a rápida difusión del covid-19 ha trastocado los parámetros del mundo tal como lo conocíamos hasta el año pasado. Es cierto que ya entonces había una sensación de provisionalidad, asociada a un cambio de época, mejor intuido que formulado, pero la específica gestión de la crisis sanitaria ha modificado en muy poco tiempo algunos de los parámetros que sostenía la situación de provisionalidad y otros que se proyectaban como vectores de futuro más o menos operativos y desparecidos en combate.
La reflexión prospectiva no es algo que se les dé demasiado bien a los economistas, especialistas en explicar el presente a partir del pasado, pero incapaces de proyectar el ahora en modelos solventes de predicción a medio y largo plazo, entre otras cosas porque los factores que determinan dicho futuro o son poco evidentes, especialmente en los datos estadísticos disponibles, y porque las nociones abstractas que manejan (equilibrio óptimo, precio marginal, expectativas racionales, etcétera) no tienen un correlato concreto.
Por otro lado, tampoco tiene mucho sentido intentar predecir el futuro a corto plazo, porque este ya ha sido anunciado: si 2020 ha sido el año de la pandemia, 2021 será el año de la vacunación masiva contra el virus y de evaluación de daños. 2022 marcará el inicio de la reconstrucción y también de la reflexión sobre lo ocurrido. Será en función de dicha reflexión que se tomarán (o no) determinadas decisiones en ese año y en 2023, que serán operativas (o no) a partir sobre todo de 2024.
En la Unión Europea, la clave del asunto es la decisión sobre el presupuesto comunitario. En un sistema de cooperación y rivalidad global que combina intereses y decisiones de estados y multinacionales no se puede aspirar a tener un protagonismo institucional manejado exclusivamente el 1% del PIB comunitario. El gasto presupuestario previsto para 2021 en el presupuesto comunitario, unos 154.000 millones de euros, es una cantidad inferior a la facturación de Daimler y solo llega a dos tercios de la de Volkswagen. El gasto previsto en actividades de I+D, 11.000 millones de euros, es inferior a la inversión que realizan empresas como las norteamericanas Alphabet (Google), Microsoft, Apple o Intel, la surcoreana Samsung, la alemana Volkswagen o la china Huawei, cada una de las cuales realizar una inversión anual de entre 12.000 y 20.000 millones de euros en I+D.
Si la UE sale de la pandemia convencida de que con un presupuesto del 1% del PIB comunitario no tiene ningún margen de maniobra para erigirse en un actor global de primer orden e incrementa no solo el presupuesto sino las políticas que se organizan de forma conjunta entre todos los integrantes de la Unión, en particular la política industria y de defensa, puede que comience a hacer bascular el eje geopolítico desde el Pacífico hacia Eurasia.
Son muchas las cosas que tendrían que cambiar, pero la más inmediata es el abandono definitivo, y no solo temporalmente como se ha acordado en el contexto de la pandemia, de las políticas de austeridad que han lastrado el crecimiento económico de la UE y su papel social y político en el contexto general e incluso en el de la gestión de la crisis sanitaria, donde la incapacidad para dar una respuesta conjunta se manifestaba a la par de la competencia entre los integrantes de la Unión por el material sanitario más elemental, con episodios tan chuscos como el robo por parte de Francia de 4 millones de mascarillas, adquiridas por España e Italia a proveedores suecos, de las que después devolvió la mitad.
En China, la clave va a ser la consolidación (o no) del nuevo rumbo que se entrevé desde hace un par de años en la potencia emergente. En cierto sentido, la política china desde la revolución ha seguido una oscilación desde las posiciones del comunismo de subsistencia del maoísmo hasta la transformación capitalista dirigida de Deng. Con Xi Jinping la oscilación en sentido inverso ha abierto una importante incógnita global sobre el nuevo rumbo político que quiere adoptar el país, más allá del salto tecnológico y el crecimiento hacia adentro que proclaman los planes del gobierno y del PCCh.
