltaba la decisión. La decisión de lanzarse al vacío para remontar el vuelo. Para Leonardo las aves miraban el cielo con nostalgia; solo querían volver porque ya habían estado allí (pagina 92 de La dama del cisne). Leonardo no quería mostrar que era vulnerable y también enamoradizo. El sexo llegaba y le calmaba los nervios erizados de deseo... No le agradaba la palabra enamorado porque le confundía, como si este sentimiento le hiciera pisar terreno pantanoso. Había sufrido por su homosexualidad. Nunca se avergonzó de desear a los hombres, pero le irritaba que ese sentimiento fuese penado con la incomprensión del su prójimo y, sobre todo, con la cárcel (pagina 217).
Me he acordado de mi dama del cisne y, me gustaría volver a verla en las librerías. Está publicada (primero en Plaza) por Penguin Randon Hause en tapa dura y en Debolsillo. En fin, en esta ocasión -creo que nunca lo he hecho-, les propongo leer mi novela. Después puede juzgar lo que quiera sobre Leonardo, la serie y la época. ¿Se imaginan a Leonardo de Leonarda? Un lío, aunque respeto y acepto con agrado la nueva ley Trans y deseo que a nadie le pase como a Pepito Pérez. No deja de ser una gran faena.