l tsunami nacionalista, o independentista, desatado desde septiembre de 2017 en aquel nefasto pleno desarrollado en su Parlament, ha dejado a Catalunya desde entonces sumida en un periodo de desgobierno e incertidumbre, a pesar de la cómoda mayoría absoluta que obtuvieron en las últimas elecciones.
A menudo en esta sociedad líquida que nos toca sufrir realizamos los análisis observando solo el corto plazo, ignorando que para que sean rigurosos necesitamos una visión de lo ocurrido en los últimos tiempos.
Por eso debemos recordar que todo comenzó con la injusta e inoportuna sentencia del Tribunal Constitucional cercenando partes importantes, al menos para la sociedad catalana, de su Estatuto.
Un Estatuto de autonomía que había sido aprobado por la inmensa mayoría de ese Parlament y refrendado del mismo modo en el referéndum celebrado posteriormente. Hasta ese instante todo parecía encauzado y controlado.
En aquel momento alguien medianamente informado -y se debe exigir a nuestros dirigentes políticos que lo estén- debería haber detectado que el malestar provocado en la población catalana, fuera ésta de uno u otro origen o estatus social, estaba provocando un profundo terremoto, como así sucedió. Sus consecuencias llegan hasta nuestros días.
Los posteriores gobiernos del Estado español, el de Zapatero y el de Rajoy, PSOE y PP, no fueron capaces de darse cuenta de este peligro, ignorando de manera prepotente las demandas que de allí llegaban.
Hacía falta ser muy sordo y ciego para no ver todo lo que se estaba sucediendo en una sociedad harta de ser ninguneada y que se sentía vejada por el poder central.
Se producía así una quiebra profunda sin que nadie en este tiempo, ni desde una orilla ni la otra, haya sido capaz de construir puentes por los que comunicarse.
La sabiduría popular dice que "a río revuelto, ganancia de pescadores" y así, especialmente las gentes de Puigdemont con sus diferentes denominaciones y ERC, fueron lo suficientemente hábiles ante la torpeza de sus contrincantes, para llevar el agua a su molino.
Así, el enfado provocado por esa sensación de estafa fue canalizado hacia su granero en las urnas consiguiendo amplias mayorías.
Se producía una profunda transformación en el seno de la sociedad catalana, tradicionalmente madura y pactista, que explica que Puigdemont y sus gentes obtuvieran un apoyo tan importante y accedieran a la Presidencia de la Generalitat.
La nefasta gestión del independentismo desde entonces, el retroceso en la sanidad, en la educación y en los servicios públicos en general, o la pésima labor desarrollada ante la pandemia han quedado encubiertos, ocultados, por el maremágnum provocado por estos hechos.
Hay que reconocer su habilidad para ser capaces de dar la vuelta a una situación que podía haber sido desastrosa para sus intereses, especialmente a través de una cuidada campaña de propaganda dirigida especialmente desde TV3, creando en la ciudadanía una sensación de victimismo, de que el Estado machacaba a Catalunya.
Resulta evidente que eso ha sido posible por los errores de sus contrincantes, en especial del grupo que ganó las elecciones anteriores, Ciudadanos, incapaz ni siquiera de plantarles cara, mucho más después del paso de Inés Arrimadas a la política estatal.
Pero también de un PSC inmerso en una profunda crisis de identidad, incapaz de encontrar su lugar en este perfecto bucle melancólico en el que les habían sumergido.
Desde que Pascual Maragall despareció de la escena política catalana, el PSC había caminado a la deriva hasta que el denominado efecto Illa le acaba de dar la vuelta.
Hasta ese instante todo parecía atado y bien atado, las encuestas señalaban el triunfo de ERC y una mayoría absoluta del independentismo, incluso sin la necesidad de apoyo de unas incómodas CUP.
Pero la vuelta del ya exministro de Sanidad a Catalunya, en una jugada maestra made in Iván Redondo, ha lanzado la piedra a un estanque demasiado tranquilo revolucionando estas elecciones.
Un Salvador Illa que llega con claros y oscuros en su gestión de la pandemia, pero que ha sabido salir vivo de una situación extrema que habría abrasado a cualquier otro.
Illa llega así en el pico de su popularidad como ministro más valorado junto a Margarita Robles, con un grado de conocimiento social elevado y lo que resulta más importante, con fama de dialogante, educado, con talante, en un momento de máxima crispación en la política especialmente allí. Parece su momento.
Es posible que pueda resultar victorioso, pero resulta evidente que el resultado no le dará para gobernar, incluso con el apoyo de los partidos denominados constitucionalistas, pero necesita al menos superar a Junts per Catalunya, aunque le supere ERC. Ahí llegará su encrucijada, la de él, la del PSC, del PSOE y por lo tanto de Catalunya y España.
Falta saber si el tradicional discurso federalista del PSC puede contar a partir de ahora con el visto bueno del PSOE. Incluso clarificando su posición, ante un asunto que preocupa a la sociedad catalana que lo apoya por inmensa mayoría: el derecho a decidir, a la libre autodeterminación, un derecho por cierto que siempre ha figurado en los cimientos ideológicos de la izquierda y que jamás debió abandonar.
Quizás sea este el momento clave para solucionar una de las cuestiones vitales pendientes desde la transición: superar las tensiones centro-periferia.
Con Euskadi ya está en vías de solución, con el PSE gobernando con el PNV en diferentes instituciones comenzando por el Gobierno Vasco y una relación que parece perfecta Sánchez-Urkullu, más aún después de la reunión mantenida entre ambos hace unos días.
Ha pasado desapercibida engullida por la situación de la pandemia, pero en ella se han tomado decisiones de gran importancia, entre otras el compromiso de traspaso de competencias como la de prisiones. Un nuevo tiempo parece que comienza.
¿La estrategia de Sánchez-Redondo pasa por la posibilidad, si dan los números, de gobernar con ERC y los comunes explorando esa vía? De ser así, ¿será estrategia o simplemente táctica?
Quizás Pedro Sánchez sueñe que, al igual que Zapatero será recordado como el "presidente de la paz", por su valentía y audacia a la hora de afrontar aquel difícil reto, él pueda serlo por solucionar este complejo asunto.
España como nación de naciones es un viejo sueño. Un Estado Federal Plurinacional, casa común en el que todos, vascos, catalanes, andaluces o madrileños, se encuentren cómodos.
¿Serán estas elecciones del 14-F el momento clave para ello? ¿Estamos esta vez condenados a entendernos construyendo puentes por los que comunicarnos?
Catalunya se encuentra en su momento decisivo ante cuatro caminos. Al Sur, seguir como está desangrándose en viejas cuitas; al Oeste, el vértigo de la independencia unilateral; en el Este, pactar con el Estado una fórmula federal incluyendo a Euskadi; y al Norte, un pacto generoso sobre fiscalidad y mayor autogobierno.
Ojalá acierten en el elegido, aunque bien podía ser una combinación de los dos últimos, o sea que la senda elegida sea dirección Noreste (N-E). Veremos.
El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE