s de agradecer a Vox que nos siga mostrando cuál es su verdadera cara, la de la mentira y el acoso y derribo de los que, en un clima político normal, podrían ser sus opositores políticos, pero que son, somos, sus enemigos a abatir.

Estaba claro su propósito de reventar un acto como el de Noain y cobrarse de ese modo una presencia mediática en un lugar en el que no tiene ninguna presencia política. No se trataba de debates históricos de ninguna clase, sino de fastidiar aprovechándose de unos cauces democráticos en los que no creen en absoluto. Y no solo eso, sino que hacen y harán todo lo posible para derribarlos y sustituirlos por sus modelos autoritarios, policiales, de prietas las filas. En los últimos años, han dado pruebas suficientes de lo que digo.

Está visto que Noain y lo que allí se conmemora a los nuevos nacionales les resulta molesto. Habla de la construcción de un estado basada en la violencia, la discordia, la mentira y la felonía de los ventajistas de cada época. Ahora mismo, para quitárselo de encima no basta con reputar el acto conmemorativo de la batalla cosa de radicales o de etarroides, que también. Es algo más y lo saben.

Por fortuna, en las últimas décadas ha habido una profusión de trabajos que con mayor, o menor eco sobre todo, han ido desenterrando una historia pateada hasta hacerla invisible.

Una prueba más de que es preferible sostener errores cómodos que asomarse a un relato que pone en tela de juicio la idea de ese país que es “una unidad de destino en lo universal” y no sé qué sandeces más.

Documentos en mano, aquella unión a Castilla de igual a igual se revela una patraña, o mejor dicho, un relato destinado a sostener un poder político fruto de la conquista a sangre y fuego durante décadas hasta aplastar por completo cualquier conato de rebeldía navarra e instaurar un lambiscón culto a una España más España, como me dijo hace años un cretino del Abc instándome a acudir a una manifestación españolista en Pamplona pagada por el Gobierno de Madrid. Pertenecía a esa tropa que conoce Navarra por sus mesas y manteles, a ser posible no pagados con dinero propio. Es decir, gorrones de rompe y rasga, con un olfato de perdigueros para saber quién paga mejor... y aún tienen la desvergonzada pretensión de decirte cuál es la política que te conviene, cómo es tu vida, tu pequeña historia, copazo de Lagavulin en mano.

Durante siglos se ha venido escribiendo un relato de lo sucedido en Navarra entre 1512 y 1521 echando mano de unos documentos y ocultando muchos otros. Importaba el objetivo: imponer un relato que justificara la conquista militar y la posterior ocupación, por muchas concesiones que se hicieran a los navarros. En Bolivia me escuchaban con incredulidad cuando les decía que tuvimos virreyes hasta más tarde que ellos.

Estimo que en los muchos trabajos históricos publicados en los últimos años, reputados de inmediato sectarios, poco menos que cosa de ETA, no se trata de imponer nada, sino de dejar constancia de minuciosas investigaciones que contradicen la versión oficial: el que quiera informarse, que lea, el que quiera seguir abrazado al cómodo relato gubernamental, no leerá ni probablemente lo haga jamás. Es decir, el relato histórico es un foso que nos separa. No creo que ni remotamente se pueda llegar a un acuerdo, ni sobre la historia de Navarra, ni sobre tantos otros episodios que de una manera o de otra nos atañen a todos.

Insisto, es el relato de lo sucedido lo que nos separa. No ya la imposición de este, sino su construcción minuciosa en todos los espacios que hasta ahora se han silenciado. Y lo que vale para la historia lejana, vale también para las torturas, negadas de manera sistemática por quienes las han practicado y sus cómplices, activos o por omisión, desde la política, los medios de comunicación y las cátedras universitarias incluso.

Ahora cabe preguntarse si también van a reventar la necesaria conmemoración de los 500 años de la caída del castillo de Amaiur. Mal lo veo, por mucho que recurran al covid-19, al orden público, a los daños que produce el turismo masivo y en el fondo a las pocas ganas. Y los nacionales, lo saben.