Si se profundizan las reformas hacia un mercado controlado por la política, el modelo chino entrará en una creciente competencia con el modelo de política controlada por el mercado que predomina en los países anglosajones y europeos. Lejos de plantearse como un mero instrumento de gestión eficaz de los recursos económicos y sociales, la denominada política económica socialista con caracteres chinos revela los principios generales de una transición económica que incluye la transformación del sistema económico y el modelo de desarrollo económico, prestando una atención especial a la relación entre la estabilidad, la reforma y el desarrollo, a menudo objeto de falta de consideración en los procesos de desarrollo socialista, tanto en la URSS como en la China maoísta y en general, en los procesos de transición socialista de matriz soviética.
Si finalmente se consolida en los próximos años un nuevo rumbo más o menos equidistante entre Mao y Deng, la nueva economía política china se propondrá como un recurso útil para cambiar las reglas generales de la modernización económica de los países que están económicamente atrasados. Esta nueva teoría del desarrollo económico y social hace hincapié en la construcción económica y se centra en la liberación y el aumento de las fuerzas productivas. Además, trata de dar prioridad a la extracción de las lecciones buenas y malas de la experiencia de los países desarrollados, para dar importancia al control del desarrollo tecnológico y la innovación (el “que inventen ellos” es anatema en la nueva política), a la optimización y el ajuste de la estructura económica e industrial y a reducir las brechas urbanas y rurales, así como las diferencias de estructura dual entre un sector moderno y uno atrasado, en un esfuerzo por combinar la industrialización con la informatización, la innovación, la coordinación y el desarrollo ecológico abierto y compartido.
Finalmente, la potencia dominante hoy en día, Estados Unidos, tiene que decidir en los próximos dos años si la propuesta estratégica del trumpismo se abandona definitivamente o mantiene el pulso al establishment tradicional. Más allá de retóricas y anécdotas personales, el trumpismo consiste en abandonar las inercias y trayectorias de la dominación de postguerra para definir un nuevo espacio global para Estados Unidos basado en la gestión cotidiana de la provisionalidad y la incertidumbre como forma de imponer una agenda de dominación geoeconómica pragmática a la que se subordina una geopolítica de alianzas a geometría variable. Frente a ello, el régimen político instituido, demócratas y republicanos al unísono, prefieren apoyarse en la herencia recibida tras la II Guerra Mundial, consolidando la subordinación política de las otras potencias industriales y limitando la dominación económica a áreas específicas como el conocimiento, la cultura, las finanzas y el complejo militar-industrial. En este modelo, la construcción ideológica y cultural de la amenaza de un enemigo exterior, compartido con aliados permanentes, es fundamental para garantizar la estabilidad interna y la dominación global. Es la caída de la Unión Soviética y la transición al capitalismo de China la que desbarató el funcionamiento consistente de esta estrategia y abrió en su momento un espacio en el partido republicano al Tea party y a su continuación y perfeccionamiento en el trumpismo por estar menos atado a las inercias de la administración pública que el partido demócrata y por la mayor autonomía que aporta ser el partido de empresarios y sectores (energía, comercio, turismo…) menos dependientes de los contratos públicos que los que apoyan preferentemente al partido demócrata (complejo militar-industrial, industria de la cultura, TICs, etcétera). Si japoneses y alemanes no pudieron sustituir a la URSS como personificación del mal mas que en las películas de La Jungla de Cristal, con China es otra cosa. De volver a la normalidad la política estadounidense, es previsible que en 2024 la cosa se ponga caliente. O quizá, dada la tendencia a acelerar los ritmos históricos que acompaña al desarrollo del capitalismo, solo haya que esperar un par de años. La cuestión es si la UE va a tener un papel protagonista en ese escenario o va a jugar el papel de secundario de lujo.
* Jurista, exdiputado de EAJ-PNV en el Congreso