n la Historia -o en la leyenda-, pocos pasajes son tan atinados como el que reflejan estas frases para definir el momento que estamos viviendo en la política española. La decisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de indultar a quienes hasta ahora han permanecido encarcelados por subvertir el orden pacífico y constitucional español permite muchas lecturas y muchas más conclusiones. Todos, absolutamente todos, tenemos una opinión forjada al respecto. Influidos por los más diversos factores, acudimos a los foros callejeros con nuestros pareceres intentando sentar cátedra y ser, a la vez, los más juiciosos, los más indulgentes y, ¡cómo no!, los más justos y legales. La generalizada opinión de que el indulto de los presos catalanes es bueno para “casi” todos los españoles ha respondido a un proceso de divulgación mucho más que a una lectura de la conciencia colectiva, o a una estrategia de concienciación. En realidad, han sido solamente dos los partidos comprometidos -PP y PSOE-, aunque los demás partidos -bastantes de ellos de ámbito regionalista o - se hayan sentido concernidos porque asistían al debate público y los micrófonos apremian a los líderes exigiéndoles frases más o menos comprometidas con el asunto que se dilucidaba.
Y creo que es el momento de aclarar mi posición personal, antes de seguir adelante, para afirmar que he sido muy crítico en todo este proceso puesto en marcha por mi compañero de partido y de ideología Pedro Sánchez. Ahora mismo, mi misión es ayudar con todas mis fuerzas a que el camino iniciado, y aún ni siquiera diseñado en su totalidad, llegue a su objetivo que no es otro que la concordia entre todos los españoles, voluntaria o involuntariamente aceptada como tal, para reconstruir la convivencia. No una convivencia cualquiera: “Vamos a restituir la convivencia, no desde el olvido, pero sí desde el respeto y el afecto” (Pedro Sánchez). Este deseo tan bienintencionado no ha sido refrendado de forma categórica por los más directamente afectados y concernidos: una amalgama desordenada formada por grupos y líderes mal avenidos entre ellos que, unos aquí y otros en Waterloo, proclaman que el indulto es tan insuficiente como escaso. No les basta con el “perdón” porque quien perdona no olvida, y ellos desean esa amnesia que suele afectar a los amnistiados que no son responsables, ni quieren aceptar serlo, ni de sus carencias ni de sus excesos.
El tono conciliador del presidente Sánchez, que ha admitido públicamente la necesidad de pasar página de “los errores de todos”, ha recibido el batacazo de los líderes catalanistas, a los que parece que no les basta con el indulto y propugnan que nos administremos una vacuna todopoderosa que nos facilite el olvido de las aventuras y escarceos que los independentistas catalanes pusieron en vigor antes de ingresar en la prisión o vacacionar con Puigdemont en el exterior. Desde luego que nadie esperaba que todo un presidente del Gobierno del Estado llegara a asumir responsabilidades de forma gratuita para atraer a “rebeldes o sublevados”. Las palabras de Pedro Sánchez merecen, como mínimo, un aplauso por la humildad de su contenido. Quizás para resaltar el contraste con la soberbia enarbolada por los líderes independentistas, o quizás porque respondan a una reflexión profunda, pero siendo preciso el arrepentimiento de los sublevados para obtener el indulto, los beneficiados han parecido más bien los injustamente tratados, como si la Justicia, en lugar de haber actuado conforme a sus leyes y principios, lo hubiera hecho desde unas irrefrenables ansias de venganza.
Veamos el tono utilizado por el presidente Sánchez. Habló de “errores de todos” y auguró que “el perdón restituirá la convivencia”. Todo fueron condescendencias en sus palabras: “Convencer es la forma más duradera de vencer”. O “casi siempre para llegar a un acuerdo uno debe dar el primer paso”, y lo ha dado el Gobierno, pero no el primero sino el segundo, pues el primero lo dieron los indepes proclamando una independencia unilateral y absurda. Las llamadas a la concordia del presidente Sánchez deberían haber provocado algún pronunciamiento a su favor del presidente catalán, pero al señor Aragonès (¡qué mal apellido para un presidente catalán en estos momentos!) solo se le ha ocurrido llamar a un referendo de autodeterminación. El presidente Sánchez debería ser más contundente en sus exigencias a los catalanes para el futuro, porque el pasado no fue tan infructuoso en Cataluña. Por allí pasaron varios presidentes socialistas que no dudaron en exigir cambios y reivindicar sus derechos al Gobierno español, pero la reivindicación independentista es fruta demasiado reciente, aunque la autonomía catalana tenga muchos más años de vigor y vigencia.
Volviendo al discurso de Pedro Sánchez, en él todo fueron piropos y requiebros para los catalanes, como si no retumbara en su conciencia que el catalán más votado en las últimas elecciones -y preferido por los catalanes, por tanto- había sido Salvador Illa, perteneciente al Partido Socialista de Catalunya. Da la impresión de que la mayoría de los votos a fuerzas estatales es, por tanto, suficiente para que los socialistas y algunas otras fuerzas catalanas aunque no nacionalistas, podrían hacer valer su mayoría: más de un sesenta por ciento de los ciudadanos catalanes con derecho a voto votan a fuerzas no nacionalistas, aunque pudieran ser catalanistas. Es evidente que los nacionalistas catalanes, desde la intransigencia verbal de sus líderes, enarbolan un lenguaje y un diccionario que procura, sobre todo, mostrar una intransigencia tan falsa como impostada.
Por todo lo anterior, debería Pedro Sánchez reclamar comportamientos menos beligerantes a los líderes catalanistas pues, no en vano, quienes han admitido o pedido los indultos de los catalanistas desde otras formaciones políticas, esos sí, están mostrando su afán de seguir conviviendo con los catalanistas en el mismo Estado al que actualmente pertenecen, es decir España. ¿Será posible desarrollar un programa en el que todos, incluida Cataluña, nos sintamos concernidos y responsabilizados por igual? Frente al poder del Estado, tantas veces considerado tan desmedido como irracional, el Gobierno socialista ha cedido algunos principios, pero a partir de ahora deberá fortalecerle (al Estado) para que su afán de concordia y acuerdo social no pueda ser considerado desidia ni falta de compromiso con los cuarenta y pico millones de españoles que vivimos aquí. La “concordia”, que tanto ha pregonado Pedro Sánchez en sus intervenciones previas al anuncio del indulto deberá instalarse en la convivencia, a sabiendas de que serán muchos los españoles que aceptarán su empeño como un mal menor. Algunas frases de Pedro Sánchez fueron contundentes, aunque parecieran sencillas jaculatorias: “No hay caminos fuera de la Ley”, “el Gobierno ha optado por abrir paso a la reconciliación y al reencuentro”, “yo encabezo un Gobierno que cree en la unión de España, en la unión de todos los pueblos de España”, “lo único que exigimos es que unos y otros nos atengamos al pacto constitucional”, y por fin “hace falta diálogo y concordia, ese es justamente el espíritu de la Constitución española”. Bien, ¿piensan igual todos los que han mostrado el apoyo a los indultos?
Fuerzas políticas (prácticamente todas menos tres), sindicatos, asociaciones de empresarios, organizaciones religiosas, etc... han mostrado condescendencia. Incluso yo, como demócrata y como socialista, ya me he convencido de que iniciamos un nuevo tiempo que deseo exitoso para todos. Como todo tiempo nuevo suele estar atiborrado de incertidumbres, yo no dudo de que el presidente del Gobierno va a poner toda la carne en el asador, pero igualmente estoy convencido de que el catalanismo no va a actuar con las mismas convicciones ni intenciones... Basta con leer lo dicho por unos y otros, y con interpretar las actitudes de los indepes catalanes, que actúan como el primo de Zumosol, enarbolando teorías y conceptos erróneos que, ¡eso sí!, les haga parecer más poderosos que lo que son en realidad. Sobre todo, les ha llevado a proclamar una victoria pírrica para ellos, olvidando que la auténtica victoria será, en todo caso, del Estado y su Gobierno, que lleva las riendas y va a poder administrarlas, con rigidez y contundencia si fuera necesario, pero a su antojo.
Termino como comencé: “Todo está consumado... En tus manos encomiendo mi espíritu...” Este entuerto es enrevesado, y su solución es cosa de todos. Dado que me he mostrado en mis pronunciamientos públicos como alguien exigente con los míos, ahora me siento tan involucrado como comprometido con la unidad territorial y social de todos los que vivimos aquí, en España.